viernes, 9 de junio de 2017

La Brujería

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         La más antigua de las supersticiones se mantiene, como la religión cristiana, inexorable contra el tiempo.

         En la novela de Ramón del Valle Inclán Sonata de Primavera, el Marqués de Bradomin, estuvo a punto de perder la virilidad a causa del maleficio de una Bruja. Para ello le hurtaron un anillo que formaría parte del sortilegio junto a una figura de cera muy parecida a él y que bañada con sangre de mujer debía ser quemada.
         En El Retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde, Dorian le vende el alma al diablo a cambio de su eterna juventud y una pintura donde se retrataba todo el esplendor de su lozanía era la que envejecía mientras él se conservaba inexorable contra el tiempo.
         En la novela Goethe, mucho antes que la de Wilde, Fausto, un legendario personaje alemán, le vende su alma a Mefistófeles a cambio de bienes terrenales. Y así como éstas, muchas otras obras literarias, plásticas, musicales, se han inspirado en el tema de la brujería, la más antigua de las supersticiones que consiste en un pacto herético por medio del cual las brujas o brujos se venden  a Satanás a cambio del diabólico poder que los capacita para transformarse, penetrar en todas partes y componer pociones y filtros mágicos destinados a producir ciertos cambios en la gente como dolencias y males extraños.
         La brujería es de origen primitivo y tiene su fuente en las arcanas fuerzas del bien y del mal. En la novela Canaima, de Rómulo Gallegos, están presentes esas dos fuerzas. Canaima es la deidad del mal. “...la sombría divinidad de los waicas y maquiritares, el dios frenético, el principio del mal y causa de todos los males, que le disputa el mundo a Cajuña, el bueno. El demonio sin forma determinada y capaz de adoptar cualquier apariencia: el viejo Ahriman redi vivo en América”.
         En su otra novela Doña Bárbara, Gallegos capta y maneja con estilo realista esta superstición de las mentes simples. El guardaespalda preferido de Doña Bárbara es Melquíades. El Brujeador y ella misma dice tener un socio, tal vez el Nazareno de Achaguas; pero, que al no identificarlo da pie a la leyenda de su pacto con el diablo.
         Mas –escribe Gallegos- Dios o demonio tutelar, era lo mismo para ella, ya que su espíritu, hechicería o creencia religiosa, conjuro y oraciones, todo estaba revuelto y era fundido en una sola masa de superstición, así como sobre su pecho estaban en perfecta armonía amuletos de los brujos indios y escapularios sobre la repisa de los misteriosos conciliábulos con “el socio”, estampas piadosas, cruces de palma bendita, colmillos de caimán, piedras de curbinata, centella y fetiches consumiendo el aceite de una lamparilla votiva.
         A la brujería se le persigue y se le teme como una calamidad  social. Quien más se apega a ella es la gente humilde, insegura, inestable. Hay prédicas constantes contra esta práctica absurda  y quienes más la combaten son la ciencia y la religión cristiana. Entre los siglos XV y XVIII, en Europa fueron llevados a la hoguera más de 300 mil brujos. En salvaguarda de la religión hay toda una página dolorosa de persecución contra los brujos, especialmente en Inglaterra, Alemania, Francia y España, extendida hasta América.

10 millones de brujos

         Estados Unidos, con todo y ser el país más desarrollado del mundo, tiene el mayor número de brujos. Se le estiman unos 10 millones y su fuerza es tal que el Estado se ha visto obligado a tolerarles una iglesia: la Iglesia de Satanás. La cifra es alta porque en el país del Norte históricamente nunca ha habido una persecución tan encarnizada como la hubo en Inglaterra y Alemania donde el número de brujos ha quedado reducido a 40 mil en el primero y 100 mil en el segundo. En Venezuela se calculan unos 3 mil brujos sin incluir a los ojeadores, sopladores, ensalmadores, a los que practican cultos a los muertos y a personajes como María Lionza, los quirománticos y adivinadores, centros de espiritismo que invocan las almas de los difuntos, practicantes de las llamadas ciencias ocultas que abarcan la cábala, la alquimia a través de la cual se obtiene el exilir de larga vida y la astrología tan difundida gratuitamente por los medios de comunicación social.
         A propósito de la astrología y de una encuesta de la Gallup según la cual el 55 por ciento de los norteamericanos entre los 13 y 18 años de edad cree en la astrología, un grupo de científicos y académicos de los Estados Unidos y Canadá pidió a los periódicos que advirtieran a sus lectores que no deben creer en sus columnas astrológicas. Es decir, que de la misma manera que se le pone a las cajetillas de cigarrillos que son dañinos para la salud, las columnas de astrología deben llevar una indicación en el sentido de que las predicciones astrológicas deben ser leídas como entretenimiento puesto que no están basadas en hechos científicos.

La brujería no es delito

         La práctica de la brujería en Venezuela es libre, se tolera, y el Código Penal no la contempla ni como delito ni como falta. Sin embargo, puede ser castigada cuando se comprueba que con ella se ha sorprendido la buena fe de la gente. En este caso, el Policía puede allanar centros de brujería donde se estafe a la gente incauta y se le exponga al riesgo de intoxicaciones mediante la ingestión de brebajes y pócimas de presuntos efectos milagrosos.
         No es necesario perseguir ni condenar la brujería, me dijo en una oportunidad el psiquiatra Miguel Grau, ex director de la Escuela de Medicina. El problema de la brujería es que quienes la ejercen utilizan el fenómeno psicológico, el fenómeno natural psicológico, ni siquiera el parasicológico. El tratamiento se basa en la sugestión, fundamentalmente. Cualquier cosa que se le de a un individuo, en el cual se tiene fe y confianza, produce efecto terapéutico. En la historia de la humanidad siempre ha habido alguien que ha curado a otros sin recursos terapéuticos. Eso le pasó a Federico Mesmer con el magnetismo. De manera que los psiquiatras no son partidarios de perseguir a la brujería. Particularmente el doctor Grau cree en la buena intención de los brujos, pues ellos tratan de resolver algo con un criterio mágico religioso y si hay que combatir la brujería debería ser, en todo caso con sentido humano, con más educación y demostrándole a la población el beneficio que se obtiene con la ciencia, aun cuando la ciencia no ha podido darle respuesta a todo menos en Venezuela donde se aporta tan poco para ella y donde el servicio de salud es cada vez más costoso e inadecuado.
         La brujería existirá siempre. Es un mal con raíces muy profundas, tan profundas como la propia religión cristiana que la combate y naturalmente, prospera en ambientes tan favorables para el pensamiento mágico-religioso como Guayana, donde existe una gran influencia asociada con otras culturas.

El Brujo Yaguarín

         Durante la última década del siglo diecinueve y parte del veinte, un Brujo de La Canoa, caserío rural de Soledad, dominó la parte supersticiosa de la sociedad bolivarense. Se llamaba Juan José Yaguarín, o simplemente el “Brujo Yaguarín” famoso porque virtualmente lo curaba todo con un  preparado de Alcornoque y raíces de Arestín acompañado de ciertas oraciones. Según el diario El Luchador de la época, Yaguarín falleció en febrero de 1918 a la edad de 80 años y era un verdadero realizador de milagros en el oficio de la curandería por arte de encantamiento. Yaguarín no cobraba y su fama se extendió por todo el país. Lo sustituyó su ayudante Antonio Guatarrama, a quien instruyó en el conocimiento de las propiedades medicinales de las plantas.
         En Tumeremo, enero de 1918, un charlatán usurpó el nombre de Yaguarín y fue policialmente detenido, acusado de haber estafado a numerosas personas con una terapia botánica que nunca llegó a ser efectiva.
         La Federación Médica Venezolana tradicionalmente ha combatido la brujería y la curandería en general y no reconoce especialidades sin soportes científicos comprobados. En 1984, su presidente, doctor Amadeo Leyba Ferrer, amenazaba con pasar al Tribunal Disciplinario, de acuerdo con el Código de Deontología Médica y la propia Ley de Ejercicio de la Medicina, a aquellos médicos “que se publiciten como practicantes de la hemeopatía, la acupuntura, la iridología y la medicina naturista”, considerados como ramas de la llamada Medicina Alternativa al igual que el Yoga y la Bioenergética. A esta última se están dedicando algunos psiquiatras así como hay médicos practicando la acupuntura y otros que están sustituyendo los fármacos por medicamentos naturistas.
         Lo cierto es que debido al alto costo de las consultas médicas, la mala atención en los hospitales y el alto precio de los medicamentos, se observa un vuelco de la población hacia la medicina a base de productos naturales, bien, prescriptos por verdaderos profesionales de la medicina o por brujos aureleados de cierta fama como los casos ayer de Yaguarín en La Canoa y de Abilio en el kilómetro 88.
         Mi vecina que agotó todos sus recursos acudiendo a la medicina científica tratando de encontrar cura efectiva para el asma de su niño, ahora nos dice que le va bien con la receta de un brujo naturista que le indicó sábila mezclada con jugo de limón y miel. Un deportista nos confesó haber ayudado a un amigo mejorar su artritis con un tipo de arte marcial llamado Shiatsu mientras un campesino de nombre Julio Guevara, asegura haberse curado con Mapurite, no el animalito sino la planta llamada también Anamú.
         Dado que últimamente el mercado ha sido saturado de productos naturales, unos con fines cosméticos, otros con fines ceremoniales folclóricos y los más con fines farmacoterapéuticos, el Ministerio de Sanidad ha advertido que tales productos, si no figuran en la farmacopea venezolana, sólo podrán ser vendidos en establecimientos distintos a los farmacéuticos, en forma original, ya contengan una sola especie botánica o mezcla de plantas o de partes de ellas, así como también en forma de extractos, tinturas, destilados, infusiones, decocciones y polvos solubles, una vez obtenido el registro sanitario.


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