La Piedra del Medio, llamada “Orinocómetro” en razón de que por ella se guían los ribereños para medir el nivel del río padre, también al parecer tiene monstruos como Escila y Caribdis de las famosas Rocas Erráticas que estremecieron las naves de Ulises mientras navegaba de regreso a su lejana y amada Itaca.
El
nombre de “Orinocómetro” se le ha venido atribuyendo a Humboldt desde hace
algún tiempo y hemos comprobado que la denominación es de la Memoria
Estadística de Venezuela de 1873 que dice: “En el medio del río hay un Orinocómetro
natural que llaman la Piedra del Medio, y sirve para medir el agua que pasa
delante de Angostura. Le hemos dado este nombre por imitación de los
“Nilómetros” (instrumento para medir la creciente del río Nilo en Egipto). Si
en la menguante del Orinoco tomamos 60 pies por término medio de su
profundidad, 2 pies por su velocidad en cada segundo y 2.000 por su anchura,
resultaría que pasan por delante de Angostura 240.000 pies de agua por segundo,
volumen igual al que lleva el Ganges en su creciente”.
Pues bien, en ese lugar según la leyenda, había
monstruos escondidos en sus entrañas que emergían muy ocasionalmente y el hecho
solía revivirse hasta hace poco en alarde de especulación periodística,
especialmente cuando alguna emisora se veía comprometida con el survey y su
director obligado a sacarla a flote con ese recurso.
Lo cierto es que por donde se dice que
aparecía el monstruo o los monstruos de la Piedra
del Medio absorbiendo como tromba todo cuanto por allí se acercaba, han
desaparecido curiaras, nadadores, pescadores y hasta una chalana llamada “La Múcura” cargada de vehículos se
hundió allí el 27 de febrero de 1952 y esto, por supuesto, ha servido de
alimento a la imaginación popular tan sensible a las homéricas fantasías de la
Odisea.
Atraído por la leyenda, años atrás, llegó
hasta aquí, un barco del Instituto Oceánico de la UDO a detectar con sus ondas
ultrasónicas lo que de verdad pudiera existir por los alrededores de la Piedra
y localizó una depresión en forma de embudo que alcanza la increíble
profundidad de 150 metros bajo el nivel del mar y, aguas arriba, justo bajo el
tablero del Puente Angostura, halló otra fosa con profundidad de 60 metros.
En estas dos fosas donde se arremolinan
las aguas del Orinoco pudiera estar la clave de los monstruos o fantasmas de
Escila y Caribdis que atormentan y se tragan a los desprevenidos.
El dragón de Atures
Quien haya estudiado un poco de geografía difícilmente
ignore la existencia de Atures, un raudal inmenso que agiganta su fuerza con la
resistencia de las rocas a su paso.
La zona abrupta y pedregosa de Atures atravesada en el
río como un dique, consigue aumentar la fuerza del Orinoco en forma tal que el
resultado es una explosión de violencia que achica y enmudece al más valiente.
Mapara o
Adules le dicen los indios maypure y
los misioneros lo configuraban con el mitológico y terrible Dragón, protagonista de numerosas
leyendas y películas en la que siempre resulta vencido, especialmente si quien
suele enfrentarlo ostenta los poderes milagrosos de San Jorge, San Miguel y
Santa Marta.
Los expedicionarios que desde la época de la Conquista
se afanaron en buscar las fuentes u origen del Río Padre, se encogían de temor
ante ese innavegable obstáculo de los Raudales de Atures y Maipure. José
Solano, comisionado de límites, remontando el Orinoco en 1756, casi es
convencido por los sacerdotes jesuitas para que desistiese de la temeridad de
pasar los raudales. Pero el expedicionario fingió un día ir a pescar y sin que
misioneros e indígenas se percataran, realizó la proeza de atravesar los raudales
y dicen las crónicas de la época que el
Padre Superior de los jesuitas, al conocer la noticia, dijo a Solano: “Me
alegro que haya Ud. sujetado al Dragón mientras estaba dormido, que al
despertar con las crecientes ha de bramar por hallarse burlado”.
El Socio de los Palanqueros
Los palanqueros del Orinoco, palanqueros cuando no
había los motores fuera de borda, tenían un Socio al cual solían encomendarse
contra los peligros y seres fantasmagóricos del río.
Al socio también lo identificaban como el
“viejito” y cuando se le oía hablar de él, inmediatamente los desprevenidos lo
imaginaban de carne y hueso, pero a la largas se daban cuenta que el bendito
socio o viejito era un ente mágico religioso o simplemente teologal.
El Socio viene siendo Dios y en algunos
casos uno de esos espíritus andantes que se encarnan transitoriamente en los
medium.
El guayanés, especialmente el guayanés
de río, del llano y de la selva, no quiere sentirse solo ante la avasallante
inmensidad del río y de la selva e inventa ese “socio” para sentirse seguro.
La figura del socio la capta el
novelista Rómulo Gallegos a su paso por aquí y la sumerge en “Doña Bárbara”. La devoradora de
hombres tiene un socio que es el Nazareno
de Achaguas, pero como nunca lo identifica por su nombre verdadero, la
gente del llano, sobremanera Pajarote, conjetura que es el diablo.
Así como en Canaima Gallegos recoge la
leyenda de la Piedra de Santa María y de la Sapoara que le atribuye mágicos
encantos para atrapar forasteros, también en Doña Bárbara expresa la creencia
mágica del socio o viejito sin cuya compañía los navegantes no se lanzan a la
aventura del río: “Dejemos al viejito”, dicen los palanqueros, río adentro, y
preocupados regresan por él al punto de partida. Zarpan de nuevo y pregunta el
patrón: “¿Con quién vamos?” y responden desde la proa: “Con
Dios... y María Santísima”.
Lobos de río y mar
También los navegantes del mar se
resisten a salir sin su mágico compañero y cuando pasó por aquí el peñero
margariteño “Niculina” navegando el
Orinoco y Río Negro con destino al Amazonas y Río de la Plata en Argentina,
conducido por el marino Antonio Coello Fernández, lo percibimos.
La diminuta isla de Coche, poblada
desde 1527 por el hispano Juan López de Archuleta, ha tenido dos marinos que han
dejado su marca en la navegación por el Orinoco: Carlos del Pino, a quien
Humboldt embarcó en las costas de Coche para que lo acompañara en su expedición
científica por Orinoco y Río Negro y Antonio Coello Fernández, patrón del
“Niculina” a bordo del cual Constantino Georguescu Pipera y el camarógrafo Mark
Mikolas, expedicionaron a través del Orinoco, Río Negro y Amazonas hasta llegar
a Río de la Plata, ida y vuelta, para demostrar la navegabilidad por los países
del Hinterland (Argentina, Paraguay, Bolivia, Brasil, Ecuador, Colombia, Perú y
Venezuela).
Carlos del Pino murió a causa de la
malaria en Angostura, al regreso de la expedición humboldtiana de 16 meses,
mientras que el primo Antonio Coello Fernández, continúa navegando entre Coche
y Porlamar contando a cada amigo y paisano su proeza de mar y río que le ha
valido un lugarcito en la historia de la ansiada navegación por los países del
Orinoco, Amazonas y el Plata.
Pero el marino Antonio Coello
Fernández, acaso por ir siempre acompañado de su socio, jamás ha visto ni
sentido los seres extraños que la leyenda dice pueblan ciertos parajes del
Orinoco. Los únicos seres que vio y que le parecían extraños en un río fueron
las bondadosas e inofensivas toninas, que también tienen leyendas como aquella según
la cual salvan a los náufragos pero se molestan y desisten cuando
accidentalmente le rozan las mamas.
El creador del Orinoco
Cuando Amalivac, dios de los Tamanacos y creador del
Orinoco, quiso después del Diluvio dejar testimonio de su paso por las tierras
del Río Padre, lo hizo junto con su hermano Vocci y un pintoresco cortejo de
toninas.
Las toninas que habitan todos los
mares, suelen remontar los ríos caudalosos como el Orinoco, por ello, según la
leyenda aborigen, no es extraño que sirvieran de cortejo a tan interesante como
mitológico personaje.
Cuenta la leyenda que Amalivac hizo un
recorrido por la Encaramada, Capuchino, Cerro del Tirano, Paso de Cedeño, el
Caura, Casiquiare, Esequibo, Río Blanco y otros lugares donde los
pronunciamientos rocosos son impresionantes monumentos naturales y en ellos el
dios de los indígenas grabó signos muy visibles para dejar constancia de su
presencia.
Los indios cuando navegan en sus
curiaras y pasan por estos petroglifos, se confunden todo, creen que tales
litoglifos tienen que ver con maleficios y seres extraños que habitan en las
profundidades del río y debajo de esas rocas. De manera que para protegerse y
librarse de ellos, se aplican ají en los ojos, pues creen que sólo pueden
verlos quienes no son ignorantes de sus misterios. La leyenda denota semejanza
con la grecolatina de las Sirenas que hechizaban de tal modo con su canto que
los navegantes absortos terminaban estrellados contra las rocas.
Amalivac, a quien los indios Tamanaco
estaban sumamente agradecidos por la creación del Orinoco que les facilitaba la
comunicación entre un lugar y otro de sus naciones, se quejaban, sin embargo,
del curso de las corrientes y de algunos seres extraños que atormentaban al
gran río. De suerte que después de un tiempo largo al cabo del cual
regresó Amalivac, acordaron proponerle a
su dios que su obra, la del Orinoco, fuera más completa. Le propusieron que lo
librara de los seres maléficos que parecían esconderse bajo sus aguas junto con
la fauna prodigiosa que les servía de alimento y que en vez de una corriente de
agua descendente concibiera otra a la inversa con la misma fuerza para que los
remadores no se agotaran en sus largas y penosas travesías. Amalivac, no muy
convencido de la propuesta, consultó con su hermano Vocci y tras larga
reflexión convino con los aborígenes que mejor sería que pusieran a prueba sus
habilidades aprovechando la dirección de los vientos y los aborígenes se la
ingeniaron e inventaron la navegación a vela. En cuanto a los seres terribles del
río como los saurios que los asediaban para devorarlos, igualmente les aconsejó
habilidad e ingenio. Así inventaron la lanza que sólo era penetrable por las
fauces o por la fosa axilar del reptil. Hoy prácticamente no hay saurios en el
río y ya muy poco ahora se habla de monstruos y dragones que tragan botes,
chalanas y devoran a desprevenidos ribereños, bañistas y pescadores.
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