domingo, 11 de junio de 2017

El Profeta Enoc


         Este personaje, del que mucho se ha hablado y escrito, conmovió a Guayana en 1926 por sus predicciones, tan negativas, que se volvieron contra él al terminar sus días en una cárcel colombiana o seguramente devorado por las huestes del Anticristo de la Segunda Guerra mundial.

         El teatro Bolívar, amenazado de muerte, echaba, como quien dice, sus últimos tiritos con la trouppe de Amparito Valdivieso y el debut de la compañía Mary Wilson que montó la comedia “A campo traviesa” de Felipe Sassone.
         En primera fila siempre estaba Silverio González, a la sazón Presidente del Estado, muy contento porque pensaba llevarle de regalo al Presidente Juan Vicente Gómez un tigre negro cazado por el ganadero Felipe Páez Ezeiza en su hato La Yeguera.
         Ciudad Bolívar entonces se daba el lujo de disfrutar no sólo de un Teatro, sino de un Circo de Toros –el Monedero- y varios cines, entre ellos, el cine América que también se prestaba para otros espectáculos como el Boxeo. Allí tuvo lugar ese año de 1926 la temporada boxística musicalizada con la orquesta Dalla Costa de José Francisco Miranda (Fitzí). La pelea inaugural la ganó Adams frente a Mike en el décimo asalto y se concertó la revancha a 20 rounds para el sábado siguiente.
         En tan deportiva ocasión el respetable público pedía a Fitzí Miranda incluyese en su repertorio la música con la cual se bailaba el Charleston, pero el profesor para no colidir con Monseñor Mejía se negaba porque este baile de moda había sido condenado por la Iglesia. Incluso, en París, por vulgar fue suprimido de los salones elegantes así como de las casas alegres de Montmatre.
         La Iglesia para ese tiempo era extremadamente estricta y exigente. Quien pasara frente a la Catedral, por ejemplo, debía quitarse el sombrero o hacerse la señal de la cruz so pena de ser amonestado, y quien escribiera y dejara trascender algún señalamiento que produjera escozor a los ministros de la Iglesia, igualmente se exponía a una admonición desde el púlpito o desde las páginas de la Gaceta eclesiástica que dirigía el vicario Dámaso Cardozo.
         No sabemos cuál fue la reacción de la Diócesis cuando supo que por los lados de La Paragua había aparecido un Profeta que predicaba y vaticinaba desastres. Si la tuvo, no la dejó traslucir; pero cuando ese rumor se extendió, muchos citadinos se pusieron en guardia y desempolvaron sus libros sagrados.
         Así pudieron enterarse que profeta, en sentido cristiano, era todo aquel que revelaba la voluntad divina por inspiración del Espíritu Santo y ¿quién, ministro de la Iglesia o no, estaba en capacidad de saber si aquel señor vestido con pantalones de kaki arrollados hasta las rodillas, saco de dril, un paño por sombrero y una mochila, que se decía predicaba bajo la sombra de los árboles, era realmente Profeta?.
         Antes de que Jesucristo viniese al mundo ya existían los profetas. Eran hombres de espíritu vehemente, de una religiosidad profunda y de recto juicio sobre la moral y lo justo. En Israel combatieron la corrupción, la impureza en el culto y los males de la vida religiosa y social. Un hombre así era difícil que autoridad civil o religiosa lo molestase y ello explica el por qué el Profeta que dijo llamarse Enoc, predicó y predijo en Guayana sin que nadie lo pertubara.
         Los guayaneses buscaban y rebuscaban a ver si antes hubo un Profeta llamado Enoc y sólo encontraron que hubo cuatro grandes profetas: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, más otros doce reconocidos en las sagradas escrituras como Profetas menores: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Miqueas, Jonás, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías.
        
Como se ve, no aparecía el Profeta Enoc. Sin embargo, en el Libro de Mormón, obra de tipo histórico profético y de estilo bíblico, alguien halló el bendito nombre. El profeta Enoc existió en tiempos en que los nefistas y lamanitas no se podían ver ni en pintura. Enoc, quien oró y predicó hasta su muerte por la salvación de la tradición y legado cultural del pueblo de Nefi, tuvo un hijo que también resultó profeta y éste, otro y así sucesivamente en forma interminable. Lo que pretendía desentrañar la gente era si este Profeta Enoc que recorría Guayana en agosto de 1926, venía por esa línea o si simplemente se trataba del miembro de una secta que adoptó ese nombre. Nombre que la prensa de entonces escribía no con S al final (Henos) como aparece en el Libro de Mormón, sino con C, mientras que el coronel Francisco Daza Carmona, secretario de la Jefatura Civil de El Manteco y padre del fallecido poeta Argenis Daza de Guevara, lo escribió en el retrato que pintó, con X. A Horacio Cabrera Sifontes le sonaba mejor con una CH al final, en un libro vivencial que publicó en 1982 sobre el personaje.
Nadie sabe por donde entró el Profeta Enoc a Guayana.  Lo cierto es que las primeras noticias de su presencia en tierras del Orinoco vinieron de La Paragua y aparecieron en el diario El Luchador de Ciudad Bolívar a mediados  de octubre de 1926.
Informaban que se trataba del mismo hombre que estuvo en Managua profetizando cosas espantosas, entre ellas, el juicio final. Los discursos los comenzaba con los primeros cuatro versículos del Capítulo 30 del Evangelio de San Lucas. Se trataba de un hombre de piel morena, ni gordo ni flaco, melena negra lacia, que se alimentaba de frutas y no aceptaba dinero ni hospedaje, prefiriendo acampar bajo un toldillo.
El Profeta, calzado de sandalias que parecían no poder desgastar los interminables caminos, estaba tan de pronto en un lugar como en otro sin importarle la distancia ni exhibir cansancio, sino, por el contrario, siempre se veía reposado, vital y seguro de sí mismo.
Por una carta de Cruz Lina de Matías, dirigida a don Jorge Suegart, se supo que el día 3 de octubre, a las 8:30 de la mañana, el Profeta se hallaba en Santa Cruz del Orinoco predicando en una esquina. La carta publicada en El Luchador dice que entonces el Profeta Enoc vaticinó la segunda venida del Salvador y dijo que sólo le faltaban cinco meses y medio para terminar de recorrer el mundo a pie, al cabo de los cuales se encontraría en Roma con el Profeta Elías para persuadir al anticristo.
Pero el anticristo que, según el Apocalipsis, habrá de aparecer poco antes del fin del mundo para llenar la tierra de crímenes, no se dejaría persuadir sino que iracundo los mandaría a descuartizar. El Profeta Enoc estaba consciente de ello, pero por inspiración divina sostenía que al cabo del tercer día de muerto despertaría para no morir jamás. Era sin duda una buena esperanza para su jornada que en Guayana le tocaba cumplir en medio de un verano de sabanas encendidas al cual las pocas lluvias no podían vencer.
El Profeta dijo entonces que aquel verano resaltado por asfixiante humareda de sabanas encendidas, era uno de los signos que comenzaban a presagiar la venida del Salvador. Otros signos serían terremotos y ciclones y una gran guerra que destruiría a Europa. Tan sólo la América quedaría en pie.
Quince días después de haber estado en Santa Cruz, el Profeta Enoc apareció en la región del Yuruari, a cinco kilómetros de El Manteco. Allá viajó el coronel Francisco Daza Carmona, secretario de la Jefatura Civil de El Manteco. Daza conversó con el Profeta y siguió sus pasos por la zona. Luego envió un reporte al diario El Luchador junto con un dibujo a lápiz que el periódico no pudo reproducir por no tener en ese momento el Fotograbador, pero fue facilitado al fotógrafo J. I. Rebolledo para postales que luego se vendieron como pan caliente. El Coronel Daza Carmona se presentó ante el Profeta en compañía de Julio Delgado, Miguel Grillet y Alejandro Damas (a) Cabulla.
El 18 de octubre, fiestas patronales de Santa Teresa de Jesús, dice Daza que se presentó el misterioso personaje. Se situó al sur de la Plaza Bolívar y a la sombra de unos árboles colocó un cajón que le sirvió de tribuna. Los circunstantes creían estar ante un payaso pues comenzaron a reír. Entonces el Profeta dijo: “Después de reír, el que tenga oído y quiera oír que oiga. Con armas nada más no se mata, se mata con el pensamiento también. Nosotros somos dos, Elías y Enoc. Elías viene por el Norte y yo por el Oriente. Arrepentíos, el juicio de Dios está a las puertas. Se esperan grandes temblores de tierra, epidemias, plagas, una gran guerra universal, más tened cuidado con la marca del Anticristo. Está ya en el mundo, porque nadie podrá trabajar, comprar ni vender sin que tome la marca del Anticristo. Tengan mucho cuidado y estén atentos a los signos que muy pronto aparecerán en el cielo. Diez naciones serán cubiertas por espesas nieblas. Próximamente aparecerá el Caballo Rojo de la gran guerra universal así como el Caballo Pálido en el cual cabalgará la muerte. Preparaos, el reino de los Cielos se aproxima”.
 El Profeta Enoc no andaba tan despistado, pues ese año no sólo un verano terrible acabó con la producción y productividad agrícola y pecuaria de Guayana sino que un ciclón asoló a Cuba y a Miami, un terremoto de cincuenta segundos casi acaba con Nicaragua y luego se desató la Segunda Guerra Mundial con toda su horrible consecuencia de destrucción, enfermedades y muerte desatada por un furer –Hitler- que de verdad parecía el Anticristo. Lo que ignoramos es si los Profetas Enoc y Elías coincidieron en Roma tras el sacrificio de su extensa caminata y si tal como lo predecían fueron víctimas del anticristo o de esa Guerra mundial o universal que preconizaron. El único expediente a mano sólo nos dice que el Profeta Enoc, después de recorrer Guayana, se dispuso a hacer lo mismo en pueblos de Colombia, pero de allá llegaron malas noticias.
El periódico República de Barranquilla dice en una información reproducida por El Luchador del 14 de diciembre de ese año 1926 que “Las autoridades colombianas han apresado en Sinalejo de San Diego, Cartagena, al célebre Profeta Enoc, que no ha mucho deslumbró algunas regiones venezolanas”.
El Profeta, de predicador y vaticinador, pasó a las curaciones milagrosas y en este punto sí que al parecer no tuvo suerte. Habría fracasado, según se desprende de la nota de prensa, pues tratando de hacer milagros con las aguas de una quebrada, el profeta dejó ciego a un campesino, lo que le valió sin miramientos castigo de reclusión en la cárcel de Sinalejo.
El redactor de El Luchador un tanto untado de humor y provocando las dotes del gran taumaturgo del Señor, corona la sorprendente nota de prensa  con este agregado imploratorio: “Oh, Enoc, profeta máximo, enviado del Espíritu Santo, líbrate de los barrotes con el poder de tu gracia milagrosa!”



1 comentario:

  1. estoy intersado en otoda la iformacion que coloca en su blog, tiene algun libro pdf a la venta?

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