Antes de llegar los hispanos a la tierra de
los guayanos con sus físicos (médicos), boticarios y herbolarios, la salud de
la población tribal era atendida por los Chamanes, conocedores de las
propiedades medicinales de las plantas.
Luego, que la capital de Guayana encontró asiento
definitivo y comenzó un crecimiento urbano sostenido, se establecieron los
médicos, farmacéuticos y cirujanos propiamente dichos.
Los primeros, entre 1766 y 1817 que
feneció la época colonial fueron los médicos Andrés Caballero, Pedro Goudet y
Martín Farreras (el primero nacido en Angostura); los cirujanos José Andrés de
Guerra y José Troch y el farmacéutico, también cirujano, Juan Adolfo von Rosen,
quien hacía trueque de medicamentos por becerros, mulas y tabacos.
De 1817 a 1821 que los poderes de la
República tuvieron su asiento en Angostura, se conocieron como médicos y
cirujanos de la plaza a David Adolfo Burtón, Pedro Nolasco Carías, Juan Montes
y Juan Teófilo Benjamín Siegert. Este último ejerció en Angostura y montó una
botica, activa hasta muy avanzado el siglo diecinueve. Siegert tuvo boticas
(simple boticas, sin nombres) en Angostura y Upata. En ellas comenzó a preparar
en formula medicinal el Amargo Angostura
que luego industrializó y se hizo famoso en el mundo.
Juan Montes Salas, hijo de Juan Montes,
cirujano mayor de la Plaza de Angostura en 1821 y coordinador de las campañas
de vacunación contra la viruela. Montes Salas, quien tuvo dos hijos
farmacéuticos (Andrés de Jesús Montes Cornieles y Juan Montes Dávila), fundó en
1830 la “Botica Boliviana”.
Continuaron esta labor de farmacéuticos en Angostura,
sus hijos los dos doctores Andrés de Jesús Montes Cornieles, Juan Montes Dávila;
Juan Bautista Vallée y José Félix Armas, este último nativo de Cumana, cuya
persistencia se le debe la realidad del Teatro Bolívar.
José Félix Armas
El doctor José Félix Armas era para el
29 de abril de 1913 cuando murió a la edad de 87 años, el decano de los
farmacéuticos de Venezuela. Nació en Cumaná el 20 de noviembre de 1826 y se
graduó de Farmacéutico en la Facultad de Medicina de Caracas el 19 de abril de
1855. Al año siguiente se trasladó con su familia a San Fernando de Apure donde
ejerció la medicina y estableció la primera farmacia regular que existió allí.
Se trasladó a Ciudad Bolívar en 1869, fijando desde entonces su residencia en
la capital bolivarense.
En Ciudad Bolívar, al igual que lo hizo
en Apure, montó su propia farmacia y ejerció la terapéutica alopática y
homeopática. Ejerció en tiempo de los doctores Luis Francisco Plassard,
Francisco Goicochea, Wenceslao Monserratte José Ángel Ruiz, Simón Barceló,
Asunción Farreras y Félix Moreno. Para combatir la malaria inventó la “Panacea apureña”, premiada en la
Exposición de París, y el “Amargo de
Armas”, tónico aromático muy agradable.
Presidente del Consejo Municipal de
Heres, Administrador de Aduanas, Procurador del Estado, Consejero del gobierno
del general Venancio Pulgar y obtuvo el grado General de División de las
milicias, expedido por Joaquín Crespo. Ayudado por varios comerciantes de la
plaza, inició y terminó la construcción del famoso Teatro Bolívar, inaugurado
en 1883.
Boticarios y Amargos
Boticas como la Boliviana, la Vargas,
de Ochoa Pacheco (calle Dalla Costa y Venezuela), la Alemana, de Guillermo
Eugenio Monch y el Aguila, de Guillermo Lange, fundadas en el siglo diecinueve,
pervivieron hasta algo avanzado el siglo veinte. Casi todos los boticarios de
entonces fabricaban Amargos utilizando la llamada quina de las Misiones del
Caroní o Cuspa (Cusparia febrífuga) en combinación con otros vegetales de la
farmacopea indígena.
Después que los Siegert se llevaron la
fábrica del Amargo Angostura para Trinidad, cada boticario ideó su propia
fórmula. Así el doctor José Félix Armas preparaba el “Amargo de Armas”; los Hermanos Mathison, el “Amargo Aromático de Guayana”; el farmacéutico Carlos F Schneider,
dueño de la farmacia El Aguila, el “Amargo
Venezolano de Angostura” cuya botella expendía a dos bolívares; Guillermo
Eugenio Monch, ofrecía el “Amargo de
Ciudad Bolívar”, como “gran
específico para fortalecer los órganos de la digestión”, premiado con
Medalla de Oro en la Exposición industrial de Valencia y con Medalla de Oro
igualmente en Roma (1901); Froilán Montes el “Amargo de Caroní); la firma caballero & Denjoy, el “Amargo Imperial de Guayana” (1914)
distribuido en la Plaza del Mercado por Antonio Abad. Uno de los últimos que se
fabricó en la ciudad fue el “Amargo
Aromático de Ciudad Bolívar” conforme a una fórmula del extinto José Gaspar
Machado Siegert. Este producto fue premiado en la Exposición de Sevilla en 1929
y en la de Lieja en 1930. Lo fabricaba en 1941 Julio César Tovar, tónico que
nada tenía que envidiarle al Amargo Angostura
cuya fama aun permanece sin destronar.
La Botica Boliviana
La Botica Boliviana fundada por Juan Montes Salas en
1830, aun se hallaba activa en 1904 y figuraban como dueños en sociedad del
alemán Carlos F Schneider y Urbano Taylor.
Schneider, cuyas propiedades quedaron
seriamente afectadas durante la batalla de Ciudad Bolívar (1902-1903), tan
pronto pasó la tempestad de la guerra, vendió cuanto tenía, tomó sus bártulos y
se embarcó en el vapor Whitney para fijar su residencia en Hamburgo, después de
25 años de farmacéutico en la capital bolivarense.
Se ausentó el 8 de enero y 11 días
después estalló en llamas la Botica
Boliviana. No había Cuerpo de Bomberos, pero como si hubiera porque siempre
en esos casos sobraban voluntarios aparte de los soldados de las Fuerzas
Nacionales, que tenían la obligación de movilizarse en casos de siniestros.
200 soldados fueron dotados de picos,
hachas, baldes y cuanto fue necesario para extinguir aquel fuego que amenazaba
la manzana donde se hallaban las casas mercantiles de Blom & Cia; B. Tomassi & Cia; Montes & Monch, Miguel A.
Rodríguez y Boccardo y Cía., salvados por derrumbes de algunos techos y
paredes que sirvieron de contrafuego.
El incendio se desató a las cuatro de
la tarde y terminó extinguiéndose a las diez de la noche. Desde 1877, año en
que ocurrió el incendio de la Casa Blohm, la ciudad no había registrado un
incendio de esa magnitud.
No obstante el serío percance, la Botica Boliviana volvió abrir sus
puertas el 4 de abril. Se reinstaló provisionalmente en “Las Cuatro Esquinas”,
frente al edificio destruido por el incendio.
Productos farmacéuticos en boga
La Botica
Boliviana tan pronto reabrió sus puertas comenzó a publicar en la prensa
local una lista de los productos de mayor demanda entonces, que, por lo
general, eran también los de las otras boticas o farmacias de la plaza.
Productos nacionales y de renombradas casas francesas e inglesas.
La Emulsión
de Scott con grabado figuraba diariamente en la primera plana de la prensa
y a la cual en esos días le salió un competidor: la “Emulsión Rincón”, fabricada en Caracas y certificada como buena
por Rafael Rangel, jefe del laboratorio del Hospital Vargas y fundador de los
estudios de parasitología en el país. Con esa publicidad casi todo el mundo se sintió
atraído por la novedad del nuevo aceite de hígado de bacalao, tan rico en
vitamina A.
Zarzaparrilla
y píldoras de Bristol, Chalagogue indio, Pectoral de Anacahuita, Tónico
oriental y la “inimitable” Agua de Florida Murray; Jarabe de vida, de los señores
Barclay y Cia; Píldoras para el hígado y jabón curativo de reuter; el Tricófero
de Barry, Alivia Dolor, Jarabe de rábano iodado, Hisposfofito de cal,
Glicerofosfato de cal de Chapoteaut, Pasta y jarabe de sabia de pino marítimo
de Lagasse, Pastillas de jugo de lechuga y laurel, Cápsulas de quinina, Sándalo
Midy, Vinos de pepsina y peptona de Chapoteaut, Perlas de quinina de Clerton,
Quinina Labarraque, Píldoras y jarabes de Blancard, Kola Astier,
Glicerosfosfato de cal y Trigestina granulada.
Píldoras muy solicitadas eran las del Dr. Hammart,
recetadas contra la blenorragia y a base de Kavakavav y azul de metileno,
sustancias cuyas acción terapéutica en el tratamiento de la enfermedad
constituían para 1904 la última palabra de la medicina moderna, mientras la Botica El Aguila vendía por mayor y al
detal productos de la Botica Inglesa de
A. Cook Hnos. de Maracaibo, entre ellos, La
Píldora Olarte, puramente de vegetales; el Depurativo Olarte y el Vermífugo clínico.
El Gremio Farmacéutico
Los farmacéuticos comenzaron a
agremiarse en 1882 bajo la Sociedad
Farmacéutica de Venezuela, presidida por Teodoro Sturup. Entonces los
títulos farmacéuticos se otorgaban a los médicos que cubrieran ciertos
requisitos. Pero esa Sociedad tuvo un largo receso hasta que se extinguió y se
fundó en 1894 la Sociedad Farmacéutica
de Caracas y Venezuela, presidida por Enrique García, año en que comenzaron
en forma los estudios universitarios de farmacia. Esta sociedad corrió la misma
suerte de la anterior tal que en 1909 se creó el Centro Farmacéutico Venezolano que más tarde tuvo su Seccional en
Ciudad Bolívar bajo la presidencia del doctor Antonio Lecuna Bejarano,
farmacéutico valenciano que ejerció en Ciudad Bolívar por espacio de veinte
años y el cual se hizo famosos por lograr sintetizar el Babandi en gotas para curar la impotencia sexual.
El gremio de farmacéuticos se convierte
en Colegio a partir de 1978 que es decretada la Ley de Colegiación Obligatoria. Entonces se legaliza la Federación Farmacéutica Venezolana y es
aprobado el Código de Etica y Moral
Farmacéutica. Ya existía el servicio nocturno de farmacia por turno en
Ciudad Bolívar, desde 1927 que lo solicitaron formalmente Behrens y Cia, Ochoa Pacheco y Cia. Luis Vicentini y Carranzas y Cia, quienes
entonces controlaban las farmacias de la ciudad.
Las sobrevivientes
A las Boticas y Farmacias anteriormente señaladas se
sumaron hasta la mitad del presente siglo, la Botica Nacional, Santa Ana, Del Valle, Orinoco, Bolívar, Continental,
la Bello y El Porvenir. Esta última propiedad de Antonio Rodríguez, que
vendía de todo, hasta casabe y queso,
agua del carmen, sulfas píldoras del doctor Ross, Neolsarvarzan, goma arábiga,
purgante de higuera, soluciones de yodo, emolientes y ciertos placebos que
más que valor terapéutico tenían un efecto psicológico.
De todos estos establecimientos,
sobreviven la Farmacia Santa Ana, establecida
bajo la gerencia de Luis Ascanio (primero de octubre de 1907), sobre los restos
de la que fue “Botica Nacional”,
actualmente en calle El Porvenir en manos de Felipe Herrera; la Farmacia Bolívar; Farmacia Del Valle, de Jesús Salazar y la Orinoco, primero botica y luego
droguería que vendía al por mayor productos para preparados medicinales, así
como específicos importados.
La Farmacia
Orinoco, fundada por Tadeo Schoen, fue vendida a Laureano León, quien la
puso en manos de su hijo Laureanito, propietario que debió abandonar en 1940
los estudios de medicina, de la medicina preantibiótica, en la que el mortero
donde se trituraban las esencias era la pieza más importante de la botica.
Tadeo Schoen, fundador de la Farmacia Orinoco, era un europeo de voz aguda que vendía de
todo y quien tenía estratégicamente ubicado en su establecimiento un “Ojo de Boticario”, vale decir, un
espejo redondo por donde chequeaba a los clientes.
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