Hasta ahora sólo dos: el General de
División Tomás de Heres y el Capitán de Navío José Tomás Machado. Los restos
del Dr. Manuel Palacio Fajardo no aparecen y tampoco los del Dr. Juan Germán
Roscio.
Los restos de los próceres angostureños Tomás de Heres
y José Tomás Machado, fueron trasladados al Panteón Nacional en noviembre de
1942, siendo Presidente del Estado Bolívar el coronel Carlos Meyer.
Los restos del capitán de Navíos, José Tomás Machado, habían
sido inhumados en el Cementerio Municipal, el 30 de enero de 1862 al igual que
los del General Tomás de Heres, asesinado a traición el 8 de abril de 1842, y
trasladados en 1895 a la Catedral.
Por disposición del Congreso Nacional y del Ejecutivo
Federal se procedió el 18 de noviembre de 1942 a la exhumación de los restos de
ambos próceres.
El testimonio del lugar donde se encontraban los restos del
prócer Tomás de Heres, fue dado por el albañil Pedro Calderón cuando en 1895 se
le puso a la Catedral el piso de
mosaico. Estaban depositados en una fosa hecha de adobes y mezcla mulata
de cemento, arena y tierra, con piso de ladrillo.
En el acto de exhumación actuó el Juez Francisco D `Enjoy
Rávago y lo presenciaron en calidad de testigos, el Presidente del Estado,
coronel Carlos Meyer; el Dean de la Catedral, Dámaso Cardozo y los familiares
del prócer, Clara Bermúdez Rodil de Machado, Gabriela Rodil de Ortiz, Rosalía
Rodil de Jara y Mercedes Rodil de Astor.
Los restos de ambos próceres fueron llevados al Palacio
Episcopal hasta el momento de su traslado al Panteón Nacional, misión
encomendada por el Ejecutivo del Estado al doctor José Gabriel Machado y al
Pbro. J. M. Guevara Carrera.
Mucho antes, en mayo de 1909 y ante la proximidad del
centenario de la Independencia, se planteó llevar al Panteón los restos del
prócer Juan Germán Roscio, abogado y
político y uno de los principales ideólogos de la Independencia. De San José de
tiznados (Guárico), se radicó en Angostura en 1818. Aquí contrajo matrimonio
con doña Dolores Cueva Afanador, fue redactor del Correo del Orinoco y
desempeñó sucesivamente las funciones de director General de Rentas, Presidente
del Congreso de Angostura, Vicepresidente del Departamento Venezuela y
Vicepresidente de Colombia. Ocupaba este último cargo cuando murió en Cúcuta el
10 de marzo de 1821, a donde había viajado, dado que esta ciudad había sido
fijada para asiento provisional de los Poderes de la República.
Se llegó a creer que los restos de Roscio, no obstante haber
fallecido en Cúcuta, se hallaban en el Cementerio de Ciudad Bolívar, pues así
lo dejaba ver una información aparecida en mayo de 1909 en el diario El
Universal de Caracas. Decía la nota: “Reposan sus venerados restos en el
Cementerio de Ciudad Bolívar en una modesta bóveda de ladrillos con una cruz y
breves inscripciones. Sus descendientes los Afanador Roscio, actualmente en
ciudad Bolívar, pueden indicar donde está situada la tumba”. Luego de
otros datos, el autor de la nota pedía su traslado al Panteón Nacional. Más
tarde el mismo diario aclaró que nunca los restos de Roscio pudieron ser
trasladados a Ciudad Bolívar, como era el interés y deseo de su esposa.
Veintidós meses antes (8 de mayo de 1819) había muerto en
Ciudad Bolívar el prócer barinés Manuel
Palacio Fajardo, víctima de fiebres, se ignora si malárica o amarilla, lo
cierto es que por prevención sus restos no fueron inhumados en la catedral como
era lo socialmente convencional para los habitantes distinguidos, sino en la
zona alta de lo que en ese tiempo los angostureños denominaban El
Cardonal y la cual quedó más tarde circundada por el Cementerio actual
de la Plaza Centurión.
En el sitio donde fueron inhumados los restos de Manuel
Palacio Fajardo se le erigió años después, un modesto panteón rectangular de
ladrillo y mezcla mulata al cual se le colocó una lápida de mármol, pero no se
removió el túmulo para recuperar los restos, seguramente como los del General
Manuel Piar, desintegrados por la acidez y alta humedad de la tierra.
El l5 de julio de
1941, el Senado de la República, al igual que lo hizo con los restos de Heres y
Machado, aprobó los honores del Panteón Nacional para Manuel Palacio Fajardo,
el barinés de Mijagual que murió en Angostura víctima de la fiebre miasmática;
firmante del acta de la Independencia, ministro de Hacienda, primer canciller
de la nueva República, médico, abogado, político, diplomático y periodista,
pero debido a la circunstancia antes anotada, no pudo cumplirse este acuerdo
del Congreso como tampoco en 1961 ni 1981 cuando volvió a replantearse el
asunto. Lamentablemente, sus cenizas siguen esperando como las de Roscio y Piar,
reposo final en el templo de los héroes.
La lápida de Heres
El prócer de la Independencia americana, el
angostureño Tomás de Heres, quien difícilmente pasaba a los italianos,
seguramente porque su principal adversario político lo fue siempre el rico
comerciante veronés, Juan Bautista Dalla-Costa (el viejo), tuvo que
soportarlos, sin embargo, hasta después de su muerte. ¿Casualidad, ironía del
destino o fraude simplemente? ¡Vaya usted a saberlo! Lo muy cierto es que
mientras Heres gobernó la provincia de Guayana, Dalla-Costa, tildado de hombre
liberal y progresista, le hizo feroz y encarnizada oposición. De aquí que el
asesinato de Heres, acaecido el 9 de abril de 1842, se lo cargaran a su
agrupación política, donde militaban guayaneses distinguidos como los Afanador
y comerciantes de origen italiano como el propio Dalla Costa, el doctor Santos
Gáspari y Cristiano Vicentini.
Pero
después de su muerte, Tomás de Heres, tuvo que continuar soportando a los
italianos de Angostura. Esta vez, de un modo curiosamente increíble. La lápida
marmórea que cubría con un solemne epitafio su tumba, fue aprovechada por un
lapidario de Apellido Acosta, quien la grabó por el reverso y la ofreció para
la tumba de dos italianos que habían sido esposos de una guayanesa cuyo destino
parecía ser el de vivir viuda toda la vida.
¿Quién
era esa viuda? Se llamaba Felicita Martínez, casada en primeras nupcias con José
Goveia, fallecido en septiembre de 1905. Luego se casó Santos Galloti,
fallecido en 1924. Ambos italianos fueron a la misma tumba para la cual Felicita
dispuso una gran placa marmórea que le costó 266,94 pesos. La lápida estuvo
desde 1905 hasta 1965 sobre aquella tumba ubicada casi en el centro del
Cementerio Municipal. Decimos hasta 1965, porque ese año, específicamente en
noviembre, la tumba fue reabierta para inhumar en ella los restos de Enrique
García Martínez, sobrino de la viuda Felicita, quien antes también había sido
enterrada allí.
Enrique
García Martínez, quien murió a causa de una diabetes degenerada en gangrena,
había heredado los papeles de propiedad de aquella tumba y un día nos los
mostró su hijo Enrique García Núñez, quien, precisamente, observó perplejo el
día de la inhumación, que la lápida del sepulcro de la familia tenía epitafios
por el anverso y el reverso.
El
anverso con el siguiente epitafio: “Aquí yace Tomás de Heres, nacido en esta
ciudad el 18 de septiembre de 1798. Fue General de División del Ejército
Libertador. Asesináronle alevosamente el 9 de abril de 1842 cuando se hallaba
tranquilo en el sagrado asilo de la misma casa que lo vio nacer. Recogióle en
sus brazos, moribundo, su digno amigo, el Ilmo. Obispo Dr. Mariano Talavera,
que le acompañaba cuando le asestaron el fatal tiro que le dio la muerte. Su
esposa María de Jesús Rodil, dedica a su memoria esta lápida”.
Por
la otra cara, en la parte superior separada por una raya, se lee: “José
Goveia –marzo de 1847 –Septiembre 1905” y, en la parte inferior: “
Santos Gallori, Septiembre 7 de 1924” y gravado en un ángulo el nombre
del lapidario: Julián T. Acosta.
El
anverso de la lápida correspondiente al epitafio del General Tomás de Heres no
se veía, obviamente, porque estaba contrapuesto a la parte superior de la
bóveda, quedando visible solamente la cara de la inscripción de los dos
italianos difuntos.
La
tumba, después de 1905, tuvo que ser reabierta por lo menos cinco veces para
dar cabida a otros cadáveres, pero el fraude no pudo ser descubierto sino hasta
noviembre de 1965 cuando hubo que sepultar al señor Martínez. Entonces la
lápida fue eliminada de la tumba y puesta en manos de la Municipalidad que la
donó al Museo de Ciudad Bolívar, donde ahora se encuentra y se exhibe.
Tomás
de Heres, hijo ilustre de esta ciudad, fue asesinado por un tal cabo Antonio
López, de la guarnición de la plaza, en complicidad con fanáticos dallacotistas
afiliados al partido político “Los Filántropos”, contrario al
Partido Conservador, odiado por sus adversarios con el mote de “Antropófagos”.
El
General Heres, quien había sido Presidente de la Provincia de Guayana en el
período constitucional 1836-1840, desempeñaba la comandancia de Armas en 1942
cuando fue asesinado. Se hallaba en su propia casa ubicada entre las calles
Libertad y Amor Patrio, de Angostura, cuando un proyectil de trabuco, disparado
desde una de las ventanas, le destrozó el brazo izquierdo sobreviniéndole horas
después dos colapsos. Falleció a la una de la madrugada del día siguiente, a la
edad de 47 años. Fue sepultado en el Cementerio de la ciudad el día 11 en una
bóveda de su amigo Justo Lezama, luego de las honras fúnebres oficiadas por el
Obispo de Trícola, Mariano Talavera y Garcés, en cuyos brazos cayó la noche del
atentado.
En
1985, con motivo del Centenario de su natalicio, cuya conmemoración decretó el
Presidente del Estado, Manuel González Gil, la Sociedad Centenaria, presidida
por Hilario Gambús, dispuso la exhumación de los restos y su traslado del
Cementerio a la catedral aprovechando que el piso de mollejones de la Iglesia
Mayor estaba siendo sustituido por mosaicos. Se deduce que fue entonces cuando
la lápida del Cementerio fue aprovechada por el lapidario Acosta para hacerla
útil por el reverso.
La
Sociedad Centenaria igualmente erigió un busto a Heres en la Plaza Talavera en
lo que es hoy El Mirador. Posteriormente el busto fue reubicado en una plaza de
La Lajita, frente a la casa del Morichal de San Isidro y finalmente en los años
cincuenta en el Fuerte Cayaurima o Plaza del comando de la V División de
Infantería de Selva.
Los
restos del prócer Tomás de Heres, fueron por segunda vez exhumados en noviembre
de 1942 y depositados en el Panteón Nacional de Caracas, junto con los del
Capitán de Navíos José Tomás Machado.
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