viernes, 23 de junio de 2017

El Babandí de Upata

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         Las actuales generaciones upatenses poco o nada saben de una liana autóctona más poderosa que la yohimbina y cuyas raices guardan el secreto de la eterna juventud.

         Sí, hubo un tiempo en que Upata era famosa, no sólo por los Carreros del Yuruary y la mágica sensualidad de sus féminas, sino también por el babandí, fuente de juventud donde abrevaban su sed de amor centenares de hombres y mujeres a quienes la naturaleza tornó frígidos o ancianos.
         La fama del babandí, como curador de la impotencia en ambos sexos trascendió incluso las fronteras de Guayana y Venezuela, tanto por vía de los forasteros doradistas como por el crédito que daban los Laboratorios de la Venezuela Drug Company donde se producían los preparados del doctor Antonio Lecuna Bejarano.
         El milagroso secreto trasmutado en fórmula medicinal, está en la raíz de una planta de tallo delgado y muy largo que corre por los suelos húmedos o se arrolla a otros vegetales, conocido con el nombre de Babandí o Boibandee, como le decían los antillanos de Martinica que a fines del siglo diecinueve se internaron en la región del Yuruary, atraídos por el señuelo de la riqueza aurífera.
         El babandí abundaba silvestre a todo lo largo de la costa del Alto Caroní y del río Yuruari, pero había que ser experto para distinguirlo de otros bejucos de la vegetación selvática. Los upatenses de la generación actual poco o nada saben de la planta en sí y menos de las raíces que usaban de distintas maneras sus antepasados. Lo ignoran, a pesar de que en el embalse de Capapuycito, en la laguna del cerro La Carata y alrededores de la Piedra Santa María, abundaba este bejuco que sólo unos pocos upatenses saben distinguir y extraer, bien para uso particular o para vender sus raíces por encargo.
         Hasta poco después del boom del hierro, Upata disfrutó de la fama de ser el pueblo más alegre de toda la región del Yuruary, acaso por sus mujeres bonitas y por las jaranas que armaban allí los forasteros cuando se dirigían a las montañas purgueras y a las quebradas del oro del Cuyuní.
         Rómulo Gallegos, en su novela Canaima, pone en boca de uno de sus personajes –Manuel Ladera- un comentario que habla de la famosa agua de la Piedra de Santa María: “Pues ya usted verá si será agradable la fiesta. Aquellos montes azules son los de Nuria y ese farallón es la famosa Piedra de Santa María, de donde brota un agua que viene a representar aquí lo que la cabeza de la zapoara representa en Ciudad Bolívar: cebo para atrapar forasteros. Ya lo llevarán allá para bautizarlo con el agua que mana de ese peñón a fin de que se case y eche raíces aquí. O cargue con ella para donde prefiera, que es lo que a ellas les interesa”.
         Upata no solamente es pintoresca y atractiva por su clima, su valle apacible, sus noches de luna, mujeres y colinas, sino también por el sabor agradable y reconfortante de sus manantiales, especialmente del agua que brota de la Piedra de Santa María, del cerro La Carata y del embalse de Capapuycito. De este embalse, distante apenas un kilómetro, depende en parte el consumo de agua potable de la población.

Martiniqueños los primeros


         Si usted le pregunta a una persona mayor de Upata si conoce o ha probado el macerado de babandí, le responderá seguramente que no; pero si llega a familiarizarse con ella, acabará admitiendo que alguna vez usó el producto por mera curiosidad y que de la curiosidad pasó a sumarse a los que dependen de él para salvar su matrimonio.
         Esto es más o menos lo que en vida nos contó Carlos César Castro Gruber, un viejo upatense admirador de Piar y que vivió entregado por entero a su vocación de agrimensor. Como buen upatense conoció las propiedades terapéuticas del babandí y nos recomendó leer Geografía Médica del Yuruari (1921), un libro del doctor Eduardo Oxford, donde se habla de la planta y que después muy generosamente nos regaló su nieto el ex Gobernador C. E. Oxford Arias.
         Pero el libro del doctor Oxford, sólo se limita a decir del babandí que “La gente de los campos usa este arbusto como afrodisíaco de resultados efectivos y los palafreneros y caballerizos usan el alcoholaturo, que resulta de la maceración de la raíz  en  alcohol, en fricciones para hacer más activa la fuerza muscular de los caballos y consiguientemente para hacerlos de gran resistencia en la carrera”.
         Según Castro Gruber, los martiniqueños fueron los primeros en dar a conocer el valor de la raíz del babandí, que más luego industrializó el farmacéutico Antonio Lecuna Bejarano. El farmacéutico valenciano supo, a través del análisis, de las propiedades afrodisíacas del babandí, y obtuvo preparados que explotó por espacio de veinte años en frascos de 20 gramos. Esto por 1923.
         Nadie más que él sabía la fórmula y por eso, desde que se fue a morir a otra parte, no se llegó a usar más el babandí en gotas. Los frígidos o ancianos, deseosos de estimular el amor apagado, acudieron a los rústicos proveedores que vendían las raíces maceradas y curtidas en alcohol.

El león de Guacarapo


         Uno de esos famosos proveedores era el León de Guacarapo. Quien llegara a Upata en procura de la raíz, no iba directamente al grano sino que preguntaba por León de Guacarapo. Era mucho más práctico preguntar por él que por otros proveedores tan importantes como el Negro Lucio Valdés o Ramón Ilarraga.
         Ilarraga era un campesino de piel curtida, dedicado a la venta de esa raíz sexy desde la edad de diez años. De eso vivía tranquilo y feliz, pero ¡cosa rara! siempre negó haber usado el macerado como muleta para hacer o ser feliz en el amor. En cambio, el Negro Lucio Valdéz, era más franco. Atribuía incluso su longevidad –vivió más de 80 años- al milagroso babandí.
         Sixto Betancourt, tan logevo como Lucio, contaba de aventuras con más de cien mujeres y a sus 46 hijos los señalaba como hijos del babandí. Cuando murió a la edad de 90 años, vivía con una albina a la cual le triplicaba la edad.
         De casi todos los Estados de Venezuela, pero sobremanera de Caracas y El Tigre, llegaba gente a Upata en busca de la misteriosa yerba, prácticamente extinguida hoy por la intensa y centenaria explotación. Cuando no venían directamente se valían de conocidos del lugar para reclamarla a través de cartas o viajeros. Y era que el babandí o la raíz de babandí, curtida en ron o en agua común, gozaba de tanta fama de afrodisíaco como la Yohimbina o el Ginseng importado de la China.
         Prácticamente extinguido el babandí, la gente adicta a los afrodisíacos naturales, se ha venido refugiando en el Palo de Arco, corteza de un gigantesco y frondoso árbol selvático localizable entre el Norte del Brasil y el sur del Estado Amazonas.
         Quienes vienen usando la corteza, pregonan con franqueza sus efectos milagrosos. En cada casa del otrora Territorio Federal Amazonas hay siempre a mano un frasco de ron y palo de arco, el cual además es usado para estimular la fuerza muscular.

El atractivo del Babandí


         El Babandí, aunque no tanto como el Amargo Angostura, llegó a ser conocido en el exterior hasta el punto de que Laboratorios Africanos se interesaron por la planta y ofrecieron, previa comprobación de sus poderes afrodisíacos, comprar grandes lotes o establecer un convenio de intercambio con animales de la fauna africana. Pero esta oferta, por haber sido hecha al doctor Armando Michelangeli, Vicepresidente del INOS en 1968, que nada tenía que ver con el asunto, no prosperó.
         Tomando en cuenta el atractivo del babandí, el Presidente de la República, Raúl Leoni, tenía entre sus planes un proyecto turístico en Upata, para ser desarrollado en zona del Embalse de Capapuycito.
         A tal fin la Dirección de planeamiento del Ministerio de Obras Públicas inició, pero ya en el último año de Gobierno, los estudios técnicos para la construcción de un motel y un parque de recreación pasiva y activa.
         El embalse de Capapuycito, rodeado de colinas, a poca distancia de Upata, con una vegetación exuberante y dotado de un clima especial, muy agradable, resultaba ideal para ese proyecto, al cual el gobierno sucesor no le dio importancia. Habría sido, no tanto por el babandí que al final terminó depredado, sino por otros motivos, bien como escape espiritual para la congestionada Zona del Hierro y centenares de turistas que del resto de Venezuela y del mundo llegan diariamente a Guayana y se quedan varados en la Laguna Canaima que sigue siendo el principal atractivo turístico del arco sur orinoquense.

El Babandí en un poema

         De manera que el Babandí quedó atrás, pero de todas maneras, atrapado en la leyenda, en los mitos, en las tradiciones y en la poesía. De la poesía no podía escapar y un buen día de su adolescencia, la upatense Mimina Rodríguez Lezama escribió este nostálgico canto traducido al portugués:

                   Upata, pueblo autóctono de selva prisionero
                   Nostálgico perfume del viejo Amalivac
                   Orquídea que desmaya sus pétalos de Luna
                   Sobre las ninfas verdes que embriagaba babandí
                   Cobrizas razas idas, remotas te cantaron
                   Dolientes yerebíes, guaruras de dolor
                   Tus piedras silenciosas altares del dios saurio
                   Conservan caciquesas tu antiguo resplandor
                   El grito del moriche alegre te despierta
                   Yocoima misteriosa de ti su Dios nutrió
                   Su queja hecha plegaria esplende tus palmares
                   Rizadas copas tristes en grito eterno a Dios
                   Upata voz de fuego surcando los azules
                   El sol orfebre de oro collares te labró
                   Torrentes arcoiris, plumajes y mujeres
                   Y a tu belleza agreste con ella deslumbró
                   Por esa diosa indígena enferma de ciudades
                   Rompiendo candelabros quisiera a ti volver
                   Robar de nuevo el fruto de dulces mereyales
                   Y oír las yerebíes del viejo Amalivac.

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