De forjas y herreros conoce la ciudad
capital desde los propios días de su traslado a la parte más angosta del
Orinoco. Vestigios hay de una forja catalana de los años de 1700 y en plena
actividad en el mero Casco Histórico de Ciudad Bolívar sobrevivió una hasta el
final del siglo veinte.
A 23 kilómetros, al sudeste de la ciudad capital,
pueden verse vestigios de la primera forja. Una forja catalana en la cual
misioneros capuchinos producían el hierro dulce que luego transformaban en
objetos o piezas útiles para los edificios de la ciudad en ciernes.
El mineral de hierro lo extraían de una mina localizada en
los cerros de Mundo Nuevo, a poca distancia de la forja, la cual está dentro de
los predios del Hato Santa Rosa, fomentado por los propios misioneros y legos
artesanos venidos de España. El hato es hoy propiedad de los herederos del
extinto abogado Reinaldo Sánchez Gutiérrez. La forja se comunicaba con la mina
a través de una vereda de piedra, de la que igualmente existen vestigios.
Este es el antecedente más remoto de la herrería en la
ciudad capital, pero cuando ésta realmente adquiere importancia es después de
la colonia, aunque durante el proceso republicano consolidado a través del
siglo diecinueve, que abrió libremente el comercio con Europa y las colonias
holandesas, inglesas y francesas, resultaba más cómodo para los angostureños
importar los productos de hierro elaborado. Las columnas de hierro de las
galerías porticadas del Paseo Orinoco, las rejas de la Plaza Bolívar, soporte
de vigas y balconcetes, portones, clavos de cabeza ancha, aldabones,
bocallaves, cerraduras, pernos y bisagras de monumentos e inmuebles de la
ciudad antigua, fueron importados desde las Antillas o directamente de Europa.
Es al desprenderse el siglo veinte, cuando comienza a tener
importancia la explotación del caucho y el balatá y llegan los primeros coches
tirados por bestias (Victoria y Phaeton) a suplantar los carros de bueyes,
cuando la navegación de vapor por el Orinoco se intensifica, que las forjas
adquieren puesto relevante en el desarrollo de la actividad artesanal.
Todavía hay gente en la ciudad que recuerdan las forjas o
herrerías del antillano Humberto Battes, del italiano José Abati y del alemán
Enrique Ostermay.
La herrería de Humberto Battes se hallaba instalada en el
Callejón Dalton, hoy Calle Piar. Hacía toda clase de trabajo de herrería, pero
especialmente, fabricaba y reparaba ruedas de wagón, ruletos, carros de mulas,
ruedas especiales para el tráfico de arenales, espuelas para la explotación del
balatá-forma inglesa y sistema de uso en Demerara que era el más práctico,
embarandados, ventanas, rejas y reparación de trapiches.
La herrería de José Abati, en el paseo El Porvenir, hoy
calle Cumaná, la fundó en 1910, después que se radicó en Ciudad Bolívar,
proveniente de Barcelona. Antes y desde 1899 que llegó a Venezuela había
trabajado en calidad de mecánico en las minas de carbón de Naricual con la
Compañía Lanzoni Mattini.
Además de la herrería, su taller prestaba servicio de
mecánica y allí se formaron los mecánicos de los primeros automóviles que
llegaron a la ciudad. De ese taller de don José Abati egresaron Ramón Alcocer,
propietario de un taller de reparaciones de automóviles; Aquiles Bellizi,
técnico de mantenimiento de las maquinarias de la Tenería de los Hermanos
Bilancieri; José Leal, tractorista mecánico de la Oficina Técnica Gutiérrez y
Cía de Caracas; el jefe del Departamento de transporte de la Shell así como sus
tres hijos: Carlos, Luis y José, quien aún vive en al avenida 5 de Julio y en
cuya casa se conservan los antiguos y pesadísimos portones de hierro forjado
que cerraban por las tardes las rejas de la Plaza Bolívar para evitar que el
ganado se metiera.
Tanto la herrería del negro Humberto Battes como la de José
Abati, desaparecieron y de las de principios de siglo veinte sobrevivió hasta
el 2000 con el nombre de “Herrería Alemana” la de Enrique Ostarmay, en manos de
José del Valle Silva, quien la adquirió siendo su empleado en 1934.
La Herrería alemana fundada en 1904 en la calle Venezuela,
se mantuvo viva durante casi todo el siglo, pero aunada su vieja actividad de
forja a la de mecánica de mantenimiento, por lo que además del clásico trabajo
de herrería, fabricaba repuestos mecánicos a pedido debiendo utilizar además de
la forja, el torno, la frizadora y otros equipos propios de la tecnología
moderna.
José del Valle Silva, luego de pasar por las aulas del Liceo
Peñalver, heredero de las aulas del antiguo Colegio Federal de Varones, hizo un
curso por correspondencia sobre mecánica industrial y automotriz al tiempo que
trabajaba como ayudante desde 1928 en la Herrería Alemana, fundada por Enrique
Ostermay y legada en sucesión a sus hijos. Llegó a ser él, el empleado
insustituible del taller, lo cual le permitió en 1934 obtenerlo en propiedad
por virtud de sus economías y de un premio de 20 mil bolívares que le dio la
suerte puesta a prueba con un billete de la lotería de Beneficencia que
entonces existía en la ciudad y con cuyos dividendos se sostenían los
hospitales.
José del Valle Silva quien nació el 3 de noviembre de 1913 y
vivió más de ochenta años fue un forjador nato. Lo conocimos, como se dice en
el argot popular, “echando mandarria” en la realización de alguna obra
artesanal de las cuales hay unas cuantas en inmuebles del Casco Histórico,
incluyendo el escenario que años atrás utilizaba la Banda del Estado en la
Plaza Bolívar para la retreta. Pero no era un herrero empírico sino muy
estudioso desde temprana edad. Es lo que pudiéramos llamar un Herrero Ilustrado, con una buena
biblioteca en su propio taller, donde era difícil caminar sin rozar una de las
numerosas máquinas que allí dormían obsoletas o que estaban en plena actividad.
En esta casita de piedra y barro, donde desde el siglo
diecinueve existía una panadería, se acumulaban la primera forja de fuelle,
antiguas máquinas de fabricación alemana traídas a Angostura desde los puertos
de Hamburgo, herramientas de todo tipo y desechos herrumbrosos de casi un
siglo. La fragua hasta finales del siglo veinte era prácticamente la misma,
trabajaba con carbón vegetal, pero sin el fuelle primigenio, entonces
sustituido por un compresor que hacía sus veces inyectando aire al fogón de
manera sostenida.
Ahí estaban junto a la fragua, el yunque, las mandarrias,
martillos, cinceles, punzones, tenazas, prensas, limas, sierras, taladros y las
piezas de hierro para ser caldeadas. Muy distinto a las herrerías actuales,
donde la artesanía de herrería de forja es desconocida. Según José del Valle
Silva, con quien sostuvimos una conversación interrumpida a cada rato por
clientes ansiosos de reponer la pieza mecánica imposible de hallar en el
mercado local, las llamadas herrerías de hoy acusan diferencia marcada al lado
de las de ayer.
Las de hoy, salvo algunas excepciones, trabajan a base de cortes
mecánicos con sierras clásicas, cizallas y taladros eléctricos, o bien cortes
con gases de propano, acetileno y oxígeno. La electricidad juega un papel
preponderante en la herrería moderna moviendo cizallas tipo industrial,
dobladoras de láminas, perfiles y poderosos taladros. La regla, el compás, la
escuadra, falsos escudos, niveles, metros y discos pulidores eléctricos son las
herramientas sobresalientes de la herrería moderna, como las prensas mecánicas
e hidráulicas que ayudan al obrero.
Y así como es patente la diferencia entre la Herrería de
ayer y la actual, igualmente lo es entre un producto y otro. El producto de
forja requiere de mayor arte, tiempo y dedicación que el elaborado con máquinas
y herramientas electromecánicas. De todas maneras, la herrería, en término
general, es una necesidad hoy más que nunca en la industria de la construcción,
especialmente si tomamos en cuenta el alto costo de la madera, paradójicamente,
ayer más barata que el hierro.
Los valores se han invertido en la misma medida en que ha
venido evolucionando la Herrería si es que su inserción dentro de las
posibilidades de la soldadura eléctrica, puede llamarse evolución a costa del
sello creativo personal del herrero del pasado. Desde que se popularizó la
soldadura eléctrica en la ciudad, la fragua pasó a un destino que la coloca en
situación de forastera, o desconocida, tanto por el profesional de la
metalmecánica como por la clientela del producto.
Antes, por supuesto, desde 1764 que la ciudad de Santo Tomás
se mudó para la Angostura del Orinoco, hasta los años de 1940 cuando comenzó a
tomar cuerpo la industria metalmecánica, la herrería de forja o herrería
artesanal, ocupaba un lugar de gran demanda, especialmente cuando apareció el
coche de tiro y el automóvil, cuando la navegación a vela y de vapor a base de
leña o carbón antracita, requerían de mantenimiento, reparaciones y reponer
piezas fácil de hacer en una forja o en un torno a pedal como el que Enrique
Ostermay importó de Hamburgo a través de la Casa Blohm a comienzos del siglo,
indudable joya de museo aun cuando todavía prestaba servicio en la Herrería de
José del Valle Silva.
José del Valle Silva, quien además de consumado herrero fue
Presidente del otrora Club Atlante, miembro del Consejo Venezolano del Niño,
hoy INAM y Venerable Maestros de la Logia Asilo de la Paz Nº 13, solía recordar
a Enrique Ostermay como su gran maestro. Ostermay llegó a Venezuela procedente
de Hamburgo en 1902. Graduado en la Escuela Técnica de aquella metrópoli del
comercio alemán, en la especialidad de cerrajero, se radicó en Ciudad Bolívar,
no obstante el flujo de sangre de la Guerra Libertadora y se sostuvo al
comienzo fabricando las cerraduras de nuevo forjado. Era la época de oro de la
Casa Blohm y la influencia germana en la capital orinoquense era notoria.
En 1904, Ostermay fundó la Herrería Alemana con la
tradicional forja tipo fuelle, taladro de mano, yunque... Posteriormente
importó de la fábrica alemana “Homel Maíz” un taladro de columna movido por
pedal que luego cuando advino el motor de gasolina se le hizo una adaptación
para ser movido por polea. Finalmente se le adaptó motor eléctrico. Para
entonces, la principal fuente de trabajo de este taller dependía de la Casa
Blohm que controlaba el comercio desde el Orinoco arriba hasta Apure, Amazonas
y Delta Amacuro.
En la Herrería Alemana que se extinguió nonagenaria con su
último dueño, se fabricaban ollas y balconcetes, espuelas especiales para
trepar árboles productores del latex, cuchillos, herraduras, postes para
potreros, rejas, ventanas, aldadones y bisagras que hoy se importan en
cantidades industriales, por lo que la herrería de antaño dio paso a
tecnologías que hablan del avance del hombre y de la ciencia.
Buena historia
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