Su nombre es tan antiguo como el propio
período de la Conquista donde se incubó al calor del oro que destellaba en los
objetos y adornos de los primitivos; sin embargo, este pueblo del Cuyuní es más
reciente.
El Dorado era algo así como un Dios,
como una deidad humana, reconocible porque se untaba o le untaban la piel con
el áureo polvo que hacía esplendorosa la ignota tierra de Manoa.
Manoa era la ciudad de El Dorado. Ambos
nombres vagaron en la fiebre alucinadora de aquellos recios señores de mosquete
y armadura venidos de ultramar. Vagaron hasta que un día de tanto vagar, sin
poder ser aprehendidos en la realidad de la fiebre, se quedaron fijos en alguna
parte: Manoa, al sur del Delta del Orinoco y El Dorado en la confluencia del
Cuyuní con el Yuruán y el Yuruari.
El actual pueblo de Manoa es de data
reciente, al norte de la Sierra Imataca, abrazada en forma de isla por uno de
los caños que derivan de Río Grande y, El Dorado, no sabemos si data de 1802
cuando Padres Capuchinos se internaron en esas tierras confluenciadas por el
tríptico fluvial o de 1879 cuando una expedición gubernamental se dedicó a la
exploración de la hoya del Cuyuní. Lo más divulgado hasta ahora es que el
nombre del contemporáneo pueblo de El Dorado data de 1894 en que se registra el
paso de tropas inglesas.
Sin embargo, existe un mapa de 1867 que
identifica a casi toda la zona Sur del Yuruari como la verdadera región de El
Dorado. También con ese nombre era señalada La Providencia, extraordinaria mina
de El Callao. De manera que el nombre de El Dorado que nunca tuvo asiento
estable, fue trasladado y fijado de una vez por el general crepista, Domingo Sifontes,
en la zona de confluencia del Cuyuní con el Yuruán, comprendida dentro del
triángulo de la “Mater Auri” a que se refiere Lucien Morisse en su libro
publicado en Francia en 1902.
En la región del Cuyuní que es el río que domina y
sostiene la existencia del pueblo de El Dorado, hubo antes de 1894 algunos
ranchos y la casa más importante la había construido frente a lo que es hoy El
Dorado, el oficial inglés Michael Mac Turk en función de la penetración y
ocupación que sistemáticamente sobre suelo venezolano había hincado Inglaterra
desde 1814 que adquirió de Holanda 20 mil millas cuadradas de la parte
occidental del Río Esequibo.
Precisamente, el comienzo y permanencia del pueblo de
El Dorado lo define y decide la
necesidad que tienen los venezolanos de enfrentar la calculada invasión de
Inglaterra, aprovechando tanto la debilidad militar de Venezuela como los
conflictos políticos internos sucesivos que la desmoralizaban y desangraban.
La geofagia inglesa con relación a Guayana es de vieja
data. Comenzó con las invasiones de Walter Raleig finalizando el siglo XVI.
Como Raleigh no pudo ni otros que vinieron tras él, Inglaterra ensayó de nuevo
en 1797 con 60 barcos y 6 mil soldados y comenzó por adueñarse estratégicamente
de la Isla de Trinidad. Poco después comenzó a cambiar la suerte de los
americanos al ser sometida España por Napoleón. Inglaterra luego modificó un
tanto su imperialista técnica de invasión.
En 1814 cuando Venezuela luchaba su independencia, la
poderosa Albión adquirió por 3 millones de libras esterlinas, 20 mil millas
cuadradas de la Guayana Holandesa. A partir de entonces, desde el Esequibo
hacia el Este emergió la Guayana Inglesa, formada por los establecimientos de
Esequibo, Demerara y Berbice.
Con esta presencia en tierra firme se le hacían más
prácticos y expeditos sus planes de penetración. De manera que en 1819,
súbditos suyos estimulados por la ayuda que estaban prestando a Venezuela en su
guerra emancipadora contra España, propusieron al Congreso de Angostura la
erección de una ciudad sobre las antiguas Misiones religiosas abandonadas y que
se extendían desde el Caroní hasta más allá de Tumeremo. La novedosa ciudad se
llamaría Erin y su capital Nueva Dublin, que sería poblada por emigrados del
Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, provista de autoridades británicas
electas por los propios colonos. Pero como esta oferta no tuvo éxito,
aguardaron el desenlace de la guerra venezolana contra España para nuevos
intentos de ocupación.
En 1812, después de la Batalla de Carabobo, Inglaterra,
a través de colonos de Berbice y
Demerara renovaron sus planes de usurpación y el Libertador le salió al paso
nombrando a José Rafael Revenga, Agente Diplomático, para que reclamara ante el
Foreing Office.
Pero en 1834, ya muerto el Libertador y disgregada
Venezuela de Colombia, Inglaterra se las ingenió de forma artificial para ir
acopiando documentación sobre la cual sustentar su pretendida ocupación. Al
efecto comisionó al naturalista y geógrafo austriaco Roberto Schomburgk,
primero para explotar y levantar un inventario de los recursos renovables y no
renovables del territorio de Guayana (1834) y seguidamente para fijar una línea
de demarcación del Territorio de la Guayana Inglesa que resultó no ceñido a los
límites históricos reconocidos a Inglaterra (“estando los establecimientos
holandeses sobre la margen derecha del Esequibo, el territorio comprendido
entre este río y el Orinoco no será afectado en ninguna forma y por lo tanto
España ejerce sobre él legítimos títulos de soberanía” 1648/Tratado de Munster
1648).
Por este grotesco defecto de la línea Sohomburgk que
usurpaba a Venezuela 5 mil kilómetros cuadrados de territorio al oriente del
Esequibo, Venezuela protestó en 1841 a través del Agente Diplomático Alejo
Fortique y demandó el retiro inmediato de los postes de demarcación fronteriza.
En el curso de la reclamación al doctor Fortique lo sorprendió la muerte, las
negociaciones sufrieron retardo, de todas maneras no pudo solucionarse el
problema. Inglaterra se negaba a aceptar la proposición venezolana de zanjar,
por medio de un tratado, la cuestión de la usurpación.
En 1850 se repiten los intentos de penetración, los
cuales fueron rechazados por el Gobierno
mediante intercambio de notas que tuvo como corolario un arreglo en virtud del
cual ambos Gobiernos se comprometían a “no ocupar ni usurpar el territorio en
disputa mientras estuviera planteado el diferendo por el territorio que
pretendía el Gobierno Británico y el gobierno de Venezuela defendía como suyo”.
Más el compromiso fue
violado en 1877 cuando la Bandera Inglesa plantada en Punta Barima dio
lugar a otro intercambio de notas y protestas que agravaron y deterioraron las
relaciones diplomáticas. Tres años después comenzaron a aflorar de manera
industriosa los yacimientos auríferos del Yuruari e Inglaterra acudió a todos
los medios para materializar sus planes
de ocupación que van a extenderse hasta la margen derecha del Río Cuyuní
en 1890 cuando Michelle Mac Turk levantó una Casa-Fuerte y estableció en ella
la Policía Inglesa.
De la presencia de tropas inglesas en la margen derecha del Cuyuní no se percata el Gobierno
de Venezuela sino en 1893, pues su atención estaba centrada en la Revolución
Legalista que llevó al general Joaquín Crespo al Poder con el apoyo de J.M.
(Mocho) Hernández y Domingo Sifontes que habían derrocado el Gobierno de
Guayana luego de la sangrienta Batalla de Orocopiche.
A raíz de esa revolución, el General Domingo Sifontes
aceptó el cargo de Comisario de Fronteras y comenzó a ejercerlo el 2 de marzo
de 1894. Situó la sede de la Comisaría en la confluencia del Cuyuní con el
Yuruán, frente a la Casa-Fuerte de los ingleses, situada donde se instaló en
1944 la Colonia Penal de El Dorado. Allí, luego de necesarias exploraciones y
de haber ocupado las subcomisarias de Acarabisi, Yuruán y Chicanán, que
funcionaban en ranchos y tiendas de campaña así como ejecutados otros trabajos
que le fueron encomendados en función de la comunicación y la vigilancia,
levantó las primeras casas dando lugar al pueblo que él mismo bautizó con el
nombre de El Dorado.
Exactamente a los diez meses -- 2 de enero de 1895—ocurrió lo que el
General Sifontes tenía previsto ocurriría tan pronto quienes estaban del otro
lado intentaran ocupar la margen derecha del Cuyuní.
Douglas D. Barnes, Inspector de Policía del Distrito
de la Guayana Británica, junto con otros oficiales y agente de tropa fue
reducido a prisión sin dispararse un tiro, por los hombres del Capitán Andrés
Avelino Domínguez, lugarteniente del Comisario de Fronteras, quien se hallaba
enfermo en Tumeremo. Conducidos presos a Ciudad Bolívar por el coronel Luis
Manuel Betancourt, fueron puestos en libertad por el entonces Presiente del
Estado, General Manuel González Gil, al disponerlo así el Presidente de la
República Joaquín Crespo.
Mientras tanto, refuerzos provenientes
de Demerara, al mando de Michael Mac Turk, trataron de ocupar nuevamente el
lugar, pero fueron, esta vez si a tiro limpio, expulsados definitivamente y con
refuerzos de voluntarios provenientes de Tumeremo, para dejar limpia la zona
que permitió al incipiente pueblo de El Dorado crecer, abrir vertientes y
caminos hacia el dominio de unas fronteras legítimas e históricas que si bien
fueron defendidas valientemente, más por
espontaneidad de los yuruarenses que por voluntad obligatoria del
Gobierno Federal, quedaron truncas en unos 250 mil kilómetros cuadrados, merced
al funesto Laudo Arbitral de 1899, dado en París.
El Dorado, pues, nació como sede o
centro de la Comisaría de Fronteras durante el lapso en que el Territorio
Federal del Yuruari fue creado por resolución del Congreso Nacional, el 3 de
septiembre de 1881 para que el Ejecutivo Federal pudiese lograr un control
directo sobre las fronteras y las ricas cuencas auríferas de Guayana. Esta
condición geopolítica duró hasta l891 gracias al movimiento reivindicativo de
la Sociedad Democrática del Yuruari liderada por José Manuel (El Mocho)
Hernández, Miguel Parra Hernáiz y Ricardo Juliá García.
El 20 de agosto de 1900, el Presidente
Provisional del Estado Bolívar General Lorenzo Guevara, elevó a El Dorado o
región del Cuyuní a la categoría de distrito con el nombre del prócer Juan
Bautista Dalla-Costa, fallecido hacía 6 años y designó Jefe Civil del mismo al
General Pablo Hernández Centeno. Pero fue criterio del Presidente Cipriano
Castro volver al status anterior. De manera que el 14 de diciembre de ese mismo
año 1900 dictó el Decreto y designó Gobernador al General Manuel Silva Medina.
Entonces el Territorio quedó dividido en tres distritos: Piar, Rocio y Dalla
Costa hasta 1909 que el Gobierno central delegó su control al Ejecutivo del
Estado Bolívar.
Los ejidos de El Dorado fueron
señalados por el Agrimensor Público Santos Semedey. A partir de su condición de
distrito relegado posteriormente a la categoría de municipio foráneo integrado
al Distrito Roscio, la población vivía del trabajo primitivo de las minas de
oro, la explotación del balatá y como centro de vigilancia de las fronteras de
la Comisaría respectiva.
En octubre de 1944, el Gobierno
Nacional creó la Colonia de Trabajo a dos kilómetros de El Dorado, separada por
el Cuyuní y sus afluentes. Vino a sustituir a la valenciana Isla del Burro adonde llevaban a los delincuentes peligrosos
así como a Vagos y Maleantes. Fue creada en octubre y entró a funcionar en diciembre,
ya finalizando el Gobierno del General Isaías Medina Angarita. Permaneció
activa hasta 1977 (33 años) que decretó su cierre el Presidente Carlos Andrés
Pérez. En 1983, el Gobierno sucesor decretó su reapertura.
El primer delincuente que pisó la temible
Colonia Penal de El Dorado, dentro del lote inicial de cien, fue Guillermo
Segundo Amaro (a) “Cara e’ Golpe” un vulgar ratero, amigo de “Petróleo Crudo”
(Cruz Víctor Mejías”, del que mucho se hablara por sus resonantes fechorías y
cuyas habilidades se le acabaron cuando lo internaron en la Casa amarilla,
asignada como celda de castigo a los criminales más peligrosos del país.
La Colonia de Trabajo de El Dorado,
junto con la explotación del oro aluvional, las minas de Caolín del kilómetro
88 de la carretera que conduce hasta Santa Elena de Uairén y de los productos
forestales de la cuenca del Cuyuní, constituye fuente de vida económica para
una población que conforme al Censo de 1950 era apenas de 678 habitantes y para 1981 de 2.716.
A El Dorado siempre se llegó por malos
caminos, intransitables durante la época lluviosa, por lo que durante esa
estación había que utilizar el río Yuruari para comunicarse con El Callao,
distrito aurífero de gran movimiento económico, y desde ese punto con el resto del
Estado.
Entre 1953 y 1954 el Gobierno Nacional
mejoró notablemente los 76 kilómetros de carretera que separan a El Dorado de
Tumeremo y construyó una pista aérea que permitió el servicio de los aviones de
Aeropostal y por ende la comunicación directa con la capital del Estado,
Tumeremo, Guasipati y Santa Elena de Uairén, en plena frontera con Brasil.
La comunicación terrestre con la Gran
Sabana hasta febrero de 1973 que se inauguró la Carretera El Dorado –Santa
Elena-, se hacía por una pica de 400 kilómetros, que permitió establecer las
misiones de Uonken Kavanayén y Santa Elena, empleándose hasta 20 días por entre
sabanas, montañas y peñascos. La parte más difícil de escalar era La Escalera.
Esta Carretera, iniciada en 1953 por el Ing. Luis Entrena y concluida
felizmente por el Batallón de Ing. Juan Manuel Cajigal, subrayó la importancia
de El Dorado, el pueblo que desde la selva inhóspita inició con verdadero ardor
patriótico la defensa de nuestra frontera y la conquista del Sur.
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