El recuerdo de Tomás Funes, el
barloventeño que estremeció al territorio de Río Negro, se percibe ya como
diluído en la frágil memoria del hombre, pero vivo, sin duda, en la palabra
testimonial escrita.
Tomás Funes pertenece al pasado de la
Venezuela rural y salvaje, de la Venezuela del balatá y el caucho, por donde
sangró no sólo la voluntad aventurera del buscador de fortuna, sino los
edénicos ecosistemas de la Guayana adentro.
Ya no hay árboles que trepar ni
gutapercha y látex que recoger ni
victimarios para narrar sus crímenes. Funes murió patentizando la sentencia según la cual, quien a hierro mata a hierro muere.
Murió en 1921 impactado por las balas del revolucionario antigomecista Emilio
Arévalo Cedeño, en San Fernando de Atabapo, a la sazón, capital del Territorio
Federal Amazonas o de Río Negro, escenario de sus crímenes.
¿Quién era ese criminal, quiénes lo
secundaron, cuántas sus víctimas, de qué forma las eliminó, por qué y cómo
comenzó y terminó esta historia horripilante?
Tomás Funes, era un barloventeño de Río
Chico, llegado a Ciudad Bolívar a comienzos del presente siglo, con un modesto
cargo militar que apenas le servía para sobrevivir en tierra ajena, pero que
bien lo favoreció para entrar de lleno
en el comercio y seguir más tarde a la zaga de aventureros ansiosos de mejor
fortuna.
Amazonas o San Fernando de Atabapo,
como mejor era conocido entonces ese territorio virgen donde moran los Yanomami
y los Guahibos, prometía la riqueza del balatá, la sarrapia y el caucho además
de colorantes y otras resinas, de gran demanda en el mercado internacional y
allá se fue Tomás Funes atraído por las perspectivas de la explotación de los
productos forestales.
Para 1910 ya Tomás Funes era un
próspero comerciante pintado por el escritor Gonzalo Perdomo como jefe de la primera casa comercial del
territorio y cuyo negocio se asemejaba más a un cuartel que a una casa
mercantil.
Pero aún así, contra Funes se cometían
algunos abusos en Ciudad Bolívar solicitando créditos a su nombre hasta el
punto de tener que pagar un aviso por la prensa alertando al comercio en los
siguientes términos: Importa saber que
no pagaré por ningún motivo deuda u obligación alguna que no haya sido
contratada personalmente por mí o con mi autorización escrita. Hago ésta a fin
de prevenir abusos.
Solucionado este problema con un simple
anuncio subsistía, sin embargo, otro que Funes y demás comerciantes no
encontraban la forma de solucionar, pues se trataba de una situación que tenía
sus propias fuentes de alimentación y perturbación en el Poder.
Quienes en San Fernando de Atabapo
vivían de la explotación y exportación de productos forestales, enfrentaban a
un competidor desleal y con todas las ventajas del Poder: la Casa Mercantil
Pulido & Cia, cuyo mayor accionista era el general Roberto Pulido,
gobernador del territorio.
Las medidas del gobernador Pulido que tuviesen que ver con la
explotación de productos forestales exportables como la goma tendían a
favorecer sus intereses en perjuicio de la competencia. Así, el impuesto que la
Gobernación cobraba por la salida del producto forestal fuera del territorio,
era costumbre pagarlo en giros a la vista a cargo de acreditadas casas
mercantiles de Ciudad Bolívar. El gobernador Roberto Pulido; sin embargo, dictó
un decreto ordenando que tales derechos había que pagarlos en oro en el propio
San Fernando.
El decreto causó indignación e incluso
fue protestado por el comercio de Ciudad Bolívar, pero no hubo vuelta atrás y
ante la imposibilidad de cumplir con esa forma de pagar el gravamen, los
comerciantes se veían impelidos a vender el producto forestal a precio de
gallina flaca, en el propio San Fernando. Y ¿quiénes lo compraban? Los agentes
de Pulido & Cia, que además monopolizaban el servicio de transporte mixto
de carga y pasajeros.
Ante esta situación que los llevaba a
la ruina, los comerciantes y agentes de San Fernando no encontraron otra salida en defensa de sus intereses que
armar una conjura liderada por uno de ellos, Tomás Funes, hombre grave y serio
que les inspiraba confianza y seguridad dada también su condición de viejo soldado
de montonera.
El 8 de mayo de 1913, fue la fecha
escogida para rebelarse en armas contra la situación imperante. Había que
derrocar al gobierno local por la fuerza para llamar la atención del Poder Nacional
sobre lo que estaba ocurriendo en
territorio de la Amazonía con los productores y trabajadores de la
selva.
Pero bajo el influjo del alcohol
ingerido para darse bríos, despertaron los conjurados todas sus pasiones
primitivas cabalgando sobre un odio que parecía ancestral y el resultado fue
una carnicería en la que fueron sacrificadas familias enteras. Bastaría con
decir que doña Mercedes Baldó, esposa del Gobernador, fue ultrajada y asesinada
junto con sus dos niños.
Masacrados por las armas de los
rebeldes la misma noche del golpe fueron el gobernador Gral. Roberto Pulido, su
esposa y dos niños; el Secretario general de gobierno, Antonio Espinoza; Pablo
H. Pulido, E. Delepiani, Baldomero Benítez, Jesús Cabecci, Pedro Varela,
Heriberto Maggi, Rafael Maggi, Juan Bautista Espinoza, N. Linares, N., Bonalde, N. Chávez, Pedro Becerra, N. Martínez,
Reyes Carvajal, Froilán Valero, Domingo Martínez, J. M. Soublette y dos peones,
todos en el propio San Fernando de Atabapo.
En Santa Rosa de Amazonas hubo tres
víctimas (Antonio Valero, su hijo y Jesús Valero). En Maroa y la montaña de
Yavita, 5 muertos; uno en Punta Don Diego; 3 en Punta de San Diego; 2 en el
Vichada; 1 en Isla Ratón; 3 en Maipure, (Gral. Víctor Aldana, Feliciano Guevara
y Mariano D`Griello) y 4 en Atures.
Funes encabezó la matanza con 25
hombres armados, entre ellos, Luciando López, Manuel García González, Balbino
Ruiz, Jacinto Pérez (a) Picure, Casimiro Zamarra (a) Avispa, Pedro Medina,
Manuel Maestracci y Ramón Yánez.
Tomás Funes se hizo dueño y señor de
los predios del Amazonas y gobernó durante ocho años tolerado por Juan Vicente
Gómez en razón de que los enemigos de Gómez eran los propios enemigos, de
Funes, pero para sostenerse hubo de sacrificar a más de 400 personas, entre
ellas familias completas. Los encargados de eliminar a sus enemigos manifiestos
o potenciales eran sus guardaespaldas y sicarios Casimiro Zamarra (a) Avispa y
Jacinto Pérez (a) Picure. Para la tortura, el chantaje y la muerte les resultó
apropiada la llamada Trocha de Tití, verdadero sendero de la muerte al que
estaban irremisiblemente destinados todos los malvistos y perseguidos así como
aquellas personas delatadas por el espionaje que la satrapía mantenía de oficio
en cada rincón del Amazonas. Nunca la vida, la dignidad y la libertad
estuvieron tan amenazadas en el Amazonas, pero como dice el adagio: no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.
Aquel mal pernicioso se acabó el 27 de
enero de 1921 cuando en la segunda de sus siete invasiones desde Colombia
contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, el guerrillero Emilio Arévalo
Cedeño, incursionó contra aquel feudo funesto de Funes, el otrora soldado del
General mochista Lorenzo Guevara que en
1901 se alzó contra Cipriano Castro.
Emilio Arévalo Cedeño, antiguo jefe de
telégrafo en su pueblo de Valle de la Pascua como también en Ciudad Bolívar y
Caicara de Maturín, abandonó su oficio y con 40 hombres se alzó en Cazorla
contra Gómez el 19 de abril de 1914. Desde entonces fue jefe guerrillero hasta
que caído Gómez, el sucesor Eleazar López Contreras lo nombró Presidente del
Estado Guárico, 1937.
Entre todos sus combates librados en
Venezuela sobresale esta exitosa incursión desde Colombia contra Tomás Funes.
Acaso pensó el jefe guerrillero que pelear contra el “Terror del Atabapo” era
hacerlo contrata la dictadura de Juan Vicente Gómez, porque a la postre ambos
representaban lo mismo o, en todo caso, la existencia de Funes era producto de
la tolerancia del hombre de La Mulera.
Decidió el guariqueño Emilio Arévalo
Cedeño hacer justicia por los centenares
de víctimas de Funes y desde Casanare partió en curiaras el 31 de diciembre de
1920 con 193 hombres desarrapados y mal equipados. Siete días después entraron
al Orinoco por la desembocadura del Meta y a los veinte siguientes ya estaban
en San Fernando, primitiva capital del territorio Federal Amazonas, en la
confluencia de los ríos Atabapo, Guaviare y Orinoco.
Entraron a San Fernando de Atabapo por
la Pica de Tití y el 27 de enero de 1921 y, a las cuatro de la mañana,
iniciaron el ataque contra Funes, aprovechando que gran parte de los hombres
con los cuales contaban para hacerle frente a una eventualidad como ésta, se
hallaban, por ser la temporada, en plena selva de recolección y explotación de
la sarrapia y el balatá.
El ataque a la Casa Fuerte de Funes de
donde siempre salió un fuego nutrido, duró 28 horas y se desarrolló y decidió
así como lo narra en sus memorias el propio jefe guerrillero Emilio Arévalo
Cedeño.
“Funes se defendía con bravura y desde su
cuartel, en donde estaba acorralado por nosotros hacía un fuego nutrido sobre
mi ejército, confiado en la gran cantidad de parque de que disponía. Nosotros
apenas con unos cinco mil tiros, debíamos economizar
nuestras
municiones, pegarnos a la pared del cuartel y disponernos al sitio de una
manera rigurosa. Al siguiente día y a las veintiocho horas de lucha, ordené
petrolizar todas las puertas y alares del cuartel, desde el cual el fuego nos
hacía un daño terrible. Estaba resuelto a incendiar la posición y destruir al
monstruo en medio del fuego de ella, antes que retirarme con la vergüenza y con
el fracaso. Comprendiendo Funes lo difícil de su situación y que estaba
irremisiblemente perdido, ordenó salir a
un parlamentario, para anunciarme que estaba rendido y deseaba entregarse, pero
que necesitaba ser protegido al salir por temor a las iras populares, que
invariablemente se presentan furiosas e
incontenibles a la caída de los tiranos. En aquel momento fue que vino a
acordarse Funes de que es mal negocio ser malo, y que lo práctico es ser bueno.
Inmediatamente ordené una comisión para ir al cuartel y recibir a Funes como
prisionero y desarmar la guarnición que lo acompañaba, comisión compuesta del
general Fermín Toro, quien era mi jefe de Estado Mayor, del coronel Luis Felipe
Hernández, quien era mi segundo jefe; del general Marcial Azuaje, quien era
jefe del Cuerpo Anzoátegui y varios ayudantes”.
Tras la rendición, el jefe guerrillero convocó a los
sectores representativos de San Fernando para que eligieran de su propio seno
un nuevo Gobernador del Territorio. Seguidamente nombró un Tribunal de Guerra
para juzgar a Tomás Funes y a su lugarteniente
Luciano López, responsables directos de 420 crímenes ocurridos en el
territorio durante ocho años.
Fungió de Defensor en el juicio el
propio Secretario general de Gobierno de Funes, coronel Eliseo Henriquez. Tomás
Funes y Luciano López fueron condenados y pasados por las armas a las diez de
la mañana del 30 de enero de 1921, por un pelotón al mando del Capitán Marcos
Porras. Veinticinco días después, Emilio Arévalo Cedeño y su ejército fortalecido
con 600 hombres abandonaron el territorio y tomaron la vía de Apure para
proseguir la lucha a favor de la entonces llamada Revolución
Constitucionalista.
Excelentr narracion y excelentr que exponga esas vivencias, que la mayoria de los venezolanos desconocemos,, de esa venezuela rural,post colonial en la cual tambien se gestaban desmanes de tiranos. Felicitaciones
ResponderEliminarExcelente! Por mis venas corre sangre de esa gran Guerrero es fascinante leer la historia y el análisis desde todos los puntos de vistas y que todo apunta la voluntad y determinación cuando luchas por algo a pesar del miedo que se pueda tener la valentía siempre es el ingrediente principal para Vencer!
ResponderEliminarEn la película "Río Negro" de Atahualpa Lichy, ilustran (con un poco de fantasía ya que describen cosas que no pasaron y cambian algunos nombres) aproximadamente lis acontecimientos del auge y caída de este tirano (José Tomás Funes) excelentemente interpretado por un actor colombiano que no recuerdo el nombre.
ResponderEliminarTremenda historia de nuestro país real y verdadera muerte a la tiranía de funes
ResponderEliminarMuy buena historia había escuchado algo de Funes pero hasta hoy conozco su historia gracias muy bueno su relato
ResponderEliminarlamentablemente asi termina la tirania, nosotros los venezolanos somos muy sumisos a simple vista pero tenemos una rebeldia adentro que nos asusta a nosotros mismo
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