Este legendario pez del que los ictiólogos aseguran no se ha encontrado todavía otro igual en el mundo, es puramente bolivarense. Habita las aguas del Orinoco, entre Caicara y Parital, se alimenta de microorganismos, no muerde anzuelo, sólo es posible capturarlo con esparavel y, según la leyenda, es cebo de las guayanesas para atrapar forasteros.
La
gente se acoda en el antepecho del malecón bajo el ardiente sol de agosto
esperando que un rayo haga platear la piel de la sapoara enmallada en la red
del pescador.
Cuando
ocurre, sus ojos sintonizan el brillo ocular del atarrayador y entonces la
gente se vuelve espiga y brisa en el escenario del río.
No
es fácil capturar la exquisita pieza de rebalse que tanto halaga el paladar del
nativo. El ribereño endurece su músculo lanzando sin cesar la red piramidal,
faralada con un rosario de plomo que reza en círculo sobre el río.
El
hombre parece no agotarse. La oración del pan hace platear la sapoara bajo el
resplandor y haces de manos excitadas intentan poseerla y la poseen. Más tarde,
un rito de familia esponjará su orgullo gastronómico al ritmo del condumio y el
invitado quedará aprehendido por la magia del sabor y la leyenda.
Recordará
seguramente a Manuel Ladera: “Pues ya usted verá si será agradable la fiesta.
Aquellos montes azules son los de Nuria y ese farallón es la famosa Piedra de
Santa María, de donde brota un agua que viene a representar aquí lo que la
cabeza de la sapoara representa en Ciudad Bolívar: cebo para atrapar
forasteros...” o tal vez aquel merengue en Do mayor del compositor margariteño
Francisco Carreño o el romance de Héctor Guillermo Villalobos atrapando con el
esparavel de su canto la emoción del río convertida en sapoara.
Los
biólogos Daniel Novoa y Freddy Ramos no la cantan, no la musicalizan, no la
narran como una vez lo hizo Gallegos; pero la han vivido intensamente en cada
una de sus partes disecadas cuando durante un tiempo la capturaban, la marcaban
con una placa metálica en el opérculo y luego la devolvían al río para
obtenerla de nuevo sabe Dios cuándo y someterla al sacrificio de la ciencia.
La
sapoara es puramente bolivarense. No existe en otra parte de la geografía del
planeta que se sepa. Ni siquiera en el sur de Guayana, ni más allá del Caura,
ni más adentro del Caroní. El marcaje ha servido para determinar que la
sapoara, una vez que sale de los rebalses cumple un periplo migratorio entre Caicara
y Parital, 25 kilómetros antes de llegar a Puerto Ordaz. Pero aún cuando se
pesque en Caicara, Las Majadas, Mapire, Borbón y las Bonitas, es frente a
Ciudad Bolívar donde se vive y siente la pesca de este singular pez, con la
viva connotación de un espectáculo popularmente emocionante y festivo.
Mientras
el río crece, no hay pesca. La sapoara aparece cuando el Orinoco tras alcanzar
su máximo nivel comienza a cabecear, entonces es el jolgorio de la pesca y de
los precios que suben y bajan de acuerdo con la cosecha del día.
Ciclo vital
Se
ha dicho que la sapoara nos viene de las lagunas o cuerpos de agua que el río
deja mientras recoge sus aguas durante el estiaje; pero, según estos biólogos,
nace en el propio río Orinoco y penetra a los rebalses o lagunas marginales
durante la etapa juvenil, es decir, cuando tiene tres meses de edad,
equivalente a 10 centímetros de longitud y 30 gramos de peso. Allí permanece
dos o tres años en condiciones favorables de vida que difícilmente encontraría
en otra parte. Al cabo de ese tiempo regresa al Orinoco aprovechando la crecida
que hace conexión con las lagunas.
Las
investigaciones de marcaje hechas por Novoa y Ramos indican que el pez, una vez
en el canal del río, se mueve hacia abajo en dirección de las corrientes que
buscan hacia el Delta; pero luego, por factores desconocidos, regresa río
arriba hasta encontrar lugares favorables para la reproducción, que han sido
detectados al Oeste de Ciudad Bolívar a nivel de las poblaciones de Borbón, La
Majadas, Mapire, Las Bonitas y Caicara. Aquí se prepara para el ciclo de desove
que completará en el siguiente período de aguas altas. La migración masiva de
la sapoara desde lagunas se inicia regularmente en la primera quincena de mayo
cuando el río ya ha hecho contacto con las lagunas.
Novoa
y Ramos entrevén alguna similitud lejana de la sapoara con el ciclo del
fabuloso salmón. El salmón se mueve instintivamente hacia cierto lugar del
Pacífico cuando es muy joven. Permanece allí y regresa al río que es su lugar
de origen, para la reproducción. En este caso se trata de una migración mixta
de ecosistemas, vale decir, de río a mar y de mar a río. En el caso de la
sapoara, es de río a laguna y de laguna a río.
La
sapoara que se captura de Borbón hacia Caicara suele ser más grande y gorda; en cambio, la que se
pesca de Borbón hacia abajo, rara vez es de la talla y madurez sexual de la que
se atarraya en el Orinoco Medio. Se cree que en el sur comprendido de Borbón
hacia Caicara la sapoara encuentra ambiente de vida muy favorable. Factores de
tipo ambiental, características físico-químicas del agua, aspectos relacionados
con su habitad y tipos de fauna o flora microscópica propias de su alimentación
pueden encontrarse en esta zona del río a los cuales instintivamente se dirigen
para permanecer y desovar.
Abundancia y escasez
El
que haya escasez o abundancia de sapoaras durante la temporada de agosto
depende fundamentalmente del régimen hidrológico. Cuando el río crece
intensamente, establece conexiones tempranas con las lagunas. Entonces las
sapoaras pueden salir rápidamente de su confinamiento, entrar al río y ser
capturadas. Cuando la conexión se hace tarde porque el verano ha sido bravo, se
presenta irremediablemente la escasez. Otro punto de referencia que, por
supuesto, también tiene que ver con el régimen hidrológico, es que cuando el
río se aproxima o pasa de los 17 metros de altitud sobre el nivel del mar, hay
buena cosecha de sapoaras y poca cuando no pasa de los 16 metros.
Un
sistema de monitoreo de control de pesca de la sapoara, durante la temporada,
ha permitido a los biólogos determinar que anualmente se presenta una
producción que oscila entre los 20 mil y 250 mil kilogramos. La producción
máxima o menor depende, como ya se ha dicho, del régimen hidrológico del río. Alrededor
de su captura se mueve un contingente humano del orden de las 500 personas que
directamente se dedican a la pesca durante un período de 40 y 60 días.
Los
estudiosos de este ejemplar de la fauna orinoqueña han estimado la longevidad
de la sapoara en seis o siete años. Lógicamente, la probabilidad de
supervivencia después de los tres años es cada vez menor debido a que es
sometida a una intensa explotación, especialmente por la demanda y el precio
cada vez mayor. Si no fuese por los depredadores, la supervivencia de la
sapoara estaría garantizada al máximo, pues llega a desovar hasta 500 mil
huevos. La cantidad de huevos depende en todo caso de la talla. Se han
capturado sapoaras con una longitud de 50 centímetros y 5 kilogramos de peso.
En las lagunas del Medio y Los Francos, contra las cuales se cometió el
ecosidio de su desconexión con el río, quedaron-aislados bancos de sapoaras que lograron tallas descomunales.
Enemigos y compañeros
Es
muy baja la supervivencia de la sapoara y será más baja a medida que crezcan la
demanda, los precios, y la temporada se vuelva perenne pues ya se viene viendo
que quienes la explotan, no se conforman con aguardar hasta el mes de agosto,
sino que van por ella hasta su propio habitat o cuerpos de agua marginales del
Orinoco. También porque, además del hombre que la explota irracionalmente,
tiene otros enemigos que son los peces carnívoros como la sardinata, el
lau-lau, el dorado, la payara y, en general, los bagres gigantes que las
devoran cuando la sapoara tiene dos o tres meses de edad.
Se
ha comprobado que el Bocachico y el Coporo, peces pequeños, pertenecen a la
misma familia de la sapoara y prácticamente caen juntos en la atarraya del
pescador. Sin embargo, el biólogo Daniel Novoa ha dicho que en cuanto a sus
facetas hay detalles reproductivos, hay diferencias. Se ha encontrado, por
ejemplo, que el coporo desova y madura durante el primer año de vida y en el
curso de la migración. Al parecer, los movimientos migratorios lo estimulan
para la reproducción. Es esa una diferencia importante y extraña porque son
peces prácticamente iguales en los demás aspectos biológicos. El bocachico al
igual que el coporo tiene una longevidad menor que la sapoara.
La
sapoara, cuya pesca constituye un espectáculo de feria frente a Ciudad Bolívar,
cantada por músicos y poetas y a la cual los guayaneses atribuyen poderes
milagrosos, ha sido descrita como un pez cuneiforme, de cuerpo alargado
parecido a un proyectil y con formas hidrodinámicas ventajosas para sus largos
recorridos migratorios.
Posee
un aparato bucal apto para ingerir alimentos del fondo del río y lagunas, como
algas y organismos microscópicos. Está provista asimismo de una membrana
gruesa, a manera de cejas, que le permite protegerse los ojos cuando penetra
los sustratos en procura de alimentos, su carne es blanda y con propiedades
nutritivas importantes de lo cual puede dar fe el popular y viejo pescador
Oscar Castro Corocoro, quien atribuye su longevidad y vitalidad (90 años) a las
proteicas y sustanciosas bichas de la Encaramada.
En
fin, la bendita sapoara no muerde anzuelo, pero puede morder, según la leyenda,
al más desprevenido de los forasteros si la llega a degustar, especialmente la
cabeza, donde se dice que está la clave o el secreto de las lindas guayanesas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario