miércoles, 31 de mayo de 2017

Casa del Congreso de Angostura



Construida al comienzo de la segunda mitad del siglo dieciocho para colegio de latinidad y primeras letras, ha sido, además, sede del Congreso de Venezuela, del "Correo del Orinoco", de la Vicaría Apostólica de la Diócesis de Guayana, Colegio Federal, Liceo Peñalver, Colegio de Abogados, Tribunales de Justicia y Asamblea Legislativa. Después de su restauración se destinó a Museo de sitio y asiento de la Biblioteca Bolivariana. En la parte baja funciona el Archivo Histórico de Guayana.

Los bolivarenses, quizás más que el resto de sus connacionales, recuerdan fielmente cada año la histórica fecha del 15 de febrero de 1819 que  dio inicio al Congreso autor de la forma constitucional y jurídica de una nueva República.
         Decíamos que los bolivarenses más que el resto de los connacionales , porque fue precisamente Ciudad Bolívar , la entonces Santo Tomás de la Angostura del Orinoco, asiento de todos los Poderes restaurados por ese segundo Congreso Constituyente de Venezuela reunido aquí hasta que la Carta Fundamental de Colombia dispuso el traslado de la capital a la población de Nuestra Señora del Rosario de Cúcuta, ya no como Congreso de Venezuela, sino como Congreso de la República naciente que unía a Venezuela, Nueva Granada y Quito.
El inmueble donde se reunió este Congreso se halla en el Cuadrilátero Histórico de la ciudad y se conserva intacto gracias a los trabajos de res­tauración realizados entre 1976 y 1978. Antes había sido declarado Monu­mento Público Nacional y venía y sigue siendo el edificio antiguo por el cual los guayaneses y visitantes de otros lares experimentan mayor respeto y veneración.
Según lo que hemos indagado y leído, el edificio en su construcción sigue una línea arquitectónica neoclasicista.
La casa fue construida en una de las partes altas de la ciudad durante la administración del gobernador de la Provincia de Guayana, Manuel Centurión Guerrero de Torres (1766-1776). Estaba prácticamente unida al edificio de la Real Hacienda y su patio se extendía hasta lo que es hoy La Escalinata, donde estaba instalada una campana traída de la antigua Santo Tomás de la Guayana. De allí su nombre anterior de "El Campanario'.
En la construcción del inmueble, de dos niveles, siguiendo la topo­grafía accidentada del terreno, se utilizó piedra del propio cerro El Vigía donde se halla, además de barro, madera y mollejones adquiridos en las Antillas. La cubierta o techo era de tejas corridas sobre dos aguas, pero ésta fue sustituida en 1868, según decreto del gobernador Juan Bautista Dalla Costa Soublette que ordenaba su total reparación. Aparecieron en­tonces las hermosas azoteas moriscas que todavía conserva y adicional­mente una torre de estilo bizantino.
En 1896, cuando el edificio fue erigido en universidad, volvió a ser reparado gracias a 30 mil bolívares acordados por el Congreso Naciornal. Con ese dinero se compraron muebles, el púlpito del paraninfo y va bustos de filósofos y poetas griegos extrañamente desaparecidos.
Durante la Guerra Federal sirvió de baluarte  a las fuerzas del estado  y en 1903 fue habiitada para que funcionara en ella el Hospital Militar.
En 1974, siendo el doctor Domingo Álvarez Rodríguez gobernador, decidió por cuenta del estado la restauración total de la casa de debido a que hallaba en progresivo deterioro. El arquitecto Graziano Gasparini dirigió  los trabajos hasta 1979 que fue declarada Museo de Sitio por el Presidente ' de la República, Carlos Andrés Pérez.

Colegio de primeras letras
En el decenio del Gobernador Manuel Centurión Guerrero de Torres, el edificio entró en servicio como Colegio de Primeras Letras y Latinidad y en el mismo funcionaban algunas dependencias del gobierno colonial.  Quienes estudiaban allí, obviamente, eran los hijos varones de familias con cargos en la administración real de ciertos rangos en la vida social angostureña  Pocos estudiantes, pues la población general era exigua. 
        En 1817, cuando los patriotas tomaron la ciudad de Angostura tras un sitio militar, el inmueble, uno de lo más cómodos y distinguidos de entonces, fue utilizado como sede del Gobierno Supremo y en 1819 destinado al segundo Congreso Constituyente de Venezuela o Congreso de Angostura.
El Congreso de Angostura estuvo deliberando como tal, desde el 15 de febrero de 1819 hasta el 20 de enero de 1820, cuando asumió sus funciones una Diputación Permanente. Durante ese lapso se ocupó primordialmente de aprobar la Constitución de Venezuela y otras leyes y finalmente, tras la victoria de Bolívar en Boyacá, la Ley Fundamental que crea la República unida de Venezuela, Nueva Granada y Quito, con el nombre de Colombia.
La Diputación Permanente estuvo ocupando el inmueble hasta mayo de 1821 cuando se instaló el Congreso General de Colombia en la villa de Nuestra Señora del Rosario de Cúcuta.

Correo del Orinoco
Como la Diputación Permanente era de pocos miembros y no requería de toda la estructura del inmueble, se destinó la parte de abajo con salida por la Calle Real (Calle Bolívar) para la reubicación de la imprenta donde se editaba el Correo del Orinoco. De manera que el hebdomadario de los patriotas reanudó su edición allí desde el No. 92, ya no impreso por Andrés Roderick sino por Tomás Bradshaw, quien apenas se sostendrá en el taller hasta el No. 99, pues a partir de la edición 100 aparece W. B. Stewart, asistido en la administración por Juan Bernad, quien vivía en la misma casa.
El Correo del Orinoco continuará editándose en la Casa del Congreso de Angostura hasta el 23 de marzo de 1822 cuando se extingue al separarse  José Ucroz como gobernador de la provincia de Guayana. La Casa entonces es adquirida por la Diócesis y habilitada para que desde ella cumplan su actividad social y religiosa los Padres jesuitas enviados desde Bogotá a la  muerte, ese año de 1822, del Vicario y Provisor, domingo Remigio Pérez Hurtado.
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Colegio Federal
El 27 de octubre de 1824, el Gobierno de Bogotá dicta un Decreto creando el  Colegio Federal de Guayana y dispone como sede el Hospicio de los Padres Observantes (Convento de la Plaza Centurión), Pero por estar en las afueras de la ciudad resultaba inconveniente. Receptivo el Gobierno de Colombia en atención a un pedimento, permutó a la diócesis la Casa del Congreso, por el convento. El avalúo del antiguo convento fue de 26.243,49 pesos y el de la Casa del Congreso, 12.715,37. De todas maneras, fue imposible instalar el colegio por falta de recursos económicos y pro­fesionales.
En 1830 todavía resultaba imposible instalar el colegio, sobremanera por el conflicto de separación de Venezuela de la República de Colombia. Dada esta situación, monseñor Mariano Talavera y Garcés al posesionarse como Administrador Apostólico de la Diócesis de Guayana, ocupó la Casa del Congreso para instalar allí la Vicaría Apostólica, la cual funcionó hasta que mediante una reformulación del decreto anterior, el gobierno de José Antonio Páez dispuso la apertura del Colegio Federal de Guayana, el 24 de junio de 1840.
De suerte que la Casa del Congreso llegó a abarcar los tres niveles de la educación: primaria, secundaria y universitaria. Hasta 1904 que el presi­dente Cipriano Castro liquidó el nivel universitario, el Colegio había confe­rido 34 grados de bachiller en medicina; 19 grados de bachiller en derecho; 9 de bachiller en teología; 19 grados de doctor en medicina; 16 grados de doctor en derecho y 4 de doctor en teología.
El general Francisco Linares Alcántara, Gobernador del Estado Bolívar, al final de la presidencia de Castro, dotó al inmueble de alumbrado con gas acetileno y ordenó la ejecución de los retratos al óleo de los' próceres general Pedro León Torres, Fernando Peñalver, Eusebio Afanador y Juan Vicente Cardozo para colocarlos en el salón donde sesionó el Congreso de Angostura. Este decreto se cumplió durante la administración del general Arístides Tellería, según averiguamos en viejas gacetas del archivo de la gobernación. Las pinturas fueron hechas por el artista Antonio Herrera Toro, quien cobró 2.600 bolívares. Otros gobernantes como el doctor Luis Godoy, siguieron llenando el salón del Congreso con óleos de los demás próceres venezolanos.
Al liquidarse el nivel universitario, el Colegio Federal continuó con el nivel secundario. El 15 de abril de 1937, el Gobierno Nacional sustituyo el nombre de Colegio Federal por el de Liceo Peñalver y con ese nombre permaneció en la Casa del Congreso hasta 1957 que fue reubicado en un edificio moderno construido en el sector conocido como Las Tinas.

Colegio de Abogados y Tribunales
Posteriormente la casa sirvió de sede al Colegio de Abogados, a los Tribunales de Justicia y a la Asamblea Legislativa, instituciones que hoy tienen sedes propias.
En 1974 cuando el doctor Domingo Álvarez Rodríguez me pidió le sugeriese alguna obra importante que él pudiera realizar en beneficio de la ciudad. Le recomendé la restauración de la Casa del Congreso de Angostura toda vez que se hallaba en estado deplorable. Asimismo que rescatara la Laguna El Porvenir conforme a un proyecto dejado por Leopoldo Sucre Figarella y prolongase el Paseo Orinoco hasta Los Coquitos. A Domingo Álvarez le brillaron los ojos y no lo pensó dos veces.  Inmediatamente  decretó la ejecución de esas obras. La Casa del Congreso fue sometida a un completo proceso de restauración con dineros del Estado, bajo la dirección de Graciano Gazparini y allí está con toda su magnificencia neoclásica, desde el 15 de febrero de 1978 que fue inaugurada junto con los trabajos de restauración de la  Catedral de Ciudad Bolívar.            Aparte de su valor histórico, la casa en sí tiene un valor artístico que impacta al visitante. Sus espacios y niveles tan bien aprovechados, las azoteas  moriscas desde las cuales se domina el paisaje del río, los patios internos, jardines y  el alto y frondoso  Bálsamo de Tolú aromatizando el ambiente.  (Este árbol fue derribado  para instalar una planta eléctrica de emergencia)
Sigue siendo la casa de la ciudad más venerada y se mantiene activa a través del antiguo salón de sesiones parlamentarias, la galería iconográfica de los próceres, la Biblioteca Bolivariana y el Archivo Histórico reubicado desde la Cárcel Vieja a la parte baja del inmueble, por supuesto, sitio inapropiado para conservar y estudiar expedientes con más de ciento cincuenta años de origen.
La entrada está llena de placas conmemorativas y en uno de los jardines hay una que da cuenta que en esa casa, siendo su padre rector del colegio, nació el ilustre romancero Héctor Guillermo Villalobos, quien £ue  gobernador del Estado (1945-1946). Es cierto, los rectores del colegio vivían allí con su familia y a falta de buenos hoteles en el siglo pasado, allí se hospedaron personalidades de tránsito como el explorador Francisco Michelena y Rojas, el novelista colombiano José María Vargas Vila y el poeta carupa­nero, fundador de El Universal, Andrés Mata.




Casa de los Rodil


         De original estilo angostureño, el atractivo inmueble de mampostería construido al iniciarse la mitad del siglo diecinueve por la familia Rodil, emparentada con el prócer Tomás de Heres, fue restaurada y adecuada para la Escuela de Música Carlos Afanador Real.

         Haciendo esquina entre las calles Amor Patrio e Igualdad, diagonal con la Sacristía de la Catedral, la Casa de los Rodil, hoy llamada “Casa Paschen”, fue erigida y sirvió siempre de vivienda a gente tradicional y relevante de la sociedad bolivarense y ya agonizando el siglo XX, tras abandono total que amenazaba su permanencia, fue restaurada y destinada a un uso distinto: el de la docencia musical.
         Está el inmueble entre los 26 seleccionados para uso social dentro del programa de revitalización del Casco Histórico de Ciudad Bolívar iniciado en 1986 y en el cual participaron la Gobernación, Mindur, el Instituto de Cooperación Iberoamericana, Municipalidad, CVG y otros entes como Lagoven cuyo aporte específicamente se materializó en la restauración de la “Casa Paschen”.
         El costo de los trabajos de restauración estuvo en el orden de los 6 millones de bolívares y avanzaron lentamente por lo cuidadoso de los mismos, desde hace dos años. Entonces y previo estudio complementario del anteproyecto encomendado al arquitecto Orlando Benites, se trabajó en la restauración de los techos con materiales tradicionales, conservación de los pisos de mosaico existentes, incluyendo paredes de zaguán, restitución de los pisos de madera de los salones principales, restauración en sitio de los balcones con vista al Orinoco, puertas y otros elementos de antigua arquitectura que singularizan e imprimen expresión estética de conjunto a la venerable casa.

La Ciudad de Bolívar de 1850

         Comenzando la segunda mitad del siglo XIX, el escribano público Juan Rodil construyó la hoy llamada “Casa Paschen”. Para entonces ya la ciudad había cambiado su nombre de Angostura por el de Ciudad Bolívar. En 1852 cuando fue construida, mandaba en Venezuela José Gregorio Monagas, Libertador de los Esclavos. El presupuesto del país ascendía a 2.384.395 pesos y sus principales divisas provenían de la exportación del café, el cacao y cueros de res. Ese año se instaló en Venezuela la primera fábrica de fósforos y el lago de Valencia se vio por primera vez surcado por un barco de vapor: “El Urdaneta”.
         Ya existía la navegación con barcos de vapor cubriendo el eje Apure-Orinoco mediante concesión al empresario naviero norteamericano Vespasiano Elliis, representado en Angostura por Frederick Beelenn. Dos años después estallaría la epidemia de cólera que asoló al país y que entonces amenazaba con nuevas víctimas desde la vecina Colombia.
         Entre 1852 y 1853 transcurrieron en la Gobernación del Estado Bolívar el Capitán José Tomás Machado, para quien se construyó la Casa de las Doce Ventanas; el Coronel José Miguel la Grave, el Capitán Biviano Vidal y Francisco Capella. Bajo la gestión de este último se instaló en 1853 la Imprenta Municipal con una prensa importada a través de la firma Wuppermann y compañía, de la cual eran accionistas Blohm, Gellert y Adolfo Wappaus, quien entonces era Cónsul de los Estados Unidos y propietario de la llamada hoy “Casa Wantzelius”. En esta imprenta Municipal se editaba el semanario “El Progreso” de corte semioficial.
         El explorador venezolano Francisco Michelena y Rojas, quien estuvo en Ciudad Bolívar en 1855, encontró a la Ciudad creciendo hacia el este desde una hermosa Alameda de frondosos árboles tropicales, calles muy bien empedradas y aceras enladrilladas, casas como las mejores de Caracas, con galerías espaciosas y elegantes bajo cuya cubierta se hacían las transacciones comerciales sin problemas, pues la policía tenía a la ciudad limpia de todo delito, un colegio con los tres grados de instrucción (elemental, secundaria y científica) bajo la rectoría del ingeniero Alejandro Mantilla, un mercado de forma semicircular enverjado entre La Alameda y el Río a donde llegaban víveres de Cumaná, Barcelona, el Meta, Casanare, Apure y de otras provincias. La ciudad acusaba un auge promisorio, buenas construcciones, activo comercio y gran movimiento naviero y aduanal.

Los Heres y los Rodil

         Las familias Heres y Rodil llegadas a Angostura en el siglo XVIII, estaban   emparentadas y tendían a vivir como clanes en la misma cuadra.
         Los Heres tenían casa solariega, hermosa, haciendo esquina entre las actuales calles Libertad y Amor Patrio mientras que los Rodil vivían entre las calles Amor Patrio e Igualdad.
         Los Heres y los Rodil estaban emparentados o eran primos porque el escribano público Juan Rodil era casado con Juana Josefa Rivero Morin y ésta tenía una hermana casada con José Fernández de Heres, padre del General Tomás de Heres, quien se casó con María Jesús, hija de Juan Rodil y Juana Josefa de Rodil, vale decir, que el General Tomás de Heres se casó con su prima María Jesús y no tuvieron hijos
         María Jesús Rodil de Heres, quien quedó viuda en abril de 1842 cuando asesinaron a Heres, tuvo tres hermanos: Juan, casado con Elisa Bastidas; Margarita, casada con Segundo Calderón y Martiniano Rodil, casado con Clotilde Goursarc, el 17 de febrero de 1844 y de cuyo matrimonio nacieron siete hijos: María Jesús, Juan, Antonio, Vicente, Tomás, Margarita y María Luisa.

De Rodil a Paschen

         Para 1874, la ciudad estaba padeciendo las consecuencias de la Guerra de los Azules que en Guayana tuvo como blanco a Juan Bautista Dalla Costa Soblette. Consecuencias traducidas en deterioro de las casas por los impactos de los cañones, inestabilidad de los gobiernos, escasez, hambre y muerte. La familia Rodil Goursac no escapaba a esa situación viéndose obligada a hipotecar la casa a Francisco Cambra por 3.500 pesos macuquinos para repararla y salir un poco de la penuria.
         Posteriormente, en 1907, tratando de buscarle una salida a esa deuda, y por enfermedad y muerte de la señora Clotilde Goursac, viuda de Rodil, el inmueble volvió a cargar con otra hipoteca. Esta vez a favor de Francisca Gorrin de Contasti Laveaux.
         Vencida la hipoteca en 1911 y declarada la incapacidad económica de la familia Rodil Goursac se decidió, tras convenios entre todas las partes, acceder en venta la casa a don Andrés Juan Pietrantoni, empresario próspero de la ciudad, Presidente de La Electricidad y dueño de la Cervecería de Ciudad Bolívar que luego fue adquirida por la Cervecería Caracas.
         Andrés Pietrantoni vivió en ella 15 años, es decir, hasta 1927 que la cedió en venta a Aquiles Silverio, quien la vendió en 1928 a Max Paschen, comerciante alemán radicado en esta ciudad como socio de la Casa Blohm.
         Casado con Elisa Gutermann, tuvo cinco hijos, cuatro nacidos en Ciudad Bolívar y la última en Alemania ya de vuelta definitiva a su país poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Le sobreviven Marieta y Elisa, actualmente en Alemania y Max que permanece en Ciudad Bolívar casado con Iris Gambus (dos hijos).
         Sus otros hijos, Margot y Hermann, murieron. Este último en el accidente aéreo ocurrido en Cabo Codera en 1946.
         Hermann, quien era casado con Marielena Guzmán, se había quedado con la casa, adquirida para la sociedad conyugal el 20 de junio de 1940. Tras su trágica muerte, su viuda Marielena la dio en venta a su cuñado Max Paschen, quien la vendió al Gobierno para ser destinada a la Escuela de Música Carlos Afanador.
         La casa, construida de mampostería, techada de azotea, con un sótano hacia el Norte, diez metros de frente por 29 de fondo, linda con la casa que fue del prócer de la independencia Tomás de Heres y que luego fue adquirida por el doctor Carlos Fragachán y la de Victor Manuel Silva Carranza, restaurada para ampliación de la Escuela de Música. En la casa de Heres funcionó hasta la década del sesenta el servicio telegráfico y finalmente la adquirió el doctor Ramón Zambrano Ochoa para transformarla en un bufete colectivo de abogados.

Valoración arquitectónica

         El arquitecto Orlando Benítez, quien hizo un estudio de la casa a partir de los documentos del Registro Principal transcriptos por el paleógrafo Ángel Pinto Lara, dice que “la Casa Paschen es uno de los más hermosos ejemplos de la arquitectura angostureña,” construida de acuerdo a las técnicas tradicionales y la influencia de la época progresista de mediados del siglo XIX. De autor anónimo refleja el buen gusto, dominio de las proporciones y conocimientos del mejor trabajo constructivo que se expresa en los muros de mampostería, la carpintería de sus ventanas y puertas vidrieras, el maravilloso encaje de los elementos decorativos de los balcones, tamizando la fuerte luz que solea la fachada norte de la casa.
         Explica que la tarea de edificar en ese terreno esquina de la calle Amor Patrio con calle Igualdad, de fuerte pendiente y grandes peñascos, obligó a la construcción de un muro de contención perimetral y relleno, hasta donde la altura permitió obtener un nivel más bajo a ras con la calle Amor Patrio, prefiriéndose la entrada principal por la calle Igualdad por comodidad de acceder a las dependencias principales a nivel de la calle.
         El plano de 1852 señala una parcela más amplia a la que ocupa actualmente, así como también la casa contigua de lindero sur contiene en su fachada los mismos elementos arquitectónicos de la fachada oeste de la Casa Paschen, como son: la puerta con ojo de buey, la ventana con idéntico diseño de repisa, quita polvo y reja, la cornisa es una sola para las dos casas.
         La casa en varias ocasiones fue intervenida y a partir de los años cincuenta quedó totalmente abandonada. Los techos acabaron por caerse, creció en su interior la maleza, se agrietaron los muros y sus instalaciones y mobiliarios saqueados. Ahora la casa ha vuelto a otra vida. El arquitecto Benítez dice que el criterio principal de esta restauración que se acometió con aportes del Gobierno Regional y Lagoven, consistió en devolver a la casa Paschen su dignidad y revitalización en su concepto más amplio.


lunes, 29 de mayo de 2017

Ventanas de Angostura


  
    
Característica tipológica fascinante del casco urbano angostureño son las ventanas de sus casas escalonadas sobre la cuesta, muchas de ellas en franco deterioro, sustituidas o simplemente agotadas

Las ventanas angostureñas, muchas ellas enrejando elegantes balcones.  Ventanas de todas las dimensiones y de estilos muy hispanos, fueron hechas de madera unas y de hierro forjado otras o, en ambos casos, combinados, mirando hacia el río tantas como las que expresamente buscan el aire y la radiante luz del trópico.
Pero si bien las ventanas sobresalen por sus formas, encanto y fascinación, ellas constituyen parte de un conjunto donde también las puertas, ojos de buey, cornisas y contramuros se conjugan en la euritmia arquitectónica.
Viajeros y hombres ilustrados no han dejado a su paso por Guayana, de referirse con admiración a las ventanas y balcones de las viejas casonas de Angostura. Humboldt y Bonpland, pasando por Friederich Gerstacker, el checo Enrique Stanko Vraz cuya obra fue publicada por la Fundación Cultural Orinoco, hasta Rufino Blanco Fombona y el incorregible J. M. Vargas Vila, desterrado y hospedado en la casa donde se reunió en 1819 el Congreso de Venezuela, realzaron con su pluma los ventanajes de las empinadas casas de la capital angostureña, por lo mismo que Aquiles Nazoa cantó en su “Caracas física y espiritual” a las ventanas de la ciudad de los techos rojos.
Y es que como dice Aquiles, “las ventanas son como gráciles antenas del tiempo, las que recogen en el cordaje de sus hierros las vibraciones de cada hora significativa de la vida de la ciudad, el tono espiritual de cada generación, el eco demorado de la historia, de la aventura humana que alentó y se extinguió en la intimidad de aquellas casas. La magnificencia o miseria de cada época, los rumbos que siguió el espíritu, las modas que crearon y aún sus pasiones...”

Agresión y suplantación

         Pero esas ventanas de madera o de hierro forjado, con biombos o postigos en sus puertaventanas, que le dan un sello personal a esta Ciudad del Orinoco heredada de los colonizadores, que recuerda una época, otras costumbres, un modo de vida diferente y una condición muy ejemplar del bolivarense, han ido desapareciendo o están siendo suplantadas agresivamente por ese pragmatismo muchas veces exacerbado del hombre de nuestros días que lo lleva a atentar contra todo en aras de su comodidad egocéntrica.
         Bajo un clima ardientemente tropical como el de esta parte del Orinoco, lo aconsejable fue siempre casas altas, espaciosas, ventiladas hasta el máximo e iluminadas a través de grandes ventanas en las que la creatividad del habitante terminó poniendo su acento personal recreado dentro de la obra arquitectónica de un tiempo en que el comercio de Angostura florecía a través de su puerto fluvial en constante comunicación de intercambios económicos y culturales con ciudades importantes de Inglaterra, Estados Unidos y Europa.
         Así tenemos que buena parte de las ventanas, incluyendo lógicamente las de balcones, así como columnas y balaustradas de la vieja Angostura, fueron fabricadas en Europa y las Antillas, especialmente en Hamburgo y no perdían hasta hace poco su equilibrio estético individual ni de conjunto. Respondían invariablemente a un tiempo que apenas comenzó a extinguirse desde la mitad del presente siglo.
         Con las ventanas han ido desapareciendo viejas estructuras y aspectos importantes de la fisonomía integral de numerosas casas de estilo antillano, colonial y neoclásico. Conservarlas habría sido lo ideal, por lo menos en el llamado casco o centro urbano, pero no hubo preocupación ni legalización desde un principio, sino después que el mal había avanzado brutalmente.

El Comercio de vitrinas

         El snobismo, el espíritu de imitación, la funcionalidad o comodidad mal entendida, el comercio de vitrinas, en fin, las llamadas “Puertas Santamaría” y los aparatos de climatización artificial o de aire acondicionado, están acabando con la ciudad histórica, vale decir, con la ciudad de nuestros abuelos, con aquella ciudad escenario o testigo de la emancipación y de los últimos tiempos de la colonización.
         Entre Angostura y los puertos más importantes de Inglaterra, Europa y Norteamérica, existió desde el siglo diecinueve un comercio floreciente a través de barcos  de vela y de vapor,  mucho de ellos contratados por un capitán de gran vuelo y envergadura como lo fue Felipe Escandela, a quien la capital guayanesa debe mucho de lo poco que todavía conserva, pues él por encargo de la gente rica y distinguida de Guayana., traía en sus naves la losa para los pisos, las ventanas, celosías y balcones ornados con dibujos y arabescos, incluyendo en algunos casos la inicial del apellido completo de familias como en la Casa de las Doce Ventanas de los Machado y en los balcones de la que fue casa de los Grillet, uno de cuyos miembros ejerció la dirección a principios de siglo de la Banda del Estado y otro, ciego, excelente músico que dio conciertos en el Teatro Bolívar.
         Angostura, después Ciudad Bolívar, dejó de importar ventanas, balcones, rejas, columnas, mascarones, balaustradas y ruedas para carruajes, cuando se instalaron en ella a partir de 1917 los herreros extranjeros José Abati, Humberto Bates, Henry Thomas, entre otros, pero ya este tipo de forjas no se realiza en la ciudad. La civilización ha impuesto otras técnicas y modelos que se avienen muy bien al modernismo y que de ninguna manera se critica o se rechazan, sólo que por corresponder a otro lenguaje no encajan en la arquitectura angostureña que nos viene del siglo pasado y que se reforzó durante la mitad del presente.
         La arquitectura moderna o, en todo caso, la contemporánea, debe recrearse en nuevos espacios y dejar la ciudad primigenia inalterable en su esencia históricamente identificable, lógicamente, dentro de su propio contexto para que mañana cuando las generaciones futuras pregunten cómo era la ciudad de sus abuelos haya, mejor que el recuerdo y la crónica, una realidad viviente, una respuesta permanentemente tangible.
         Las casas antiguas, especialmente si forman un conjunto urbanamente trazado, son la memoria, el testimonio, la historia vívida de la ciudad y la idea de preservarlas, rescatarlas, conservarlas, en el caso de Ciudad Bolívar, fue la intención al ser declarado su casco urbano monumento público nacional.

La revitalización

         Preservar, restaurar, conservar, no determinantemente para la contemplación o en función de una escenografía turística. Esto es subsecuente, sino para que continúe en ella la vida y el trabajo con fuerza tradicionalmente renovadora.  Hacerlo así es proteger las raíces de nuestra identidad, de nuestra cultura, de nuestra nacionalidad.
         Sin embargo pareciera que esto todavía no está suficientemente claro para quienes tienen y han tenido la responsabilidad de dirigir el proceso de revitalización del casco histórico de Ciudad Bolívar iniciado oficialmente en 1987, pues se vienen cometiendo equivocaciones que son ostensiblemente producto de la premura, la falta de un buen y especializado asesoramiento, de intereses egoístamente profesionales; pero, en general, por falta de sólidos, definidos y firmes criterios en la materia como de una política integral, coherente y consistente en cuanto a la forma de llevar a cabo el proceso de rehabilitación a corto, mediano y largo plazos.
         De allí que hasta ahora los aportes dirigidos a la revitalización se hayan demorado en restauraciones puntuales de ciertos edificios, en remodelaciones de algunos sitios públicos como El Mirador (muy mal por cierto), en reparaciones de edificios restaurados con anterioridad como la casa del Correo del Orinoco y construcción de nuevos inmuebles como el de la Escuela Zea, en la calle Igualdad, tan criticada por el artista Henry Corradini y arquitectos restauradores, aduciendo estar fuera de contexto y no guardar relacion con la antigua ciudad.
         La parte negativa y condenable del proceso es cómo se vulnera descaradamente, sin sanción ni corrección, la Ordenanza del Casco Histórico desmejorando la calidad del conjunto urbano y la falta de una política para lograr  que los propietarios restauren sus casas, las rehabiliten o salven del proceso de deterioro, que detenga las intervenciones que vienen sustituyendo tejados por techos de zinc o tejalic; puertas de madera por rejas de hierro o portones Santamaría, ventanas por aparatos de aire acondicionado; en fin una política que detenga además, las intervenciones que frecuentemente se llevan a cabo para la instalación de tubos, antenas, vallas, pancartas, cajas de medidores y otros elementos que interfieren la homogeneidad y armonía de las características tipológicas tradicionales de la ciudad



domingo, 28 de mayo de 2017

Cárcel Vieja de Ciudad Bolívar


        Las fortalezas erigidas para defensa de la ciudad sirvieron posteriormente de cárcel o prisión como fue el caso de los Castillos San Francisco y el Padrastro.  Angostura, no obstante, tuvo desde el principio su Cárcel Pública o Cárcel Vieja como le dicen ahora para distinguirla de la de Vista Hermosa.

         Entre las edificaciones que se propuso el gobernador de la provincia, Manuel  Centurión para revitalizar institucionalmente la ciudad, estuvo la Cárcel, pero al cabo de diez años que duró su mandato, interrumpido virtualmente por la presión religiosa fraileña con la cual tuvo roces, le fue materialmente imposible terminarla. Tampoco pudieron continuarla los gobernadores siguientes, excepto Miguel Marmión, quien por no tener ya donde meter los presos, optó por paralizar la construcción lenta de la Catedral para destinar los impuestos del guarapo y juegos a la prosecución de la obra. Pero no fue muy lejos el Gobernador Marmión, tampoco Inciarte. De allí que al instalarse en Angostura los Poderes de la República hubiese que habilitar una de las casas que por la parte Sur flanqueaban la Plaza Mayor, para que sirviera de prisión.
         De suerte que para la época de la Independencia, la Casa de Prisión estaba junto a las de la Guardia y Cuarteles Militares flanqueando en su lado más alto la plaza empedrada.
         Por ello tal vez no se le menciona durante el sitio de Angostura, no obstante su ubicación estratégica de dominio sobre el río. Se habla de una gran zanja alrededor de la ciudad y de cañones emplazados en Polanco y la Alameda solamente.
         Para 1866 ya existía como cárcel puesto que Tavera Acosta la menciona en un capítulo titulado “La Revolución de los Azules”, cuando el coronel Ramón Contaste, con un grupo de bolivarenses partidarios de Dalla-Costa, trata de vencer inútilmente a la guardia de prevención para tomarla.
         Los días 20, 21 y 22 de agosto de 1902 los vapores de guerra Restaurador y Bolívar comandados por el General José Antonio Velutini y Román Delgado Chalbaud dispararon 1.300 proyectiles explosivos sobre la ciudad (Guerra Libertadora) y causaron daños a numerosos edificios, entre ellos la cárcel.
         Por su proximidad con el desaparecido Fuerte San Gabriel que Moreno de Mendoza levantó en El Arenal, hoy Mirador, se cree que vino en cierto modo a reemplazarlo, por lo menos durante la crecida del Orinoco
         Con motivo de los trabajos de restauración de este inmueble, la revista El Minero dice en su edición julio/ agosto 1980: “la edificación de la cárcel vieja está ubicada en frente del Paseo Orinoco y sirvió de prisión prolongados años. Se cree que pudo haber sido una dependencia del Fortín San Gabriel, en el Orinoco, pero hasta ahora esto no está totalmente dilucidado”. Por su parte el doctor José Sánchez Negrón, Cronista de Ciudad Bolívar, dice en un artículo sobre este edificio: “Lo que sí está definitivamente en claro es que  el edificio de la Cárcel Vieja no fue asiento del Almirantazgo, tampoco lo fue de la prisión pública durante el dominio realista”.
         Evidentemente, los republicanos, después de la Toma de Angostura tomaron uno de los inmuebles de la parte Sur de la Plaza mayor para que sirviera de Cárcel. En ella estuvo preso el general Juan Bautista Arismendi, quien fue trasladado desde Margarita al negarse a cumplir una orden del Gobierno Supremo relativa al reclutamiento para aumentar la capacidad numérica del Ejército que se preparaba para invadir a Colombia. Igualmente los Castillos de Guayana la Vieja sirvieron de prisión desde tiempos de la colonia hasta muy avanzado el siglo diecinueve.
         Otros establecimientos penales del Estado Bolívar a lo largo de su historia, son la Colonia de Trabajo de El Dorado creada en 1944 y la Cárcel de Vista Hermosa, en 1951.

La Cárcel vista por Blanco Fombona

El escritor Rufino Blanco Fombona, quién estuvo preso en la Cárcel Vieja de Ciudad Bolívar junto con el poeta Alfredo Arvelo Larriva, la describe así en carta del primero de agosto de 1905, dirigida al Secretario General de Gobierno Eliseo Vivas Pérez:
“Muy señor mío: ayer fui pasado a la cárcel pública, de orden del juez, según se dice. La cárcel de Ciudad Bolívar es inhabitable para ninguna persona, no digo ya decente, sino que haya  visto otra cosa que inmundicias y narices que hayan respirado otra cosa que miasmas.
La cárcel la constituyen dos patios, separados por un muro: el patio de entrada, más pequeño, y el del fondo, en donde estoy, un cuadrado perfecto, de una sola planta siete metros de largo por siete de ancho. Encuadran este patio donde pululan hasta 80 presos, la más abigarrada plebe de asesinos y ladrones. Los calabozos son seis y un excusado, es decir siete letrinas.
Es tal el hedor que se desprende de estos ochenta cuerpos sudados, de estas ochenta gorduras, que hacen lo menos ochenta evacuaciones diarias, sin contar los soldaditos de guardia. Es tal la pestilencia, que apenas llegué caí malo con neuralgia y con bascas: anoche me ha sido imposible conciliar el sueño.
Han vertido creolina sobre esta putrefacción, lo que no sirve sino para aumentar la hediondez, de cloacas con hedor a botica. Y el olfato engañado no sabe dónde respirar, si en el water closet o en una farmacia.
Sepa usted, pues adonde ha enviado el Ejecutivo de Bolívar porque no creo que sean los jueces, a un hombre cuyas manos hubieran tenido mucho honor estrechar y cuyas sonrisas hubieran tenido a mucho honor merecer, ayer nomás, esos mismos que lo aprisionan.
A la insoportable hedentina, agréguese el horror de la comunidad forzosa de seres de educación, carácter, raza y costumbres semejantes de los míos, el calor de 37 grados Reaumur que reina hoy en Ciudad Bolívar, y una multitud de cucarachas, ratas, ratones, moscardones, moscas, mosquitos y otros nauseabundos huéspedes de la basura.
¿Y es éste, el lugar que han escogido para encerrarme? ¿No estaba, por ventura, bastante preso en el cuartel de policía? La gendarmería que basta para seguridad de una población ¿no era suficiente para custodiar a un prisionero? Y no se me arguya que el juez de ustedes dice que se me detenga en la cárcel. Al juez lo que le interesa, si algo le interesa  con respecto a mí, es que yo quede bajo seguro y pronto a comparecer a su presencia.
La policía apenas se halla separada de la cárcel por una mampostería ¿qué importa, pues, al personaje de la justicia, el que yo esté a la derecha o a la izquierda de un muro; en ese o en el otro cuartel?
Y me dirijo a usted porque sé ¡ay!, cuánto puede un Secretario de Gobierno.
Secretario de Gobierno era yo, años atrás cuando coterráneos y conmilitones de usted cayeron presos en el Zulia; y no me costó mucho dispensarles cien liberalidades.
Todo esto, señor odontólogo, no es pedir cacao, sino pedir justicia”
Rufino Blanco Fombona, novelista, historiador y ensayista, una de las personalidades más vigorosas y decididas de la época, fue perversamente internado por sus enemigos políticos en esa vetusta cárcel, tras haber sido Gobernador del Alto Orinoco y Río Negro que antes tenía su sede en San Fernando de Atabapo. Su testimonio a la luz de la situación carcelaria actual, evidencia que muy poco se ha cambiado. Entre la Cárcel Vieja y la Cárcel Nueva hay una diferencia de decenios, pero el infierno sigue siendo igual.
El edificio de la Cárcel Vieja de Ciudad Bolívar fue restaurado en 1980 por la Corporación Venezolano de Guayana, bajo la supervisión del arquitecto Graciano Gasparini para ser destinado al Archivo Histórico del Estado Bolívar. En él ha venido funcionando también el Museo Etnográfico de Guayana conforme a un proyecto elaborado por la antropóloga María Eugenia Villalón.

Cárcel Modelo
        
         En 1951 cuando fue construida se le denominaba Cárcel Modelo, después Cárcel Nacional. También Cárcel Nueva y finalmente Cárcel de Vista Hermosa
         El director de Obras Públicas Nacionales en el Estado Bolívar era ese año de 1951 el ingeniero Antonio Burguillos, quien una vez concluida la obra, la presentó como un centro para la seguridad, disciplina y regeneración de presos.   
         Su estructura de cinco cuerpos y dos plantas incluía edificio para la administración. El primer cuerpo destinado a talleres; el segundo, para alojamiento de 60 presos en cada planta, con cuatro dormitorios colectivos y en el piso superior los servicios de mantenimiento. La planta baja con diez celdas individuales y varios dormitorios colectivos. En el tercer cuerpo de una sola planta: la cocina, comedor y lavandería. El cuarto cuerpo de una sola planta, destinado a reclusas, capacidad para veinte mujeres, además de sala de enfermería y farmacia. Y el quinto cuerpo de dos plantas destinado para alojamiento del Alcalde, parte superior, y la de abajo para oficinas.
         Antes de transferir los reclusos de la Cárcel Vieja en pleno casco histórico de la ciudad, entre el Paseo Orinoco y calle Igualdad, la Cárcel de Vista Hermosa fue estrenada por los presos políticos de la dictadura militar del General Marcos Pérez Jiménez, que se hallaban en los campos de concentración de Guasina y Sacupana de la región deltana.

La Colonia Penal de El Dorado

         El Dorado es un pueblo situado en la confluencia de los ríos Cuyuní-Yuruán- Yuruari, en plena región selvática. Las primeras viviendas fueron hechas por padres Capuchinos que en 1802 se internaron en misión evangelizadora hasta la Gran Sabana. Pero el nombre de El Dorado como pueblo data de 1894 por iniciativa del entonces Comisario de Fronteras, general Domingo Sifontes. En 1923 fue elevado a la categoría de municipio y su vida ha transcurrido al calor de la explotación minera, de los recursos forestales y de la Colonia penitenciaria.
         La colonia de Trabajo de El Dorado fue creada por el Gobierno Nacional en octubre de 1944, a dos kilómetros del poblado, separada por el Cuyuní y sus afluentes. Su funcionamiento se inició en diciembre de ese mismo año con la llegada del primer lote de cien delincuentes traídos de la extinguida isla del Burro en el Lago de Valencia.
         Se rige por un reglamento decretado por el Gobierno Nacional el 20 de marzo de 1954 y a ella van a parar hampones, vagos y maleantes de todo el país, los cuales son sometidos virtualmente a un régimen de reeducación y  trabajo. Trabajo en comunidad durante el día y de aislamiento durante la noche. Bajo este régimen están los reclusos divididos por grupos según se trate de personas mayores de 18 y menores de 21 años; mayores de edad o de extranjeros. Luego existe una clasificación entre los de mala, regular y buena conducta. Estos últimos, de acuerdo con el tiempo de reclusión se ubican en el umbral del Régimen de Comunidad agrícola o Industrial, bajo una vigilancia de seguridad media. De aquí pasan al último régimen, el de Colonia Agrícola, que tiene por objeto la aplicación de un régimen de transición a la vida libre.


sábado, 27 de mayo de 2017

Casa Wantzelius

Mandada a construir en 1851 por el naviero alemán Adolfo Enrique Wappaus, el inmueble se sumó al conjunto arquitectónico que en Ciudad Bolívar inauguró un nuevo estilo en el urbanismo del siglo diecinueve.

         ¿Casa de los Wantzelius? Así le dicen no sabemos desde cuando. Tal vez desde 1914 cuando la compró el comerciante George Wantzelius, pues antes, mucho antes, en 1851 la casa había sido construida por Adolph Henrich Wappaus, hijo del armador George H. Wappaus, segundo naviero de importancia en Hamburgo, metrópoli del comercio alemán desde la creación en el siglo XIII de la liga Hanseática. 
         El primer Cónsul de las ciudades Hanseáticas en Angostura fue Wuppermann, designado en febrero de 1838. Era socio de Theodor Munch en un comercio de importación y exportación y estuvo como tal hasta 1857 cuando se ausentó de la ciudad. A partir de entonces se sucedieron en el Consulado, Henrich Krokn, L. F. Blohm y Adolph Henrich Wappaus. Adolph llegó a Venezuela desde Hamburgo para trabajar de socio en la casa mercantil de Georg Blohm en Ciudad Bolívar.
         Georg Blohm fue uno de los comerciantes más prósperos que tuvo Angostura. Nació en Luberck (1801-1878), comenzó a aventurar por América hasta 1825 que se instaló en la isla de San Thomas, donde trabajó como empleado de firma C. F. Overmann. Luego de acumular experiencias mercantiles en los negocios de ultramar, se radicó en Angostura que entonces era comercialmente muy movida. Se asoció con Juan Bautista Dalla-Costa  y a través de esta sociedad cultivó importantes relaciones tanto dentro como fuera del país.
         En 1834, Georg Blohm se separó de Dalla-Costa y adquirió el compromiso de no instalar negocio competidor o de otro tipo en Angostura dentro de los próximos diez años. De manera que en 1844, cumplió el tiempo del acuerdo y estando instalado en la Guaira y Puerto Cabello, volvió a incursionar en la capital guayanesa, pero asociado a la casa Wuppermann & Cía.
         Una vez consolidado su proyecto mercantil, Georg Blohm retornó a su natal Luberck, desde donde dirigía sus negocios en Venezuela y escogía a sus empleados. Muchos de los europeos que trabajaron en la casa Blohm de Ciudad Bolívar, fueron contratados por Georg, entre ellos, el prusiano Adolph Henrich Wappaus.
         Muchas ciudades comerciales de Alemania como Hamburgo, Hannover y Prusia, tuvieron representación consular en Angostura desde 1838, dado que la Capital del Orinoco era importante para su comercio, pues había una dinámica de relación mercantil con Europa y un fluido intercambio de géneros y productos de la selva, no obstante que de un lugar a otro se tardaban con veleros 18 y 20 días, dependiendo de la brisa. El regreso era más penoso. Lo hacían en 30 y 35 días.

        
         La llamada Casa de los Wantzelius la construyó Adolfo Wappaus para reubicar el Consulado y vivir en ella con su esposa Evelina Trudenzia del Campo, quien le dio siete hijos, los dos primeros nacidos en Ciudad Bolívar en 1853 y 1855, respectivamente.
         Rolf Walter, profesor de la Cátedra de historia Económica y Social de la Universidad Erlangen – Nuremberg, en su libro “Los Alemanes en Venezuela”, dice que la familia Wappaus regresó a Hamburgo en 1857 y Adolfo se convierte allá en dueño de la empresa naviera y de la firma comercial A. K. Wappaus.
         Tavera Acosta, en sus “Anales de Guayana”, cita a Wappaus como individualmente el mayor contribuyente con 500 pesos para la erección de la estatua del Libertador en la Plaza mayor de Ciudad Bolívar. Así mismo aparece como uno de los que abogaron y concretaron la construcción del cementerio particular para los cristianos no católicos, a los que la Iglesia impedía fueran cuando muertos inhumados en el Cementerio Municipal.
         Wappaus murió en Hamburgo el 16 de noviembre, a la edad de 91 años. Había nacido el 14 de octubre de 1814. La noticia del deceso la publicó el diario El Anunciador, 23 días después.

Arquitectura del inmueble

         Luego que Wappaus decidió reinstalarse en sus naturales predios de Hamburgo, vendió lo que seguramente era el más vistoso y elegante inmueble angostureño de la mitad del siglo diecinueve. Una casa que sobresalía y se distinguía aun más porque en su entorno las viviendas eran humildes. Estaba ubicada en la calle nueva o de las Orozco, hoy libertad.
         El inmueble distinguido con el número 3, tenía dos entradas: una por la calle Libertad y otra por la Concordia que prácticamente era una puerta cochera o de la servidumbre que comunica con el sótano y un jardín  que cultivaba la señora.
         El patio de la casa de tres plantas, comunicaba con la Laguna de la calle del Paseo El Porvenir y desde la parte alta por donde entraba a bocanadas la brisa del Orinoco, se dominaba el paisaje urbano y natural del río.
         Desde lo alto y a través de celosías, Wappaus podía observar el movimiento portuario de veleros y barcos de vapor zarpando con productos de la tierra o descargando toda clase de géneros importados de ultramar.
         Los barcos, profusamente en tiempo de aguas altas, remontaban el Orinoco hasta Cabruta. Luego se subía por el Apure hasta San Vicente y finalmente se llegaba a otros lugares occidentales a través del río Santo Domingo. San Fernando de Apure, servía de escala de este tráfico fluvial.

Los nuevos dueños

         Un hijo del primer Mathinson llegado a Venezuela pasó a ser el nuevo dueño de la hermosa residencia de la familia Wappaus. Tal era el comerciante James Buckely  Mathinson.
         James era hijo de Kenneth Mathinson Makensie nacido, según el diplomático Carlos Rodríguez Jiménez, en Porth (Escocia) el 20 de abril de 1720. Kenneth, a quien apodaban “El Escocés”, ingresó a la armada británica en 1886. Vino a Venezuela en la primera expedición del Generalísimo Francisco de Miranda, y una vez fracasada ésta, se quedó en la Isla de Trinidad donde hizo vida militar hasta 1840 que se radicó en Angostura en calidad de Vicecónsul, cargo que desempeñó hasta 1886, año de su fallecimiento.
En Angostura, Kenneth Mathison se casó dos veces y de su primer matrimonio con Isabel Berris nacieron diez hijos, de los cuales James Buckely sobresalió en Angostura. Fue James quien compró a Wappaus el inmueble y allí nacieron sus hijos Alberto, Eduardo, Juan Bautista, Isabel, María Luisa y Jimmy, quien murió ahogado con su madre en el Orinoco.
James Mathison compró la casa a Wappaus en 1855 y vivió en ella con su familia durante 23 años, vale decir, hasta 1878 cuando la familia comenzó a dispersarse entre San Félix y Upata. Ese año la adquirió el francés Eugenie  Buchard, quien la vendió en 1910 al señor Paschen.

Georg Wantzelius
        
         Georg Wantzelius, de origen checo, de los que emigraron al norte de Alemania, llegó muy joven, 1898, a Ciudad Bolívar.
         Su padre era Cónsul de Hamburgo en San Thomas, pero Georg Wantzelius nació en Alemania y allá creció y estudió hasta los diez años que su padrino H. Blohm lo entusiasmó para que se viniera a Ciudad Bolívar.
         Georg había sido campeón juvenil de tenis en Alemania y en Ciudad Bolívar no dejó de practicarlo. Aquí entusiasmó a paisanos suyos y Ciudad Bolívar tuvo su cancha de tenis y unos cuantos raqueteros hijos de la gente adinerada de la capital.
         Para 1914 cuando compra a Paschen la casa que hoy identifican con su nombre, G. Wantzelius tendría unos 36 años de edad. Era la época del Dictador Juan Vicente Gómez y gobernaba en el Estado Bolívar el General Marcelino Torres García, uno de los gobernadores que más hicieron obras de mejoramiento urbano para la ciudad. Para entonces la calle Libertad fue mejorada y se acrecentó el valor del inmueble.
         Georg Wantzelius  vivió allí con su familia hasta 1937 que la casa fue vendida para residencia del Presidente del Estado que entonces era el doctor José Benigno Rendón, pero éste nunca vivió allí porque al año siguiente cuando pensaba mudarse, fue sustituido por el doctor Ovidio Pérez Agreda, quien decidió destinar el inmueble para sede de la prefectura. Allí también funcionaron el Consejo Municipal, la Banda Dalla Costa y finalmente la Asociación Venezolana de Periodistas hasta 1965 cuando la casa acusaba un peligroso deterioro.
         Finalizando los años sesenta, la casa de los Wantzelius parecía tocar fin. Su progresivo deterioro, de acuerdo con el entonces presidente municipal, constituía un peligro público y ordenó la demolición. Alertada, la directiva Avepista realizó una campaña de prensa y radio que evitó la demolición, pero posteriormente, manos ocultas, buscando se desplomara espontáneamente, le sustrajeron vigas, puertas y rejas, pero aun así los centenarios muros amalgamados de piedra y barro, resistieron y un buen día la arquitecto Elisa Guédez hizo el resto: interesó al Ministerio de Desarrollo Urbano para que salvara y restaurara el edificio y en 1985 comenzó el proceso de salvación y restauración.

Casa de cinco niveles

         El terreno con 1048 metros cuadrados, presenta cinco niveles y 770 metros de construcción arquitectónicamente muy bien aprovechados. La distribución es perfecta. Tiene un gran sótano, planta baja y alta. Según el arquitecto Antonio Violich, quien trabajó como proyectista para la firma Alzor, C. A. la fachada es de estilo neoclásico. La planta alta conforma un rectángulo con cuatro ventanas de doble puerta y abanicos de luz, flanqueadas por pilastras decorativas y relieves con capiteles dóricos, más dos ventanas, puertas del mismo estilo que dan a los balcones.
         Para el proyecto arquitectónico de la obra de recuperación y restauración, el arquitecto Violich debió investigar y hacer seguimiento de la tradición del inmueble, asesorado en ciertos aspectos por el licenciado en Historia del Arte, Alfredo Hurtado. Debió entrevistarse con descendientes de Georg Wantzelius, quienes vivían en Caracas y seguido la línea mercantil de su antiguo antecesor. De tal modo que el nombre Wantzelius vive y pervive no sólo por herencia ancestral sino a través de una antigua y noble casa angostureña que calza esas letras de origen checo aun cuando el creador de la misma haya sido Adolph Henrich Wappaus.



viernes, 26 de mayo de 2017

La Casa de Tejas

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Erigida a finales del siglo pasado sobre una inmensa laja del Parque El Zanjón, enseñoreada sobre la horizontalidad del Río, refuerza con su nuevo destino los valores tradicionales de su fama.

La fama de la Casa de Tejas es proverbial desde el mismo momento de su construcción. Tanto por la elección y calidad del elector del sitio como por la proyección que le dio durante algún tiempo la permanencia allí de un personaje a quien la picaresca angostureña celebraba su festinado adiós a la carne.
La casa en sí es una joya de la arquitectura tradicional relevada por la singular topografía de El Zanjón                   
El casco de la ciudad responde a tres realidades definidas: la parte plana con edificaciones de galerías sobre la línea de aguas altas del Orinoco, los edificios del Cerro El Vigía de clara influencia española y El Zanjón que es un área natural de cinco hectáreas de formaciones rocosas espectaculares entremezcladas con árboles autóctonos de gran tamaño.
En este lugar que desciende en laberíntica hondonada, el General Francisco (Pancho) Contasti Gerardino levantó su casa y en ella vivió toda la época de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. Desde entonces es el nombre “La Casa de Tejas”que la distinguía de las pocas que allí existían con otra clase de techo.
El nombre de Pancho Contasti  Gerardino, descendiente de esclavos de Francisco Contasti Arcadio, hermano de los próceres de la independencia sudamericana, Ramón y Orocio Contasti,  sonó durante la Batalla de Ciudad Bolívar que dio término a la Guerra Libertadora.
A él, junto con Quintín Aguilera, tocó la defensa de la ciudad contra las fuerzas de Castro y Gómez, en los sectores de El Dique, Orinoco y La Alameda. Resistió el bombardeo y ametrallamiento de los barcos El Restaurador y Miranda y al final cayó prisionero.
Pero la Casa de Tejas no sólo se distinguió  y popularizó por el General Pancho Contasti Gerardino sino porque durante años de los cincuenta y sesenta vivió allí Emilio Morales.
Emilio Morales, quien fue el primer locutor titular que tuvo Radio Orinoco (antes Ecos del Orinoco), hizo que el nombre de la Casa trascendiera más allá del río a través de quienes venían de todas las ciudades populosas del país a participar en sus fiestas de carnaval. Transformistas de todas las calidades, signos y colores convergían allí en medio de un caricaturesco derroche de lujo y extravagancia para elegir su reina que luego era la nota divertida e hilarante de los desfiles.
La fiesta se acabó cuando el Gobernador Pedro Battistini Castro la expropió junto con otras en 1966 a objeto de convertir El Zanjón en un parque, pero no fue sino a raíz  del convenio con el Gobierno de España para la revitalización del casco urbano que materializó y la Casa de Tejas completamente restaurada fue destinada por el Gobierno de Andrés Velásquez, a un centro de cultura plástica.


Arsenio Pasarín Cuesta

        Desde el 27 de noviembre de 1989, la Casa de Tejas se halla en plena actividad y estuvo allí hasta su muerte un hombre predispuesto para el arte. Se llamaba Arsenio Pasarín Cuesta, quien pintaba y dibujaba desde que era un párvulo allá en la borrosa y lejana Castilla la vieja. Dibujaba perfiles, rostros de frente y bodegones, pero fue con un bodegón que impresionó al jurado de “Nuevos Valores” del salón anual de pintura de Barcelona que comenzó a trascender como artista de las artes visuales.
        España para 1955 estaba mal y el desempleo galopaba sobre el fláccido cuero de rocinante. Se hablaba entonces de un país petrolero llamado Venezuela donde la política de cabillas y concreto armado reclamaba mano de obra calificada. Pasarín sólo sabía de creyones y pinceles y con cien dólares que para entonces eran menos de 400 bolívares se embarcó en el vapor Lucania.
        Arribó con suerte pues a escasos días ya estaba trabajando como dibujante de carteles de Salvador Cárcel, una distribuidora de películas mexicana. Requerido luego ante perspectivas mejores trabajó en otras publicidades de la competencia hasta que decidió la independencia en la década de 1960 y fundó su propia publicidad. Fue entonces cuando lo perturbó el gusanillo izquierdista de la política. Estaban en su apogeo las guerrillas y Betancourt decidió mandarlo de vacaciones, primero para el San Carlos y luego para la represiva isla de Tacarigua.
        Arruinado y privado de la libertad durante cuatro años, el Gobierno lo indultó confinándole en Ciudad Bolívar. Alquiló la que era casa de habitación de la familia Bello, frente a la Plaza Miranda, y allí fundó un Taller de Arte académico que funcionó durante 24 meses, es decir, hasta 1971 debido a que el proyecto de anatomía plástica y estudio de dibujo para el que había importado de España veinte esculturas, fracasó por carecer de dinero destinado a la cancelación de los onerosos aranceles aduaneros.

Vuelta y retorno
       
        A raíz de la caída de Pérez Jiménez se había despertado un movimiento plástico importante en Ciudad Bolívar y para 1971 el cierre del Taller de Pasarín habría sido una catástrofe si no hubiera sido porque ya existía el Taller del Inciba. Pasarín se fue a Caracas a revivir su estudio de Publicidad y el 85 decidió retar de nuevo la suerte en el Orinoco. Compró una casa en la Concordia desde donde contemplaba al Orinoco y un día en que el vecino lo veía pintar y pintar sin ningún provecho económico, lo convenció que mejor que la pintura era la agricultura y Pasarín se fue al Río Aro, compró una finca y comprobó que su vecino estaba equivocado.
        Trabajó casi de gratis durante dos horas diarias – 6 a 8 p. m. – en el Taller de Artes Plásticas “María Machado de Guevara”. De allí pasó al Taller de Pintura “Rufino Zambrano Ochoa” de la casa de la Cultura “Carlos Raúl Villanueva” hasta que un día el Director de Cultura Benito Iradi le propuso fundar un Taller en la Casa de Tejas, con recursos suficientes para la cobertura de dos turnos y llevar a cabo programas de difusión no sólo de las manifestaciones de las artes plásticas, sino también de las artes escénicas. Lo aceptó y pronto la casa se puso en ebullición con alumnos y grupos teatrales y musicales; el Grupo Theja que dirige José Simón Escalona con el montaje de una obra que plasma el drama de la vida de Armando Reverón se presentó allí inmediatamente lo mismo que la folclórica cumanesa María Rodríguez y Gallo Pinto de Mariíta Ramírez. Porque la idea no es que la Casa de Tejas sea sólo para que los mayores de dieciséis años vayan allí a realizarse como profesionales de las artes visuales, sino que sirva igualmente de escenario para otras manifestaciones del arte como el teatro y el canto. El ambiente es una invitación permanente a la creación, recreación, contemplación y divertimiento y en ese sentido comenzó a aprovecharse.


jueves, 25 de mayo de 2017

Casa de las doce ventanas


Morada ha poco del tiempo y del silencio, donde una vez la dicha familiar, social, comercial y política tuvo sus más serios reveses y contratiempos. Morada del río y de las noches encantadas que hoy, renovada, abre puertas, ventanas, y celosías a la brisa, al aire luminoso y a la claridad del pensamiento.

         Aquí vivió el prócer angostureño, hombre de mar y de río, puesto que José Tomás Machado era Capitán de la armada patriota. Capitán de navíos. De esos diseñados para cruzar a vela los mares que distanciaban al viejo del nuevo continente
         Había nacido en otra casa de la ciudad adquirida por su padre el portugués,  Joseph Díaz Machado, para vivir con su esposa Petronila Afanador, veinticuatro años luego de fundada Santo Tomás de la Guayana en la angostura del Orinoco.
Aquí en esta casa construida a mediados del siglo diecinueve sobre la parte más alta de la Laja de la Sapoara, comenzó a vivir el prócer cuando ya había cumplido su jornada más importante a favor de la Independencia, bien al lado de los patriotas que en Guayana secundaron a la Junta Suprema de Caracas, en armas junto con el general Manuel González Moreno tratando de rendir a los realistas de Angostura, al lado de Miranda en el Portachuelo, La Victoria y Pantanero,  como en la campaña de Guayana en 1817.
El capitán, diputado al Congreso de Angostura, Gobernador y jefe de los liberales de Guayana, casado en segundas nupcias con Felipa Jiménez Cardier y padre de seis varones y tres hembras, comenzó por fin un buen día del siglo diecinueve a tener casa propia: un regalo de Rafael, hijo de su primer matrimonio con Concepción Contasti Arcadio.
Rafael Machado Contasti la hizo construir en la parte alta del actual Paseo Orinoco con calle Venezuela y para ello buscó a expertos albañiles conocedores de la técnica de construcción de entonces a base de piedra, cal, arena y barro.
Para el piso hizo traer mollejones labrados desde las Antillas, más las columnas y ventanas de hierro forjado en Europa. La madera dura y noble fue extraída de los densos bosques de Guayana. Quería Rafael que fuera la casa más elegante de la ciudad con catorce ventanas, doce en la fachada y las otras mirando hacia el poniente.
Los citadinos pronto le dieron nombre “Casa de las doce ventanas” y allí vivió el Capitán con su segunda esposa hasta que murió el 30 de enero de 1862, a la edad de 74 años,  siendo presidente del Estado Soberano de Guayana, Juan Bautista Dalla Costa hijo. Había nacido el 24 de diciembre de 1788.


Herederos del inmueble

         Rafael, quien lo había hecho construir, heredó el inmueble y a la muerte de su padre continuó viviendo allí junto con su esposa Cecilia Siegert Gómez Essá, hija del doctor J. T. B. Siegert, cirujano mayor del Ejército Libertador e inventor del famoso Amargo de Angostura.
         Este matrimonio Machado - Siegert tuvo cuatro hijas (Cecilia, Carmen, Ernestina y María) una de las cuales, María, se casó con don Pedro Liccioni, sobrino de don Antonio Liccioni, el más grande terrateniente que ha tenido Guayana, presidente de las Minas de Oro de El Callao y socio de Guzmán Blanco.
         El matrimonio Pedro Liccioni y María Machado Siegert, tuvo a Pedro, Rafael, Alberto, Margot y María, bisnietos por lo tanto de los próceres de la Independencia  (Machado y Siegert) y últimos herederos de la Casa de las Doce Ventanas, adquirida en 1983 por el Gobierno Regional, en principio, para destinarla al Museo de Ciudad Bolívar y finalmente a la Universidad de Guayana.
         Don Antonio Liccioni, Presidente de las Minas de El Callao y quien según Horacio Cabrera Sifontes dio origen a ese pueblo, tuvo sus oficinas en la Casa de las Doce Ventanas. Igualmente su sobrino Pedro Liccioni, destacado industrial y aficionado a los caballos, tanto que solía ir a su negocio del Puerto de Blohm, contiguo a la Casa de las Doce Ventanas, cabalgando un vistoso castaño melao.

Superstición y muerte

         En esta hermosa Casa de las Doce Ventanas solían darse saraos y bailes suntuosos. En uno de ellos -21 de enero de 1880- el General valenciano Manuel Castillo Cortez, Comandante de Armas de Guayana, llegó por tres veces a perder el equilibrio no se sabe si porque el piso estaba excesivamente encerado o por estar él pasado de copas. Lo cierto es que caerse tres veces seguido sobre una pista de baile lo tienen o tenían  los guayaneses como de mal agüero y esa noche el fatalismo no se hizo esperar. El mencionado Comandante de Armas se llevó una cuarta caída y esta vez a causa de varios balazos que lo dejaron muerto tras una sublevación del cuartel de la plaza, promovida por el jefe de la guarnición, el general barquisimetano José Pío Rebollo.
         Pío Rebollo se había alzado en oposición al proyecto de reforma constitucional presentado por Antonio Guzmán Blanco que buscaba reducir el número de estados de 20 a 7. Al presentarse el general Castrillo al cuartel del Capitolio para exigir la rendición de los sublevados, fue recibido a tiros, cayendo mortalmente herido.
         Sofocado el alzamiento, José Pío Rebollo fue apresado y juzgado por un consejo de guerra el 15 de marzo de ese mismo año, degradado y condenado a diez años de presidio en la penitenciaría del castillo de San Carlos.  En 1886, Guzmán Blanco lo indultó y, en 1891, bajo la presidencia de Raimundo Anduela Palacio, el Congreso Nacional le retribuyó sus derechos militares y políticos.  Murió en Caicara de Maturín el 16 de abril de 1901.

La Casa encantada

         La muerte trágica del General Castrillo Cortez en el mismo sitio donde 18 años antes había fallecido el prócer de la independencia, José Tomás Machado, dio pábulo a la superstición que pretendía ver el espíritu del extinto asomado por las ventanas cuando la casa quedó en total abandono.
         “Casa Encantada” le decían quienes al transitar por su acera percibían aglomerados pasos confundidos con las sombras. Ruidosos pasos y fantasmas que batían puertas y ventanas, hacían crujir la madera, conspiraban con el viento y dejaban sentir “el sonido líquido de sus pasos”. Sin embargo, a esos escalofriantes movimientos no parecían temerles aquellos que husmeaban curiosos y avaros las supuestas botijuelas doradas que siempre se ha creído esconden las casas muy antiguas.
         Pero a medida que la ciudad se ha ido sacudiendo el tiempo y el moho, ha dejado de ser casa encantada. Ahora que ha sido restaurada, la llaman simplemente “Casa de las doce Ventanas”.

Estructura de la casa

         La casa tiene 44 metros de largo y 18 de ancho. Un salón grande y ocho cuartos: seis por el lado del frente con dos ventanas cada uno y dos más hacia el costado.
         La fachada está tamizada con celosías de madera que cortan el resplandor y que auto regulan el paso de la brisa que sopla del oriente.
         Originalmente hubo acceso del río por la parte de abajo, es decir, por el sótano que también servía de depósito y servicio y desde el cual se subía hasta la estructura habitacional del inmueble por escaleras de medio caracol. El Orinoco cuando alzaba el nivel de sus aguas penetraba hasta las columnas del sótano a donde fácilmente podían llegar falcas y curiaras cargadas de frutos y de indios esclavos desde la Guayana adentro. Indios que traían como sirvientes para las familias acomodadas de la ciudad.
         La casa fue construida como ya se ha dicho, sobre la parte alta de la Laja de la Sapoara y los mismos materiales de la laja que dinamitaron se utilizaron para los muros.
         Funcionó fundamentalmente como casa de la familia. Con ese propósito la edificaron los Machado, aunque llegó a ser utilizada como oficinas de las Minas de Oro de El Callao y depósito de una fábrica de spaghetti de los Liccioni.
         Tenía para su época tan alto preció esta casa que muchas veces fue hipotecada contra préstamos extranjeros. Era realmente una casa elegante, donde se hacían las fiestas de gala de la alta sociedad bolivarense. Hecha con la tecnología del siglo pasado, en su construcción se utilizaron piedras, mezcla de arcilla y panelas, madera de cedro en los pisos, vigas de algarrobo, columnas de hierro colado importado de Europa, barandas de hierro forjado, mollejones de piedra labrados en las islas de las Antillas. Finalmente, la Casa de las Doce Ventanas tiene una relación de conjunto con el inmueble contiguo. Su fachada principal sobre la calle Venezuela es de una simetría muy precisa y de un gran dominio sobre el paisaje. Sin duda una buena adquisición y muy loable que se haya restaurado para la Universidad de Guayana.

Retorno a la vida

         Dentro del llamado programa de revitalización del Casco Histórico de Ciudad Bolívar, el Ministerio de Desarrollo Urbano la rescató de manos del Gobierno Regional para restaurarla y darle un destino útil y permanente. En 1986 cuando el Mindur empezó la restauración en tres etapas, la casa estaba prácticamente en escombros, invadida por la maleza, la humedad tan cercana del río, la intemperie y en fin, los fantasmas y buscadores de botijuelas. Hoy ha cambiado integralmente su aspecto afectando escasamente su estructura  arquitectónica original.
         El proceso de restauración duró tres años y el 27 de enero de 1989 fue entregada en calidad de comodato a la Universidad Nacional Experimental de Guayana (UNEG).