lunes, 17 de julio de 2017

Santa Elena de Uairén

La antigua capital del Municipio Urdaneta, hoy de la Gran Sabana, es el pueblo fronterizo más importante de Guayana. Su fundación la inició Lucas Fernández Peña el 16 de septiembre de 1923 y la completaron los misioneros en 1931.

         Desguarnecidas estaban nuestras fronteras en 1923 cuando Lucas Fernández Peña remontó La Escalera con un pesado guayare sobre la espalda y caminó leguas y leguas en busca de una zona con clima como el de Tovar, su tierra natal, o el de Valencia, donde había estudiado.
         Deseaba permanecer en un sitio fijo, pues ya había aventurado suficiente, desde 1912 que llegó a Ciudad Bolívar y avanzó hasta las minas auríferas del Yuruari,  Tumeremo, El Dorado y Venamo.
         Cuando acampó en el valle del río Uairén, entre la Sierra Pacaraima y las serranías de Akurimá no dudó de las ventajas de aquel lugar enneblinado, poblado por indios Taurepanes de la etnia Pemón y catequistas ingleses de la religión adventista.
         Allí a 907 metros de altitud y con clima agradable, sentó sus reales Fernández Peña y siete años después lo hicieron los misioneros capuchinos.

Las Misiones Capuchinas

         Santa Elena de Uairén es el más importante de los cinco centros misioneros que regentan los padres Capuchinos en el Estado Bolívar. Le siguen: Santa Teresa de Kavanayén, fundada en 1942, a 35 kilómetros en dirección suroeste de la extinguida Misión de Luepa y a 1350 metros sobre el nivel del mar; Kamarata, fundada en 1944, por Fray Saturnino de Villaviera; Wonken y La Paragua.
         En estos centros se hallan 28 padres misioneros con jurisdicción eclesiástica sobre unos 12 mil indígenas Pemón divididos en Taurepanes, Arecunas y Kamarakotos. En el alto Paragua predominan Makiritares y Waicas. Todas  estas misiones se localizan en un radio de 35 mil kilómetros cuadrados formando lo que se conoce como la Esquina sureste del Estado Bolívar y Venezuela.
         Los capuchinos que acompañaron a Fernández Peña en la Fundación de Santa Elena de Uairén fueron Nicolás de Cármenes, Fray Gabino de San Román y Maximino de Castrillo, fundador de las iglesias de El Callao y El Palmar. Llegaron allí el 28 de abril de 1931, después de muchos días de camino, venciendo los elementos de la selva, de la lluvia, de los ríos y hasta el hostigamiento de los  propios indios que tenían como misión civilizar, venezolanizar y evangelizar.
         La distante y aislada zona fronteriza de la Guayana venezolana estaba entonces ocupada por grupos ingleses de la región adventista que enarbolaban en sus chozas las enseñas de su país. Acaso fue esta ocupación pacífica de los adventistas foráneos lo que indujo al gobierno de Juan Vicente Gómez a firmar un convenio con los padres capuchinos para instalar en la Gran Sabana dos centros misioneros: el de Santa Elena de Uairén y el de Luedpa posteriormente transferido a Kavanayén.
         Efectivamente, el establecimiento de estos dos centros misioneros y la Inspectoría de Fronteras a cargo del upatense Rafael Montes de Oca y el cojedeño Lucas Fernández Peña hicieron posible que se replegaran los grupos catequistas hacia zonas más distantes de las que son hoy nuestras fronteras.
         Venezuela que hacía 32 años había perdido por efecto de un Laudo Arbitral espurio todo el territorio de la parte occidental del río Esequibo, nada o poco había hecho por reafirmar su soberanía con la presencia del nativo, en aquella extensa región selvática que el Laudo Arbitral del 3 de octubre de 1899 limitaba desde Punta Playa, a varias millas de la desembocadura del Orinoco hasta las fuentes del Corentín.

El nombre de Santa Elena

         Santa Elena nació con el nombre de la madre de Constantino El Grande, impulsor del cristianismo, y también con el nombre de la primera hija de Fernández Peña. Nació como todos los pueblos españoles de Guayana, con un puñado de chozas circundando una Iglesia que al principio fue baharenque y palma y finalmente de piedra sobre piedra siguiendo el estilo gótico simplificado, creado por el Padre Diego de Valdearena, quien estuvo 36 años de misionero en el pueblo.
         La construcción de la bella y atractiva iglesia donde los católicos veneran a la patrona rescatadora de la Cruz de Cristo, la iniciaron los capuchinos en 1949. También construyeron el edificio parroquial y el internado donde se ha educado y formado toda la población pemón. Tiene capacidad para cien internos entre hembras y varones.

Municipio Gran Sabana

         Hasta  1945 que fue elevado a la categoría de Municipio Urdaneta, Santa Elena de Uairén venía funcionando como un caserío más del Distrito Roscio. En 1986, la Asamblea Legislativa reformó la Ley de División Político-Territorial y la declaró Municipio Autónomo, con el nombre de Gran Sabana dentro de una superficie de 32.988 kilómetros cuadrados. El Censo Nacional de 1990 le adjudicó una población de 18.049 habitantes.
         La Gran Sabana es sin duda una de las regiones más hermosas de Venezuela y del mundo. Clima excelente, topografía accidentada que ofrece sorprendentes escalonamientos y bella cascada de invaluable potencial hidráulico.  En esta región se halla el famoso Pico Roraima que hace de centinela geológico en el cruce de límites entre Venezuela, Brasil y Guyana, siguiéndole al Norte las mesetas de Ptaritepuy, Irutepuy, Ueitepuy, Pavitepuy y el Auyantepuy, de donde descuelga el imponente Salto Ángel, el más grande del planeta, dado a conocer por el aviador Jimmy Ángel (9 de octubre de 1937) haciendo impacto en ella con una avioneta Flamingo.
         No son muy buenas estas tierras para la agricultura; sin embargo es posible cosechar (en valles, cañadas y terrazas), trigo, maíz, arroz, caña de azúcar, patata, yuca, ocumo, banano, cacao, naranjas y guayabas. Sus sabanas son aprovechadas para la cría y se cuentan miles de cabezas de ganado vacuno y lanar. Pero lo que realmente dividía a la región en un comienzo fueron las explotaciones diamantíferas y auríferas. Santa Elena, Icabarú, Urimán y otras localidades como La Faisca y Paraitepuy, emergieron al calor de los placeres mineros del río Surucún donde Jaime Huston (Barrabás) encontró el diamante El Libertador que pesó 155 quilates.
 
Icabarú

         Desde 1957 que se formaron allí las primeras aglomeraciones humanas venidas de los más diversos puntos geográficos, siguiendo el eco de la “bulla” diamantífera o aurífera, Icabarú ha venido dando dinero y trabajo a centenares de personas. El sólo cerro La Trompa que circunda el valle, llegó a dar en una ocasión tres mil kilogramos de oro. Se recuerda a César Díaz Valor y a Carlos Fernández, como los primeros  que llegaron a explorar el lugar caminando leguas y leguas de sabana y montaña con guayare a la espalda.
         El pueblo llegó a tener hasta 6 mil habitantes en su época de mayor auge. Hoy la población es escasa y vive diseminada, debido a que la producción minera era aluvional y prácticamente ha llegado a su fin.
Después que los placeres del oro y del diamante menguaron, las aglomeraciones humanas se desviaron a San Salvador de Paúl, Guaniamo y Alto Paragua y sólo quedaron las misiones indígenas y los criollos que perseveraron relavando los residuos de la tierra aluvional.
         La comunicación con los pueblos de la Gran Sabana sólo era posible por rutas aéreas tan ocasionales como costosas. Por ello, en 1953, se empezó a abrir una carretera hasta la frontera. El Gobierno Nacional encomendó la obra al Ing. Luis Entrena, quien la inició y dejó inconclusa hasta el kilómetro 88, donde se alzó un caserío de agricultores y mineros bajo la protección del famoso Brujo Avilio que al igual que Yaguarín, curaba con raíces, oraciones y ungüentos de reptiles.
         Entrena abandonó la obra en 1958 y en 1963,  asumió los trabajos el Batallón de Ingenieros Juan Manuel Cajigal que comandaba el coronel Efraín Brady.
La carretera de más de 300 kilómetros de longitud, fue puesta en servicio por el primer gobierno de Rafael Caldera y vino definitivamente a incorporar a Santa Elena al resto de Guayana y Venezuela. Hoy es posible viajar no sólo hasta ese municipio fronterizo, sino hasta Boa Vista, capital del Territorio Roraima de Brasil.
Pero el gran vecino no se quedó  atrás en esta necesidad de conquistar la frontera. En vista de la importancia que adquiría Santa Elena, gracias a una comunicación más fluida por tierra y aire, Brasil proyectó y ejecutó una “minibrasilia” ciudad planificada conforme a cánones modernos a tres kilómetros de la línea fronteriza.
La ciudad construida por Ingenieros militares, cuenta con aduana, viviendas prefabricadas, carretera que la comunica con Boa Vista, comunicación satélica y servicios básicos para unas siete mil personas.

La Nueva Santa Elena

         La carretera El Dorado a Santa Elena ha permitido a la capital del municipio cambiar su fisonomía. La ciudad se desenvuelve y crece conforme a un esquema de ordenamiento urbano que se cumple por etapas. Se le ha dotado de los servicios públicos necesarios. Ha sido rectificada la trama vial ampliando los servicios de salud mediante la construcción de un hospital y ejecutado un buen aeropuerto aparte de una sede para el comando de la Guardia Nacional.
         Pero su personaje central ya no está. Lucas Fernández Peña, su fundador, al igual que los misioneros que lo acompañaron en la ardorosa tarea de hacer un pueblo, falleció el 28 de septiembre de 1987. Tampoco Maria Josefa, la india pemón con la cual se casó y tuvo diez hijos aparte de otros veinte. La ciudad está en otras manos. Ahora tiene alcalde y municipalidad que el viejo nonagenario, de ojos azules, pelo y bigotes blancos, no alcanzó a ver como consolidación de su obra.
         Permanece aun sobre una loma, la Casa Blanca convertida en Museo de sus Memorias y 300 piezas coleccionadas por él a través de sus intensos viajes de exploración.
         En entrevista que le hicimos en agosto de 1968, Lucas Fernández Peña nos dijo que las piezas posiblemente eran fósiles o restos de seres que vivieron épocas geológicas anteriores a la nuestra.
         Extrajo estas piezas de rocas sedimentarias ubicadas por él en distintos puntos de la Gran Sabana. Cuando las vi, las tenía en  hileras sobre una rústica mesa de madera y cada una se asemejaba con sorprendente fidelidad, bien a un ave,  a un invertebrado marino, un pez, la media cabeza de un mamut, el cráneo de un hombre o la cabeza de una mujer decapitada. Formas realmente pétreas, como modeladas piezas de cerámica que bien pudieran ser fósiles o no ante los ojos de un paleontólogo.


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