lunes, 29 de mayo de 2017

Ventanas de Angostura


  
    
Característica tipológica fascinante del casco urbano angostureño son las ventanas de sus casas escalonadas sobre la cuesta, muchas de ellas en franco deterioro, sustituidas o simplemente agotadas

Las ventanas angostureñas, muchas ellas enrejando elegantes balcones.  Ventanas de todas las dimensiones y de estilos muy hispanos, fueron hechas de madera unas y de hierro forjado otras o, en ambos casos, combinados, mirando hacia el río tantas como las que expresamente buscan el aire y la radiante luz del trópico.
Pero si bien las ventanas sobresalen por sus formas, encanto y fascinación, ellas constituyen parte de un conjunto donde también las puertas, ojos de buey, cornisas y contramuros se conjugan en la euritmia arquitectónica.
Viajeros y hombres ilustrados no han dejado a su paso por Guayana, de referirse con admiración a las ventanas y balcones de las viejas casonas de Angostura. Humboldt y Bonpland, pasando por Friederich Gerstacker, el checo Enrique Stanko Vraz cuya obra fue publicada por la Fundación Cultural Orinoco, hasta Rufino Blanco Fombona y el incorregible J. M. Vargas Vila, desterrado y hospedado en la casa donde se reunió en 1819 el Congreso de Venezuela, realzaron con su pluma los ventanajes de las empinadas casas de la capital angostureña, por lo mismo que Aquiles Nazoa cantó en su “Caracas física y espiritual” a las ventanas de la ciudad de los techos rojos.
Y es que como dice Aquiles, “las ventanas son como gráciles antenas del tiempo, las que recogen en el cordaje de sus hierros las vibraciones de cada hora significativa de la vida de la ciudad, el tono espiritual de cada generación, el eco demorado de la historia, de la aventura humana que alentó y se extinguió en la intimidad de aquellas casas. La magnificencia o miseria de cada época, los rumbos que siguió el espíritu, las modas que crearon y aún sus pasiones...”

Agresión y suplantación

         Pero esas ventanas de madera o de hierro forjado, con biombos o postigos en sus puertaventanas, que le dan un sello personal a esta Ciudad del Orinoco heredada de los colonizadores, que recuerda una época, otras costumbres, un modo de vida diferente y una condición muy ejemplar del bolivarense, han ido desapareciendo o están siendo suplantadas agresivamente por ese pragmatismo muchas veces exacerbado del hombre de nuestros días que lo lleva a atentar contra todo en aras de su comodidad egocéntrica.
         Bajo un clima ardientemente tropical como el de esta parte del Orinoco, lo aconsejable fue siempre casas altas, espaciosas, ventiladas hasta el máximo e iluminadas a través de grandes ventanas en las que la creatividad del habitante terminó poniendo su acento personal recreado dentro de la obra arquitectónica de un tiempo en que el comercio de Angostura florecía a través de su puerto fluvial en constante comunicación de intercambios económicos y culturales con ciudades importantes de Inglaterra, Estados Unidos y Europa.
         Así tenemos que buena parte de las ventanas, incluyendo lógicamente las de balcones, así como columnas y balaustradas de la vieja Angostura, fueron fabricadas en Europa y las Antillas, especialmente en Hamburgo y no perdían hasta hace poco su equilibrio estético individual ni de conjunto. Respondían invariablemente a un tiempo que apenas comenzó a extinguirse desde la mitad del presente siglo.
         Con las ventanas han ido desapareciendo viejas estructuras y aspectos importantes de la fisonomía integral de numerosas casas de estilo antillano, colonial y neoclásico. Conservarlas habría sido lo ideal, por lo menos en el llamado casco o centro urbano, pero no hubo preocupación ni legalización desde un principio, sino después que el mal había avanzado brutalmente.

El Comercio de vitrinas

         El snobismo, el espíritu de imitación, la funcionalidad o comodidad mal entendida, el comercio de vitrinas, en fin, las llamadas “Puertas Santamaría” y los aparatos de climatización artificial o de aire acondicionado, están acabando con la ciudad histórica, vale decir, con la ciudad de nuestros abuelos, con aquella ciudad escenario o testigo de la emancipación y de los últimos tiempos de la colonización.
         Entre Angostura y los puertos más importantes de Inglaterra, Europa y Norteamérica, existió desde el siglo diecinueve un comercio floreciente a través de barcos  de vela y de vapor,  mucho de ellos contratados por un capitán de gran vuelo y envergadura como lo fue Felipe Escandela, a quien la capital guayanesa debe mucho de lo poco que todavía conserva, pues él por encargo de la gente rica y distinguida de Guayana., traía en sus naves la losa para los pisos, las ventanas, celosías y balcones ornados con dibujos y arabescos, incluyendo en algunos casos la inicial del apellido completo de familias como en la Casa de las Doce Ventanas de los Machado y en los balcones de la que fue casa de los Grillet, uno de cuyos miembros ejerció la dirección a principios de siglo de la Banda del Estado y otro, ciego, excelente músico que dio conciertos en el Teatro Bolívar.
         Angostura, después Ciudad Bolívar, dejó de importar ventanas, balcones, rejas, columnas, mascarones, balaustradas y ruedas para carruajes, cuando se instalaron en ella a partir de 1917 los herreros extranjeros José Abati, Humberto Bates, Henry Thomas, entre otros, pero ya este tipo de forjas no se realiza en la ciudad. La civilización ha impuesto otras técnicas y modelos que se avienen muy bien al modernismo y que de ninguna manera se critica o se rechazan, sólo que por corresponder a otro lenguaje no encajan en la arquitectura angostureña que nos viene del siglo pasado y que se reforzó durante la mitad del presente.
         La arquitectura moderna o, en todo caso, la contemporánea, debe recrearse en nuevos espacios y dejar la ciudad primigenia inalterable en su esencia históricamente identificable, lógicamente, dentro de su propio contexto para que mañana cuando las generaciones futuras pregunten cómo era la ciudad de sus abuelos haya, mejor que el recuerdo y la crónica, una realidad viviente, una respuesta permanentemente tangible.
         Las casas antiguas, especialmente si forman un conjunto urbanamente trazado, son la memoria, el testimonio, la historia vívida de la ciudad y la idea de preservarlas, rescatarlas, conservarlas, en el caso de Ciudad Bolívar, fue la intención al ser declarado su casco urbano monumento público nacional.

La revitalización

         Preservar, restaurar, conservar, no determinantemente para la contemplación o en función de una escenografía turística. Esto es subsecuente, sino para que continúe en ella la vida y el trabajo con fuerza tradicionalmente renovadora.  Hacerlo así es proteger las raíces de nuestra identidad, de nuestra cultura, de nuestra nacionalidad.
         Sin embargo pareciera que esto todavía no está suficientemente claro para quienes tienen y han tenido la responsabilidad de dirigir el proceso de revitalización del casco histórico de Ciudad Bolívar iniciado oficialmente en 1987, pues se vienen cometiendo equivocaciones que son ostensiblemente producto de la premura, la falta de un buen y especializado asesoramiento, de intereses egoístamente profesionales; pero, en general, por falta de sólidos, definidos y firmes criterios en la materia como de una política integral, coherente y consistente en cuanto a la forma de llevar a cabo el proceso de rehabilitación a corto, mediano y largo plazos.
         De allí que hasta ahora los aportes dirigidos a la revitalización se hayan demorado en restauraciones puntuales de ciertos edificios, en remodelaciones de algunos sitios públicos como El Mirador (muy mal por cierto), en reparaciones de edificios restaurados con anterioridad como la casa del Correo del Orinoco y construcción de nuevos inmuebles como el de la Escuela Zea, en la calle Igualdad, tan criticada por el artista Henry Corradini y arquitectos restauradores, aduciendo estar fuera de contexto y no guardar relacion con la antigua ciudad.
         La parte negativa y condenable del proceso es cómo se vulnera descaradamente, sin sanción ni corrección, la Ordenanza del Casco Histórico desmejorando la calidad del conjunto urbano y la falta de una política para lograr  que los propietarios restauren sus casas, las rehabiliten o salven del proceso de deterioro, que detenga las intervenciones que vienen sustituyendo tejados por techos de zinc o tejalic; puertas de madera por rejas de hierro o portones Santamaría, ventanas por aparatos de aire acondicionado; en fin una política que detenga además, las intervenciones que frecuentemente se llevan a cabo para la instalación de tubos, antenas, vallas, pancartas, cajas de medidores y otros elementos que interfieren la homogeneidad y armonía de las características tipológicas tradicionales de la ciudad



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