
Este reptil que habita el planeta desde
hace 200 millones de años, ha sido víctima de la depredación humana más
despiadada, tanto por la utilidad de su piel como por el temor agresivo del
hombre frente a su instintiva voracidad.
Después que los científicos Alejandro de Humboldt y
Aimmé Bonpland navegaron y exploraron el Orinoco, dieron cuenta de la voracidad
de estos reptiles, los Caimanes, de dura piel oscura, parecidos al cocodrilo.
Lo que más sorprendió a los viajeros
fue el índice de mortalidad humana a causa de la voracidad de estos saurios del
Orinoco. Muchos más seres humanos de lo
que se cree en Europa sucumben anualmente víctimas de su imprevisión y de la
avidez de los reptiles, escribió Humboldt.
La curva de mortalidad se veía elevada
regularmente en tiempos de inundación, sobremanera porque el reptil, una vez
probada la carne humana se quedaba cebado en el sitio por largo tiempo, pues
debido a su astucia y a lo invulnerable de su piel, resultaba difícil
eliminarlo. Para liquidarlo había que dispararle con arma de fuego a las fauces
o en la fosa axilar. Los indios tenían
su propio método. Lo capturaban con poderoso anzuelo de hierro puntiagudo,
cebado con carne y atado a una cadena que luego aseguraban en un árbol. Tras su
captura terminaban con él atacándolo con lanzas.
Jules Crevaux, naturalista y etnólogo
francés que exploró el Orinoco y Guaviare en 1880-1881, dejó constancia de la
forma cómo tuvo que luchar contra los caimanes del Orinoco para que le dejaran
el paso libre en su aventura.
“Durante
todo el día guerreamos contra los caimanes –dice. Les disparamos a treinta
pasos, lo que los aleja con toda seguridad. Los hay enormes reposando en los
bancos de arena. Sobrepasan en tamaño todos los que he podido ver tanto en ríos
como en las colecciones.
“Cuando
la corriente nos lleva del lado de esos bancos de arena, sus terribles
moradores se echan al agua y son muchas las veces en que uno que otro, a veces
varios juntos, se dirigen a nuestra balsa.
“Uno
de ellos nos hace pasar hoy un momento de susto. Delante de nosotros hay un
banco de arena, poco elevado, cortado a pique. Casi lo tocaremos al pasar. Un
caimán excepcionalmente largo y gordo descansa inerte en el borde. Su vientre
tiene unas proporciones tales que parecen haber sido aplastado. ¿Qué hará
cuando pasemos algunas brazas de él? Le Janne estima prudente ahuyentarlo con
una bala. Al primer disparo el reptil entreabre la boca y se inclina un poco de
lado estremeciendo violentamente la cola ¿Estará muerto o simplemente a la
defensiva?
“A
diez metros. Le Janne le dispara la segunda bala que lo alcanza en el vientre.
Se echa al agua que proyecta violentamente alrededor suyo. Parece dirigirse
hacia nosotros. Pero se sumergió dejando tras él un poco de sangre y para
nosotros el paso libre”.
Cuando el escritor Rufino Blanco Fombona navegaba el
Orinoco, de Ciudad Bolívar a San Fernando de Atabapo, para encargarse de la
Gobernación (1905), cuenta en su diario que para distraerse, disparaba su
Winchester “contra los ruidosos y
burlescos araguatos que a la vera del río cabriolaban en las frondas(...)
Disparábamos también sobre los caimanes cuando se dignaban sacar a flor de agua
sus hipopotámicas costras; o bien cuando se tendían en la playa, al sol,
abiertas las enormes fauces. Les metíamos las balas por la boca, por los ojos.
Daban brincos gigantescos y se metían en el agua”.
Era evidente la desventaja del caimán frente a los
recursos depredadores del hombre y mucho más se acentuaba cuando
circunstancialmente se engullía a un infortunado, servido para la vindicación.
Para muestra bastaría citar entre numerosos casos, el de Francisco Castillo,
septiembre de 1900. Este mayordomo de uno de los hatos del Torno, propiedad del
general Ernesto García, fue devorado por un caimán contra el cual luego se desató
una persecución implacable hasta que fue capturado.
Para asegurarse asimismo los vengadores
de que se trataba del caimán que andaban buscando y no otro, le abrieron el
vientre y quedaron convencidos, pues encontraron restos del mayordomo que el
caimán se había engullido. Medía 5 varas y fue capturado tras ser aturdido con
el estallido de una dinamita.
No ocurrió lo mismo el Jueves Santo de
1914, cuando en isla Platero del Paso del Infierno, sucumbió víctima de la
voracidad de un caimán el marinero de la piragua “Amazonas”, Amador Pérez, de
39 años y natural de Tucacas.
El infortunado fue cogido por la cabeza
y arrastrado violentamente por el saurio, sin permitir que los compañeros de la
embarcación pudieran auxiliar al desgraciado, al que vieron aparecer a lo
lejos, por tres veces, debatiéndose entre las mandíbulas del animal, hasta
desaparecer del todo, sin dejar más rastros que el sombrero de la víctima.
En el paso del Infierno donde los
saurios tienen los escollos y torbellinos a su favor, resultaba harto difícil
perseguir y enfrentar a un caimán como el que devoró al marino falconiano. No
así en las riberas angostureñas, donde siempre llevaban las de perder como le
sucedió al caimán que en Ciudad Bolívar devoró a una lavandera del sector de
Los Corrales. Este fue perseguido por Santos Rodulfo, empleado de la lancha de
Andrés Juan Pietrantoni, quien le dio muerte y luego lo exhibió durante varios
días en la playa del Paseo.
Ese mismo año (1916), en la playa de
Soledad, el viejo patrón Andrés Pérez, mató un caimán a canaletazo limpio.
Increíble, pero así fue. Hasta ese momento nadie imaginaba que fuese posible
acabar con la vida de un saurio asestando reiteradamente un canalete sobre la
misma testa.
Frente al Resguardo de Ciudad Bolívar,
bello inmueble restaurado por la Armada
después de un largo abandono, el oficial de policía, Samuel Gutiérrez, de un
solo tiro de máuser, acabó con la amenaza de un caimán, de 3 metros, que
merodeaba por esos lados en el año 1931.
Había otro por la zona de Orocopiche
que no dejaba en paz a las tradicionales lavanderas del sector. Este fue
capturado el 3 de julio de 1950, entre la Boca del San Rafael y La Toma, cerca
de la Cerámica, por el Mayor José Antonio González, jefe militar de la plaza,
Jorge Suegart, director de El Luchador y un hijo de éste que así se lo
propusieron de manera exitosa.
El último caimán que moraba por estos
lares lo mató el prefecto del distrito, capitán José León Medina, en agosto de
1951 cuando el Orinoco se metió hasta algunas calles de la ciudad y hubo la
alarma de un hermoso caimán que veían asomar sus fauces por el muelle de la
Aduana, dispuesto a tragarse al primer caletero que cayera al río.
Para los años del cincuenta ya quedaban
pocos caimanes en la cuenca del Orinoco, debido a la constante persecución y
captura, no sólo porque representara una amenaza para los usuarios del río sino
por el elevado valor comercial de su piel en Europa, donde es utilizada en la
confección de zapatos, bolsos y maletines.
Había en Venezuela empresas que se
dedicaban a la caza de estos saurios para el comercio de exportación en una
acción incontrolable, rayana en lo vandálico, hasta el punto de quedar la
especie reducida al borde de la extinción.
Para 1990 se estimaba que tan sólo
quedaban en la cuenca del Orinoco unos 266 hidrosaurios repartidos, 76 en el
río Cojedes, 78 en el Capanaparo, 67 en el Meta, 19 en Cinaruco, igual número en Tucupido y 7 en el
Tinaco. En Colombia sobreviven unos 300, según estudios conjuntos realizados
por la Universidad británica de Cambridge, la Fundación para la defensa de la
naturaleza (FUDENA), la Universidad de Los Llanos y los fundos pecuarios
Masaragual y el Frío, donde existen centros de cría en cautiverio.
En 1974, el Gobierno Nacional decretó
la veda y cuatro años después se implementó en caño Guariquito de Apure y otros
puntos de los Llanos un plan de recuperación y reintroducción del caimán en el
Orinoco. Se recolectan huevos en sitios silvestres, los cuales se incuban
artificialmente. Hasta ahora el índice de supervivencia se ubica en un 70 por
ciento, el cual representa una importantísima mejora sobre el 95 por ciento de
mortalidad que se registra en las poblaciones de estado natural.
De acuerdo con los resultados de los
programas puestos en ejecución para evitar la extinción del animal que más se
aproxima al dinosaurio, el caimán volverá a poblar al Orinoco, pero no será un
caimán domesticado, capaz de conciliarse con el hombre que tanto perjuicio le
ha causado. Ya lo apreciaron en el 89 cuando un caimán para la reproducción se
fugó de su habitat artificial en Puerto Ayacucho. A éste que afanosamente
buscaban infantes de marina del apostadero, se le atribuía la desaparición de
un menor de ocho años que se bañaba en la zona. Asimismo la desaparición del
teniente de fragata José María Chacín Pompa, quien se dio por ahogado tras
percance sufrido por una lancha de la Armada. Por lo que, como bien lo deja
sugerido en su diario de exploración el varón de Humboldt, es importante la
prudencia y no retar, “a este príncipe encantado
que vive eternamente prisionero en el palacio de cristal de un río”.
Enorme tronco que arrancó la ola
yace
el caimán varado en la ribera
espinazo
de abrupta cordillera
fauce
del abismo y formidable cola
El
sol lo envuelve en fúlgida aureola
y
parece lucir cota y cimera
cual
monstruo de metal que reverbera
y
que al reverberar se tornasola
Inmóvil
como un ídolo sagrado
ceñido
de mallas de compacto acero
está
ante la agua estático y sombrío
a
manera de un príncipe encantado
que
vive eternamente prisionero
en
el palacio de cristal de un río.
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