Las actuales generaciones upatenses poco o
nada saben de una liana autóctona más poderosa que la yohimbina y cuyas raices
guardan el secreto de la eterna juventud.
Sí, hubo un tiempo en que Upata era famosa, no sólo
por los Carreros del Yuruary y la
mágica sensualidad de sus féminas, sino también por el babandí, fuente de juventud donde abrevaban su sed de amor
centenares de hombres y mujeres a quienes la naturaleza tornó frígidos o
ancianos.
La fama del babandí, como curador de la impotencia en ambos sexos trascendió
incluso las fronteras de Guayana y Venezuela, tanto por vía de los forasteros
doradistas como por el crédito que daban los Laboratorios de la Venezuela Drug Company donde se
producían los preparados del doctor Antonio Lecuna Bejarano.
El milagroso secreto trasmutado en
fórmula medicinal, está en la raíz de una planta de tallo delgado y muy largo
que corre por los suelos húmedos o se arrolla a otros vegetales, conocido con
el nombre de Babandí o Boibandee, como le decían los
antillanos de Martinica que a fines del siglo diecinueve se internaron en la región
del Yuruary, atraídos por el señuelo de la riqueza aurífera.
El babandí abundaba silvestre a todo lo
largo de la costa del Alto Caroní y del río Yuruari, pero había que ser experto
para distinguirlo de otros bejucos de la vegetación selvática. Los upatenses de
la generación actual poco o nada saben de la planta en sí y menos de las raíces
que usaban de distintas maneras sus antepasados. Lo ignoran, a pesar de que en
el embalse de Capapuycito, en la laguna del cerro La Carata y alrededores de la
Piedra Santa María, abundaba este bejuco que sólo unos pocos upatenses saben
distinguir y extraer, bien para uso particular o para vender sus raíces por
encargo.
Hasta poco después del boom del hierro,
Upata disfrutó de la fama de ser el pueblo más alegre de toda la región del
Yuruary, acaso por sus mujeres bonitas y por las jaranas que armaban allí los
forasteros cuando se dirigían a las montañas purgueras y a las quebradas del
oro del Cuyuní.
Rómulo Gallegos, en su novela Canaima,
pone en boca de uno de sus personajes –Manuel Ladera- un comentario que habla
de la famosa agua de la Piedra de Santa María: “Pues ya usted verá si será agradable la fiesta. Aquellos montes azules
son los de Nuria y ese farallón es la famosa Piedra de Santa María, de donde
brota un agua que viene a representar aquí lo que la cabeza de la zapoara
representa en Ciudad Bolívar: cebo para atrapar forasteros. Ya lo llevarán allá
para bautizarlo con el agua que mana de ese peñón a fin de que se case y eche
raíces aquí. O cargue con ella para donde prefiera, que es lo que a ellas les
interesa”.
Upata no solamente es pintoresca y atractiva por su
clima, su valle apacible, sus noches de luna, mujeres y colinas, sino también
por el sabor agradable y reconfortante de sus manantiales, especialmente del
agua que brota de la Piedra de Santa María, del cerro La Carata y del embalse
de Capapuycito. De este embalse, distante apenas un kilómetro, depende en parte
el consumo de agua potable de la población.
Martiniqueños los primeros
Si usted le pregunta a una persona
mayor de Upata si conoce o ha probado el macerado de babandí, le responderá
seguramente que no; pero si llega a familiarizarse con ella, acabará admitiendo
que alguna vez usó el producto por mera curiosidad y que de la curiosidad pasó a
sumarse a los que dependen de él para salvar su matrimonio.
Esto es más o menos lo que en vida nos
contó Carlos César Castro Gruber, un viejo upatense admirador de Piar y que
vivió entregado por entero a su vocación de agrimensor. Como buen upatense
conoció las propiedades terapéuticas del babandí y nos recomendó leer Geografía Médica del Yuruari (1921), un
libro del doctor Eduardo Oxford, donde se habla de la planta y que después muy
generosamente nos regaló su nieto el ex Gobernador C. E. Oxford Arias.
Pero el libro del doctor Oxford, sólo
se limita a decir del babandí que “La
gente de los campos usa este arbusto como afrodisíaco de resultados efectivos y
los palafreneros y caballerizos usan el alcoholaturo, que resulta de la
maceración de la raíz en alcohol, en fricciones para hacer más activa
la fuerza muscular de los caballos y consiguientemente para hacerlos de gran
resistencia en la carrera”.
Según Castro Gruber, los martiniqueños fueron los
primeros en dar a conocer el valor de la raíz del babandí, que más luego
industrializó el farmacéutico Antonio Lecuna Bejarano. El farmacéutico
valenciano supo, a través del análisis, de las propiedades afrodisíacas del
babandí, y obtuvo preparados que explotó por espacio de veinte años en frascos
de 20 gramos. Esto por 1923.
Nadie más que él sabía la fórmula y por
eso, desde que se fue a morir a otra parte, no se llegó a usar más el babandí
en gotas. Los frígidos o ancianos, deseosos de estimular el amor apagado,
acudieron a los rústicos proveedores que vendían las raíces maceradas y
curtidas en alcohol.
El león de Guacarapo
Uno de esos famosos proveedores era el
León de Guacarapo. Quien llegara a Upata en procura de la raíz, no iba
directamente al grano sino que preguntaba por León de Guacarapo. Era mucho más
práctico preguntar por él que por otros proveedores tan importantes como el
Negro Lucio Valdés o Ramón Ilarraga.
Ilarraga era un campesino de piel
curtida, dedicado a la venta de esa raíz sexy desde la edad de diez años. De
eso vivía tranquilo y feliz, pero ¡cosa rara! siempre negó haber usado el
macerado como muleta para hacer o ser feliz en el amor. En cambio, el Negro
Lucio Valdéz, era más franco. Atribuía incluso su longevidad –vivió más de 80
años- al milagroso babandí.
Sixto Betancourt, tan logevo como
Lucio, contaba de aventuras con más de cien mujeres y a sus 46 hijos los
señalaba como hijos del babandí. Cuando
murió a la edad de 90 años, vivía con una albina a la cual le triplicaba la
edad.
De casi todos los Estados de Venezuela,
pero sobremanera de Caracas y El Tigre, llegaba gente a Upata en busca de la
misteriosa yerba, prácticamente extinguida hoy por la intensa y centenaria
explotación. Cuando no venían directamente se valían de conocidos del lugar
para reclamarla a través de cartas o viajeros. Y era que el babandí o la raíz
de babandí, curtida en ron o en agua común, gozaba de tanta fama de afrodisíaco
como la Yohimbina o el Ginseng importado de la China.
Prácticamente extinguido el babandí, la
gente adicta a los afrodisíacos naturales, se ha venido refugiando en el Palo
de Arco, corteza de un gigantesco y frondoso árbol selvático localizable entre
el Norte del Brasil y el sur del Estado Amazonas.
Quienes vienen usando la corteza,
pregonan con franqueza sus efectos milagrosos. En cada casa del otrora
Territorio Federal Amazonas hay siempre a mano un frasco de ron y palo de arco,
el cual además es usado para estimular la fuerza muscular.
El atractivo del Babandí
El Babandí, aunque no tanto como el Amargo Angostura, llegó a ser conocido
en el exterior hasta el punto de que Laboratorios Africanos se interesaron por
la planta y ofrecieron, previa comprobación de sus poderes afrodisíacos,
comprar grandes lotes o establecer un convenio de intercambio con animales de
la fauna africana. Pero esta oferta, por haber sido hecha al doctor Armando
Michelangeli, Vicepresidente del INOS en 1968, que nada tenía que ver con el
asunto, no prosperó.
Tomando en cuenta el atractivo del
babandí, el Presidente de la República, Raúl Leoni, tenía entre sus planes un
proyecto turístico en Upata, para ser desarrollado en zona del Embalse de
Capapuycito.
A tal fin la Dirección de planeamiento
del Ministerio de Obras Públicas inició, pero ya en el último año de Gobierno,
los estudios técnicos para la construcción de un motel y un parque de
recreación pasiva y activa.
El embalse de Capapuycito, rodeado de colinas, a poca
distancia de Upata, con una vegetación exuberante y dotado de un clima
especial, muy agradable, resultaba ideal para ese proyecto, al cual el gobierno
sucesor no le dio importancia. Habría sido, no tanto por el babandí que al
final terminó depredado, sino por otros motivos, bien como escape espiritual
para la congestionada Zona del Hierro y centenares de turistas que del resto de
Venezuela y del mundo llegan diariamente a Guayana y se quedan varados en la
Laguna Canaima que sigue siendo el principal atractivo turístico del arco sur
orinoquense.
El Babandí en un poema
De manera que el Babandí quedó atrás, pero de todas maneras,
atrapado en la leyenda, en los mitos, en las tradiciones y en la poesía. De la
poesía no podía escapar y un buen día de su adolescencia, la upatense Mimina
Rodríguez Lezama escribió este nostálgico canto traducido al portugués:
Upata, pueblo autóctono de selva prisionero
Nostálgico perfume del viejo Amalivac
Orquídea que desmaya sus
pétalos de Luna
Sobre las ninfas verdes que
embriagaba babandí
Cobrizas razas idas, remotas
te cantaron
Dolientes yerebíes, guaruras
de dolor
Tus piedras silenciosas
altares del dios saurio
Conservan caciquesas tu
antiguo resplandor
El grito del moriche alegre
te despierta
Yocoima misteriosa de ti su
Dios nutrió
Su queja hecha plegaria
esplende tus palmares
Rizadas copas tristes en
grito eterno a Dios
Upata voz de fuego surcando
los azules
El sol orfebre de oro
collares te labró
Torrentes arcoiris, plumajes
y mujeres
Y a tu belleza agreste con
ella deslumbró
Por esa diosa indígena
enferma de ciudades
Rompiendo candelabros
quisiera a ti volver
Robar de nuevo el fruto de
dulces mereyales
Y oír las yerebíes del viejo
Amalivac.
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